Entre los años 1979 y 1991, Ramon Aguiló i Obrador fue alcalde de Palma. Durante sus mandatos, Aguiló tuvo que soportar numerosas ofensas por su primer apellido, uno de los 15 incluidos en el listado de judíos conversos, conocidos en Mallorca como xuetes. Y por xueta le hicieron pintadas en Palma que decían 'Cort=sinagoga' o 'Ramon Aguiló=rabino mayor', incluidas varias cruces gamadas. Lo cuenta la historiadora Laura Miró en su ponencia 'La persecució dels xuetes a Mallorca', que ayer fue leída por Fanny Tur, responsable del Arxiu de la ciudad, porque la mallorquina, autora además del libro 'La contemporaneïtat xueta. Un recorregut sintetitzat per la història contemporània xueta', no pudo acudir a Ibiza para exponerla.

En conversación telefónica, Miró recordó que durante la República hubo intentos de homenajear a los xuetes, «algo que quedó en nada tras la Guerra Civil». Como hechos simbólicos, se dedicaron en ese periodo calles a personajes como Caterina Tarongí, quemada viva en el siglo XVII por ser criptojudía (quienes seguían practicando el judaísmo en la intimidad), y Josep Tarongí, un sacerdote que reivindicó la causa xueta a finales del siglo XIX.

En 1931, coincidiendo con el 240 aniversario de los Autos de Fe, varios mallorquines reivindicaron «la necesidad de reparar la dignidad de los xuetes, en un ejercicio de memoria histórica mediante artículos de prensa». La Liga Laica elevó una petición al Consistorio de Palma para la construcción de una estatua en homenaje de 37 xuetes ejecutados en 1691; la propuesta fue definitivamente desestimada, recuerda Miró.

Tres décadas antes, en 1904, hasta el político conservador mallorquín Antoni Maura «recibió el insulto xueta en el Congreso de los diputados por parte del político progresista Rodrigo Soriano».

Aunque la conversión se remonta a la Edad Media, la persecución de los descendientes de judíos vivió un peligroso episodio entre los años 1936 y 1939, en plena Guerra Civil, indica Miró. La historiadora Magdalena Quiroga Conrado descubrió en los años 90 la existencia de 46 instancias de mujeres al Ayuntamiento de Palma en las que pedían que se acreditase que no eran «de raza hebraica» y que eran «de raza Ariana» (sic) para poder casarse con militares italianos o alemanes que residían temporalmente en la isla. Una de ellas fue la ibicenca Francisca Besalduch García.

35% de la población

35% de la población

Poco después, el 13 de mayo de 1941, los gobernadores civiles de todo el Estado recibieron una circular de la dirección General de Seguridad (hasta días antes dirigida por José Finat) para que se elaboraran informes de «los israelitas nacionales y extranjeros», especialmente de los «sefarditas». «Si finalmente -detalla Miró- no se aplicó esa relación de descendientes de judíos conversos para deportarlos a campos de concentración fue porque cuando Falange, en 1942, pidió la elaboración de las listas de los afectados al obispo Miralles y al archivero diocesano Vich Salom, en el informe que este último elaboró se llegaba a la conclusión que la deportación afectaría a casi el 35% de la población mallorquina».

Del interés de los nazis alemanes por los descendientes hebreos en esa isla da cuenta un episodio vivido recientemente por la propia Miró: «Hace poco, un compañero consiguió por Internet la obra de Baruch Braunstein, 'The chuetas of Majorca. Conversos and the Inquisition of Majorca', de 1936, muy difícil de encontrar. Cuando la recibimos nos dimos cuenta de que llevaba el sello de una biblioteca nazi. Da que pensar sobre el interés que tenían en este asunto».

Durante siglos se estigmatizó a quienes llevaran alguno de los 15 apellidos xuetes: Aguiló, Bonín, Cortés, Forteza, Fuster, Martí, Miró, Piña, Picó, Pomar, Segura, Tarongí, Valentí, Valleriola ( ya desaparecido) y Valls. Una de las consecuencias de que se les señalara fue lo que Miró denomina una «endogamia forzada», pues hasta mediados del siglo XX «las familias mallorquinas impedían los matrimonios con xuetes, de manera que forzaban a estos a casarse entre ellos». Si alguno se saltaba esa regla, «se veía obligado a emigrar».

Algunos aún tienen miedo

Algunos aún tienen miedo

Incluso en esa comunidad, y hasta el siglo XVIII, los propios xuetes se diferenciaban entre ellos: había los orella alta (con más poder económico) y los orella baixa (más humildes). «Existía una subendogamia: los xuetes de orella alta se casaban entre ellos, como nobles, para conservar su estatus. De ahí que había apellidos más tendentes a ser de un grupo que de otro. En los siguientes siglos eso se diluye, pues no se podía mantener esa endogamia entre grupos tan cerrados».

El último reducto xueta en Palma fue la calle Platería, en el centro: «En la época medieval hubo tres juderías, pero luego se conservaron, sobre todo, el Call Major y el Call Menor. En este último hay una calle en la que hasta hace 30 años todo eran negocios de joyerías regentadas por xuetes. La gente sentía recelo a vivir allí. Aún quedan algunas familias que residieron allí siempre».

Hay gente mayor que aún pide a Miró que deje de tocar este tema: «'A ver si van a volver contra nosotros', me dicen. Algunos aún tienen miedo».