«Un paripé para decir que se han tomado medidas». Con esta crudeza calificó ayer Doris Borrego, presidenta de la Asociación Canaria de Alquiler Vacacional (Ascav), la normativa emanada desde la Administración de esas islas y desde la del Estado para luchar contra la expansión del coronavirus y facilitar la llegada de turistas. Borrego, que intervino en la primera charla del VI Congreso de Viviendas Turísticas Vacacionales de Ibiza, dedicada a los protocolos Covid en el sector, fue muy clara y explícita: «Hay una vorágine de normativas sin sentido que se solapan y que difícilmente se pueden implementar con éxito», comentó ayer por videoconferencia.

El caso canario es, en muchos aspectos, extrapolable al de las Pitiusas y de él se pueden extraer conclusiones, tanto de sus aciertos como de sus crasos errores, de cara a la próxima temporada. Entre las severas críticas de Borrego, la que hizo al Gobierno de su comunidad por adjudicar «a quien aloja», al propietario de la vivienda turística, la responsabilidad de verificar y controlar que el huésped llegue a esas islas con el debido test PCR negativo. «Es -añadió en este sentido- una aberración. No se puede dejar en manos del dueño de un inmueble, en muchos casos personas mayores, el control de la seguridad sanitaria». Porque, como dijo, cómo va a saber ese propietario si el PCR es legal, si se ajusta a los procedimientos oficiales o, como se da en algunos casos, traducirlo del cirílico. Y si el cliente llega sin test, «tendrá, además, que desalojarlo de la casa o llamar a la Policía» si en menos de 24 horas no comprueba si está o no contagiado.

Canarias adoptó esa medida al comprobar que el Gobierno español « hacía caso omiso a la petición de controlar los accesos en puertos y aeropuertos». La Comunidad Autónoma decidió entonces «basar el control sanitario en el derecho de admisión en los establecimientos». «Se nos dijo -añadió Borrego- que eso era mejor que nada. Pero no se tomó en cuenta a la Asociación de Viviendas Turísticas».

«Lleno total» en Canarias

«Lleno total» en Canarias

Y eso es algo que recrimina tanto al ejecutivo de esa Comunidad Autónoma como a su sector hotelero, a los que acusa de haber ninguneado a los 1.600 socios de su asociación: «No se nos informa de las medidas hasta que las vemos en el boletín oficial de Canarias o en la prensa». Borrego recordó el peso que su sector cobró el pasado verano: mientras la planta hotelera del archipiélago tuvo una ocupación no superior al 30%, la de las viviendas turísticas fue de «lleno total, una explosión».

Ese lleno demuestra, señala, «que la preocupación del turista ha cambiado con esta pandemia». Ahora «prefiere» alojarse donde haya «garantías de desinfección y, sobre todo, donde nadie interfiera en sus vacaciones, ni siquiera el propietario o los intermediarios, para lo cual existen herramientas tecnológicas que lo hacen viable». Ese es, recalca, «el nuevo lujo»: no compartir piscina ni solárium ni comedores ni ascensores. Y esa demanda «es creciente», afirma.

La asociación de viviendas vacacionales canaria solicitó en abril que se controlaran las fronteras para «mantener bajos los contagios, pero hicieron oídos sordos». Cree que, en ese sentido, la pandemia ha demostrado hasta el momento que «lo que menos se ha empleado hasta ahora para atajarla es el sentido común».

«Los PCR no son la panacea»

«Los PCR no son la panacea»

En esa misma charla, Daniel Busturia, miembro del foro Eivissa Segura, insistió en la necesidad de ofrecer la imagen de «isla sana» para que el turismo vuelva en 2021. Afirma que en «la memoria» de los turistas de los países emisores ha quedado grabado «el pánico» al contagio, de ahí que pidan seguridad para viajar: «Porque están espantados». Lo que ve misión imposible es que «la pandemia desaparezca rápidamente», incluso aunque empiecen a administrarse vacunas a comienzos del próximo año.

Busturia no cree que las PCR sean «la panacea», sobre todo porque abundan las falsificaciones en internet. Estima que deben ser acompañadas por test serológicos rápidos en el destino que permitan detectar a los contagiadores: «Tiene que haber un control aquí», subrayó. Y no sólo a los extranjeros: también a los que procedan de la Península.

Pero, ante todo, abogó por «ser estrictos» (con «medidas de salud pública más tajantes») y por contar con herramientas como «las estadísticas», medidas de rastreo «radicales» e, incluso, por crear una app que se convierta «en una especie de pasaporte sanitario». Si no se logra establecer una imagen de «isla sana» (que a su juicio ahora no existe) y de «confianza, el turismo no vendrá», advirtió. La economía, además, no puede soportar otro confinamiento: hay que aislar, dijo, al enfermo, no a toda la población.

Un virus a sus anchas

Un virus a sus anchas

«El virus está a sus anchas». Con esta frase, Daniel Camacho, coordinador de Urgencias de la Policlínica Nuestra Señora del Rosario, describió la actual situación. E inyectó una dosis de realismo: «Eliminar esta infección es imposible, es utópico». El objetivo no es lograr un índice cero de transmisiones, sino limitarlas al máximo. Como Busturia, cree que las PCR «no serán la panacea», e insistió en la existencia de un extendido mercado de falsificaciones en la red. A favor de una mejora juegan factores como que «el coronavirus es cada vez menos agresivo, aunque aumenta su capacidad de infectar», y que, a medida que pasa el tiempo, se conoce mejor cómo funciona.

Camacho advirtió de la «falsa seguridad» que provocan «los tapabocas»: «Nos creemos supermanes y nos los quitamos cuando estamos con nuestros seres queridos», las dejamos sobre superficies que podrían estar contaminadas o, como casos que dijo conocer, llevamos la misma desde abril. Este médico apostó por mantener, al menos, «las medidas básicas» de protección, como lavarse las manos frecuentemente y guardar la distancia de seguridad.

Son «consejos de la abuela», pero que no hay que despreciarlos, insistió Rubén Castro, director del Instituto Balear de Seguridad y Salud Laboral, también ponente. Castro aconsejó a las viviendas turísticas vacacionales seguir un protocolo que, entre otras cosas, registre quiénes han mantenido contacto en el inmueble, lo que facilitaría el posterior rastreo en caso de que algún cliente diera positivo. Eso sí, considera que se deben limitar los contactos directos con el usuario de la vivienda, tal como aconsejó Doris Borrego, y reducir «los textiles innecesarios» (o que se aporten metidos en bolsas tras ser desinfectados»).

Respecto a la limpieza, esta debe realizarse «al menos una vez a la semana», y quienes se encarguen de ella deben portar «la ropa habitual de trabajo, aunque reforzada con mascarillas o protección ocular». También recordó que «las evidencias demuestran que los aerosoles» [gotitas minúsculas suspendidas en el aire] son la principal fuente de contagio, de manera que recalcó que «ventilar es primordial».