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Vicent Mari
Ver galería >Hasta el pasado verano, la finca de Ca n’Andreu des Palmer tenía el mismo aspecto que otras muchas de Ibiza: descuidada. Situada al borde de la carretera que une Santa Gertrudis con Sant Mateu, había brotado en ella una frondosa foresta debido a su abandono. Los almendros que antaño poblaban una parte de ese terreno languidecían.
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Hasta el pasado verano, la finca de Ca n’Andreu des Palmer tenía el mismo aspecto que otras muchas de Ibiza: descuidada. Situada al borde de la carretera que une Santa Gertrudis con Sant Mateu, había brotado en ella una frondosa foresta debido a su abandono. Los almendros que antaño poblaban una parte de ese terreno languidecían.
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Hasta el pasado verano, la finca de Ca n’Andreu des Palmer tenía el mismo aspecto que otras muchas de Ibiza: descuidada. Situada al borde de la carretera que une Santa Gertrudis con Sant Mateu, había brotado en ella una frondosa foresta debido a su abandono. Los almendros que antaño poblaban una parte de ese terreno languidecían.
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Hasta el pasado verano, la finca de Ca n’Andreu des Palmer tenía el mismo aspecto que otras muchas de Ibiza: descuidada. Situada al borde de la carretera que une Santa Gertrudis con Sant Mateu, había brotado en ella una frondosa foresta debido a su abandono. Los almendros que antaño poblaban una parte de ese terreno languidecían.
Hasta el pasado verano, la finca de Ca n’Andreu des Palmer tenía el mismo aspecto que otras muchas de Ibiza: descuidada. Situada al borde de la carretera que une Santa Gertrudis con Sant Mateu, había brotado en ella una frondosa foresta debido a su abandono. Los almendros que antaño poblaban una parte de ese terreno languidecían.
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