Josep Lluís Joan Torres, técnico de Promoción de Calidad Agroalimentaria del Consell de Ibiza, tiene la esperanza de que el futuro de la isla «sea ganadero, pues se apoya en la tradición, la producción de una proteína natural de alta calidad, una alimentación sostenible del ganado y, además, permite conservar el paisaje». Pero admite que no será fácil cumplir ese objetivo, según matizó ayer en la mesa redonda 'Som ramaders. Presente y futuro de la producción ganadera', celebrado en el Club Diario de Ibiza y en el que, además, participaron los productores Antonio Tur, de Can Llusià; María Ramón, de sa Cova de Sant Miquel, y Javier Irazusta, gerente de Can Company.

En su charla sobre la ganadería ibicenca hoy en día, Joan dio unas pinceladas sobre cómo era el pasado inmediato de este sector, que prácticamente exportaba toda su producción fuera de la isla hasta mediados del siglo XX, sobre todo a Barcelona («era más fácil vender allí los huevos de Ibiza que los de Mataró»), a Valencia y a Mallorca. Aquí apenas quedaban huevos para abastecer a la población (una queja que habitualmente aparecía en la prensa local), que antaño «eran como la almendra», una fuente de proteínas muy valoradas y, por tanto, de riqueza, ya que se adquirían a buen precio allende estas costas: «Era lo que daba dinero. Como mucho, aquí se hacía una tortilla para celebrar el cumpleaños de un niño». La proteína animal era secundaria, de ahí que sólo estuviera presente en platos y en fechas especiales de Ibiza.

Joan recordó que existen en Ibiza cuatro granjas que explotan el pollo pagès, dos el porc blanc y una el porc negre. Además, hay cinco empresas que producen lácteos y quesos. Y tres, huevos ecológicos. El pollo payés es, a su juicio, un producto ya consolidado y en crecimiento: «Ahora mismo, la del pollo es la producción más importante del matadero de la isla. En Mallorca no hay matadero de pollos, ni casi productores, lo que indica la importancia que tiene en Ibiza». El que se cría aquí «es mejor que el que viene de fuera, pues está mejor alimentado», argumenta. Y su precio «duplica» el foráneo, a pesar de lo cual «se comercializa bien». Es un sector pequeño, pero de «importante impacto económico».

De 20.000 a 3.500 cabezas

De 20.000 a 3.500 cabezas

El cordero, que había sido la principal ganadería pitiusa hasta hace unas décadas, está en «fuerte regresión». De las 20.000 cabezas que había en 1960 se ha pasado a las 3.500 actuales. «En el pollo —explica Joan—, pocos [cuatro] producen mucho; en el cordero, muchos producen poco». Es, según su criterio técnico, «un sector muy poco organizado y que está en manos de gente muy mayor. Son ganaderías en extensivo, en torno a casas payesas. No son rentables, pero los mayores mantienen sus pequeños rebaños por orgullo». No ha habido relevo generacional, de ahí el problema grave que padece: «Cada vez que muere un mayor, desaparecen 20 corderos». Es la principal causa de su declive: «Tiene un efecto retardado, además. Tras morir quien cuidaba del rebaño, al cabo de tres años esa finca empieza a estar abandonada porque los hijos no pueden atenderla».

Las razas autóctonas están, «más que en declive, en extinción», afirma Joan: «Ni el cordero, ni el cerdo blanco ni el pollo (aunque sea pagès) que se comercializan son de razas antiguas ibicencas». Quedan solo «50 cerdos, 236 ovejas y 287 cabras pitiusos». Hay cinco especies autóctonas en riesgo de extinción, entre ellas el porc negre, si bien augura un buen futuro para este porcino gracias a su comercialización. «Es viable sacarle provecho», asegura, aun cuando «producen menos y crecen más lentamente, tienen menos crías y contienen más grasa en el lomo, que si bien antes era un tesoro, ahora es merma para los carniceros». En este sector ganadero, los dos criadores ibicencos de porc blanc son los suministradores para la producción de sobrasada.

El conejo ibicenco es «de excelente calidad y muy reproducible, pero está muy limitado porque no hay un matadero propio», cuya construcción está prevista para el próximo año con el fin de recuperar esa raza y «darle salida». «Hay animales como este o el porc negre que fueron pasado y que pueden ser futuro. Podrían ser un revulsivo en la restauración ibicenca, pero para eso hay que recuperar su producción». Joan avisa que «si no se encuentra provecho comercial a las razas autóctonas, serán carne de zoo».

Antonio Tur, de Can Llusià dio a conocer el trabajo de su pequeña explotación sostenible, basada en la economía circular: «Nuestro cultivo principal es la patata, para el que aprovechamos el estiércol que producen nuestras ovejas. Es el mejor abono para producir patatas de la máxima calidad», explica. Tiene un rebaño de unos 120 corderos, lo que le obliga a plantar «mucha extensión de forraje» para alimentarlos: «Eso tiene como consecuencia que el entorno paisajístico se vea cuidado: verde en una época, otra labrado, otra con restos que aprovechan las ovejas una vez se quita de allí el forraje€».

Pero estos rumiantes, advierte, son «un complemento más de la finca, ya que por sí solos no son rentables» dado que los gastos de producción «superan mucho lo que se obtiene por su venta». Sí representan una ayuda a la finca, sin embargo, cuando se suma su aportación (sus deposiciones) a la producción de las hortícolas, como patatas y sandías.

¿Y cómo podrían ser rentables los rebaños en Ibiza? Con más superficie, «con grandes extensiones de terreno», algo complicado en la isla. «Y eso —apunta Tur— que nosotros contamos con nuestra finca y cuatro más que los vecinos nos prestan desinteresadamente, sólo a cambio de que las mantengamos, cuidemos y sembremos».

«Cada vez llueve menos»

«Cada vez llueve menos»

Tur, que tiene 43 años y es hijo y nieto («por parte de padre y de madre») de payeses, señala que la isla ha cambiado radicalmente en los últimos 50 años: «Los rebaños de ovejas se han reducido a menos de la mitad. ¿Por qué? Porque ha sido más fácil aparcelar, construir, vallar€». Si antes había minifundios, ahora más.

Y hay, además, otro problema aún más serio: «Cada vez llueve menos. Es algo más grave de lo que la gente piensa. Por ejemplo, ahora empieza a nacer el forraje que hace un año ya pastaban mis ovejas. Eso, en otras fincas que no sean autosuficientes, sale caro, pues deben comprar forraje o pienso para alimentarlas. Si tienes que comprar ese alimento, apaga y vámonos». En Mallorca, asegura, es muy distinto: «Las extensiones son mucho más grandes y el clima, aunque estemos tan cerca, es diferente, tienen más pasto natural. Es una ventaja muy grande».

Tur cuenta que ha tenido una experiencia muy positiva con una gran superficie de la isla, el Hipercentro, con el que hace años llegó a un acuerdo de abastecimiento. Al empezar la pandemia temió que no tendría salida para su rebaño: «Tenía un número importante de ovejas y pensé que bajaría el consumo. Llamé a esa cadena y yo mismo les propuse bajar el precio, algo que aceptaron. Pero al cabo de unas semanas me telefonearon para decirme que, pese al confinamiento, no se estaba produciendo una bajada del consumo y que, por tanto, me volvían a subir el precio. Eso nunca me ha pasado con nadie, nunca. Se critica muchas veces a las grandes superficies, pero conmigo se han portado de esa manera». Su cordero es «kilómetro cero total, no lo puede ser más». Él mismo lo baja al matadero y al día siguiente de ser sacrificado ya está a la venta.

El gerente de Can Company, Javier Irazusta (presente por videoconferencia), contó cómo su empresa ha pasado en 30 años de sembrar sólo cereales a producir harina y dedicarse a la cría del porc negre y a elaborar embutidos. El paso a la ganadería no fue fácil: «Requirió organización, pues nos dimos cuenta de que había que abastecer decenas de lechonas a los restaurantes». Ahora sirven 130 cada semana e incluso exportan a la restauración peninsular: «Servimos lechonas a restaurantes gallegos, algo impensable hace tres años. Cuando te mueves, lo aprecian fuera». Y con la pandemia no les ha ido mal: han vendido 250 lechonas más que en 2019 y al mismo precio.