«Ahora lo llevo bien, pero al principio lo viví, como casi todo el mundo, con incertidumbre, miedo. En las primeras semanas de la gran explosión pensaba, como hacía mucha gente, que me había contagiado. Lo que tenía era ansiedad al ver lo que estaba pasando en la península y al pensar en cómo podía afectar aquí. Las tres primeras semanas lo pasé mal, en casa y en el trabajo estaba bien, pero lloraba cuando iba en el coche de un sitio a otro». Este es el testimonio de Inma Muñoz, que trabaja en el laboratorio del hospital Can Misses. Ella y sus compañeros del nuevo servicio de biología molecular detectan la enfermedad del Covid-19 a través de las pruebas PCR, estas tres letras que forman parte ya de nuestro lenguaje cotidiano.

Desde el pasado mes de marzo, con la irrupción de una pandemia que hasta entonces sonaba a chino, el mundo ha cambiado y las Pitiusas, prácticamente, se han paralizado. El temor por las consecuencias de un virus totalmente desconocido ha provocado que los ciudadanos se aferren, ahora más que nunca, al personal sanitario, el único capacitado para impedir muertes, aunque muchas de ellas, lamentablemente, resulten inevitables.

Los sanitarios, que acumulan meses de intenso trabajo y estrés emocional, han ido más allá de sus obligaciones profesionales para acompañar a los pacientes en momentos «muy duros» cuando, lejos del aliento familiar, no tenían otro contacto próximo. «Me dan pena sobre todo las personas mayores, y lo paso mal. Ningún familiar puede entrar a verlos. Sólo ven cortinas y poco más», describe Sonia Sancho, técnico en cuidados de enfermería de Urgencias de Can Misses.

De hecho, la doctora de medicina interna Monserrat Viñals, de la Policlínica Nuestra Señora del Rosario, reconoce que, en estas circunstancias, ha obviado en ocasiones el protocolo de «no tocar a los pacientes». «Cómo no vas a abrazar a una criatura de 37 años que está sola en su habitación con miedo por todo lo que ha escuchado sobre el coronavirus y se derrumba», destaca la médico.

Adolfo Moreno, celador de la planta Covid en Can Misses, lamenta que «antes se interactuaba mucho más» con los pacientes. Antes no había que seguir un estricto protocolo de seguridad, como tener que «desinfectarse» para pasar de una habitación a otra. De todos modos, pese a lo «complicado» que resulta por la carga de trabajo («a destajo todos los días; el ritmo de estos siete u ocho meses es increíble», dice Moreno), los sanitarios «se obligan» a «interactuar» con los enfermos porque están «solos».

Por todo ello, Diario de Ibiza entregará mañana el Premio a la Acción Social 2020 a los trabajadores sanitarios de todos los ámbitos y categorías profesionales tanto de la sanidad pública como la privada, representada en este caso en las Pitiusas por la Policlínica. Desde el médico, que ha dedicado «horas de estudio en casa» tras su jornada laboral para averiguar más sobre cómo frenar al coronavirus, hasta el personal de enfermería, limpieza, celadores, conductores de ambulancia, administrativos o mantenimiento. «Todo esto nos ha igualado. En la zona Covid todos vamos vestidos igual y con los equipos de protección no sabemos quién es quién, y se ayuda a la auxiliar a llevar el desayuno a un paciente, a la enfermera a poner una vía y si hay una mancha en el suelo, y alguien está desocupado, coge la fregona y lo limpia. Todos hacemos de todo y como grupo hemos salido reforzados», destaca la doctora Viñals.

Los sanitarios, de una u otra manera, han ido más allá de lo que dicen sus contratos laborales y han antepuesto su vocación de servicio al propio temor de contagiar a sus seres queridos. «Me trastoca el miedo de llevar el bicho a casa», asegura, por ejemplo, Adolfo Moreno. Este celador fue uno de los sanitarios que, durante el confinamiento de marzo y abril, para no contagiar a su familia, pernoctó en el hotel que contrató la conselleria balear de Salud. «Tengo un hijo que es asmático y durante dos meses y medio el único contacto que tuve con él fue a través de videoconferencias. Esto, a nivel emocional, trastoca bastante», explica.

Adolfo Moreno, Asunción Pablos, Inma Muñoz, Sonia Sánchez, Montserrat Viñals y también Antonio Cordero, Ana Viñas y Tomás Isidoro ponen voz al colectivo de sanitarios y personal que trabaja en los hospitales y centros de salud de las Pitiusas. Ellos ocho representan a muchas personas.

En la Policlínica trabajan más de 100 médicos, 59 enfermeras, 51 técnicos en cuidados de enfermería, 26 fisioterapeutas, cinco celadores y 24 personas de laboratorio, técnicos de farmacia, RX, entre otros.

Por su parte, en la sanidad pública, el Área de Salud de las Pitiusas cuenta con 2.142 trabajadores, sin contar el personal de limpieza, mantenimiento o jardinería que dependen de la concesionaria del hospital. Un total de 1.437 personas desempeñan su profesión en Can Misses, entre ellos 200 médicos, 410 enfermeras, 321 técnicos en cuidados de enfermería y 152 celadores. El hospital de Formentera cuenta con 86 personas, de las cuales 14 son médicos, 20 enfermeros, 17 técnicos de cuidados de enfermería y seis celadores.

Aparte, en los centros de salud de Ibiza trabajan 619 sanitarios (42 en Formentera), con más de 120 médicos, 20 pediatras y 180 enfermeras, entre otros profesionales.

La epidemia del sida

La epidemia del sida

Los sanitarios echan la vista atrás y concluyen que nunca se habían enfrentado a una situación «tan dura» como la actual. Las doctoras y compañeras Asunción Pablos y Monserrat Viñals coinciden al afirmar que lo «más similar» que han vivido fue «la epidemia del sida». Ambas iniciaron su carrera profesional al principio de los años 90. En el caso de Viñals, que es argentina, en el hospital Fernández de Buenos Aires, «referente» en la atención a las personas contagiadas de sida. «El impacto en nuestro hospital era insoportable. Era muy doloroso ver morir a personas de entre 18 y 40 años. Cuando salió la medicación y la gente dejó de morir, pensé que no me iba a tocar vivirlo otra vez. Y la vida te enseña que te puede volver a tocar, y encima peor», explica Viñals, que agrega: «La sensación de irrealidad, de la falta de respuestas... me recuerda a aquella época. Ahora, un paciente pregunta: ¿Me voy a morir? No lo sé. ¿Me van a quedar secuelas? No lo sé. Lo he pasado muy mal, ¿me puedo volver a contagiar? Tampoco lo sé».

La doctora Pablos también recuerda que sus años de residencia en Segovia, cuando azotaba el sida, fueron «muy duros». «Perdíamos pacientes, que se morían con infecciones diseminadas. Pero nada que ver con esto, que afecta a toda la población y a todas las edades», dice.

El coordinador médico del centro de salud de Formentera, Antonio Cordero, sostiene que nunca había vivido una situación ni parecida, sobre todo por el «shock sanitario, pero también social y económico» que está causando la pandemia. «Nadie contaba con que pudiera suceder algo así», destaca.

En este sentido, Sonia Sancho indica que «nadie está preparado para afrontar una pandemia» y recuerda que en las primeras semanas del estado de alarma había «mucha incertidumbre» incluso sobre «cómo ponerse o quitarse el EPI [traje de protección] para no contagiarse». Precisamente, Ana Viñas, técnica de cuidados de enfermería de la Policlínica, asegura que le «marcó» la primera vez que se puso un EPI para protegerse: «Me costaba respirar. Recordaré siempre esa sensación».

Aunque forma parte de su profesión, los sanitarios están pasando por momentos «muy duros» distintos a los que sufrían antes de la pandemia. Por ejemplo, Tomás Isidoro, enfermero de la Policlínica, mantiene vivo recuerdo de «una mañana de un viernes» cuando bajó a echar una mano a la Unidad de Cuidados Intensivos y vio que tres pacientes procedentes de Urgencias tuvieron que ser conectados a un respirador en un lapso de «media hora». «Escuchaba a mis compañeros comentarios sobre la rapidez con que se complican algunos casos, pero, antes de verlo, yo mismo pensaba que no sería para tanto», explica, al tiempo que apunta que este es uno de los factores que más le han afectado «emocionalmente». «Puede pasar en diversas patologías que un paciente que entra en el hospital por su propio pie, empeore de forma muy rápida. Pero no suele ocurrir tan a menudo. Ver a tantos pacientes que se encuentran de repente muy mal genera ansiedad porque parece que el trabajo que hacemos no sirve de nada», subraya Tomás.

El virus no se ha atenuado

El virus no se ha atenuado

La doctora Pablos confirma que lo que explica el enfermero no ha cambiado; es decir, que en contra de lo que mucha gente piensa, «el virus no se ha atenuado». «Para nada», recalca. La diferencia con respecto a la primera oleada de contagios estriba en que los médicos cada vez «saben más» sobre el comportamiento del virus , aunque «aún queda mucho».

El peor momento de la doctora Viñals se produjo cuando murió un hombre y al día siguiente su esposa. Su hija, que también estaba ingresada por Covid-19, en este caso «pudo despedirse» de sus progenitores. De hecho, añade, «la otra parte más dura es tener que comunicar por teléfono malas noticias a las familias».

Como personas que tienen una vida fuera de los hospitales y centros de salud, como apuntaba el doctor Cordero, a los profesionales sanitarios les preocupa no sólo la salud de sus pacientes sino también los graves problemas sociales y económicos que está provocando la pandemia. «Sufren muchas personas a las que les cuesta subsistir. Crea malestar y pobreza. Y hay que adaptarse a ello porque aún falta un tiempo para que se solucione», lamenta Cordero.

La doctora Viñals reconoce, y no es la única, que le daba «apuro» cuando la población salía cada día, a las 20 horas, durante el confinamiento domiciliario, a los balcones de sus casas a aplaudir la labor y entrega de los sanitarios. «Es nuestro trabajo. Yo hubiera aplaudido a las personas que limpiaban, a los que trabajaban de reprensores en los supermercados o en farmacias, o a los que luchan por su trabajo. Sufro por las personas que van a perderlo. Para mí estos son los héroes. Tengo la sensación de que estoy cayendo en un pozo porque todo se desmorona. Recorrí 14.000 kilómetros para huir de un país que se venía abajo y ahora parece que se hunde el mundo», subraya.

Ana Viñas tampoco entiende bien el ritual de los aplausos de homenaje al colectivo sanitario. «No considero que la gente esté en deuda con nosotros. Hemos elegido este oficio por vocación», destaca.

La doctora Pablos rehúye también del tratamiento de «héroes» que ha recibido su colectivo. «Me ha influido poco. Menos aplausos y más caso a lo que hay que hacer», dice, para añadir a renglón seguido: «La gente está cansada y enfadada con el mundo y si vas en contra de sus deseos quizá ya no eres un héroe, más bien un villano».

En todo caso, Sonia Sancho se muestra «agradecida» no sólo por el reconocimiento inicial de los ciudadanos, que no se limitó sólo a los aplausos: «La gente nos ha traído mucha comida y mascarillas, aunque muchas no se pudieran usar al no estar homologadas».

El estado anímico de los sanitarios ha pasado por altibajos, como un viaje en «una montaña rusa», tal como lo describe Sonia Sancho. Para muchos lo «peor» fue al principio, aunque para la doctora Viñals es al revés. «El shock inicial te mantiene activa y tú misma te dices: soy valiente, he podido con tantas cosas en mi vida... Pero esto dura un mes, dos....».

La doctora contrajo el Covid

La doctora contrajo el Covid

Posteriormente, entre finales de agosto y principios de septiembre, la doctora enfermó de Covid-19. «Volví con más fuerza pensando: ahora que lo he visto desde dentro podré ayudar más a mis pacientes». Pero las mismas secuelas del contagio provocan que «un día pueda con todo y al siguiente, por debilidad y falta de fuerzas, apenas te puedas levantar de la silla». «Y quieres luchar contra eso. Es como si en una guerra te amputan una pierna, pero sigues adelante; y luego un brazo, y sigues...», describe.

Todos los sanitarios se sienten valorados por la población, pero coinciden en que la pandemia les ha situado en la primera línea. «Pones el 100% en cada paciente, haya o no pandemia, y ahora no es que te sientas más valorado sino que se ha hecho más visible el trabajo del departamento de microbiología, por ejemplo, y lo que es un hospital», apunta Inma Muñoz.

El doctor Antonio Cordero sostiene que la gente «ha bajado la guardia» porque en la calle no se palpa que «la situación sea catastrófica». En este sentido, destaca «la importancia» del trabajo de los medios de comunicación que informan a diario de «los casos de contagios y las defunciones, que suben un poco, para recordar a la gente lo que no se ve en la calle».

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