Después de 60 años de navegación y tras pasar otros siete en dique seco, el llaüt 'Playa de Palma' empezó a tener achaques, por lo que se inició su restauración en septiembre de 2019, que acabó el 8 de noviembre de ese año: «Al finalizar el confinamiento y salir al mar de nuevo, la corrosión de los clavos de cobre y los envites contra el casco provocaron que se moviera la tablazón y se abrieran algunas vías de agua en su casco, lo que obligó a sacarlo a tierra de nuevo para hacerle una segunda fase de restauración», cuenta el capitán de navío en la reserva José María Prats Marí, que cuida de la embarcación, aunque no es de su propiedad.

Para restaurarlo buscó algo que, hoy en día, no es sencillo: un mestre d'aixa. Haberlos, haylos, pero no como cuando, a principios del siglo pasado, la isla era un formidable astillero. Lo buscó incluso en Facebook, hasta que por mediación de un conocido dio con José Luis Torres Palau, patrón del remolcador 'Sofía' por las mañanas y mestre d'aixa por las tardes.

Desde julio y durante dos meses (con parón en agosto por el calor), Torres se dedicó a rescatar esta joya del mar, «uno de los mejores llaüts clásicos que sobreviven en la isla y uno de los pocos que amarran en el Club Náutico», en palabras de Prats. El mestre d'aixa reforzó las cuadernas y reclavó las tablas del casco (incluso sustituyó algunas de estas) con tornillos de acero inoxidable marino. Tuvo que retirar el viejo calafate y volverlo a calafatear. Un trabajo artesanal que ya pocos saben hacer.

De Mallorca a Ibiza

De Mallorca a Ibiza

El 'Playa de Palma' fue construido en los astilleros Bennassar de Mallorca en 1952. De 3,7 metros de eslora, costo 50.000 pesetas de la época. Su primer propietario fue un militar mallorquín que lo trajo a Ibiza cuando lo destinaron aquí. De ese primer propietario pasó a un ibicenco apodado Toni de sa Galla, «muy amigo del doctor Julián Vilás Ferrer, con quien salía a pescar habitualmente, y a quien finalmente se lo regaló», recuerda Prats. Al fallecer Vilás en 2012, sus herederos lo guardaron: primero, debajo de una carpa; luego, dentro de una nave.

Para su restauración, José Luis Torres empleó muchas herramientas artesanales: «Para muchas piezas hay que seguir usando el aixa, sobre todo para dar forma a piezas cóncavas. Se desbasta con la sierra de cinta, pero con el aixa se rebajan las piezas grandes. También uso los hierros de calafatear, un juego de diferentes tamaños y espesores que no se venden. Cada mestre se crea los suyos: yo los hice con varillas de hierro, soplete y maza. A veces necesitas uno más grueso o más chiquitín para entrar en rincones, o curvos para trabajar más cerca de la quilla€ Son herramientas artesanales». Para los pernos de quilla usa a veces brocas de ferretería a las que suelda un trozo de varilla: «No hay de las longitudes que necesitamos. He llegado incluso a usar brocas de más de dos metros para agujerear la quilla a través de la cubierta cuando esta ya estaba construida».

Califica su trabajo (y afición) de «muy romántico, muy creativo». Asegura que le da «mucha satisfacción». Y en esta pandemia, evita que el pesimismo se apodere de él: «Cuando llego a casa, todos están preocupados por la expansión del coronavirus, atentos a cada noticia que sale. Yo huyo. Me meto en la nave y me centro en reparar un llaüt. Es mi manera de desconectar».

Su pasión por el mar no es hereditaria. Su padre, Vicent Seni, era bombero en el aeropuerto. Y en la familia de su madre, Maria, sólo había futbolistas famosos, los Fita, y carniceros. En buena medida, el exconseller insular de Cultura, Joan Marí Tur, tiene la culpa de la vida laboral flotante de Torres: «Estudiaba electrónica en FP y Botja, que era mi profesor, organizó una excursión a s'Espalmador con el 'Rafael Verdera', un pailebote construido en 1841. Me gustó tanto que pedí trabajo allí: la excursión fue en noviembre y en febrero empecé a trabajar allí, en ese mismo barco, de marinero». Dejó la FP. Era el año 1986. Tenía 16 años.

Alumno de los Lluc

Alumno de los Lluc

Y fue en su cubierta donde se gestó su otra pasión: ser mestre d'aixa. «En 1989, se rompió el palo de mesana del 'Rafael Verdera'. Por entonces tenía mucha amistad con el mestre Joan d'en Lluc, que lo reparó. Yo le ayudé. Fue cuando me entró el gusanillo. Después tuve la suerte de trabajar con él, con su hijo y con su hermano, Vicent». Con este último arregló el 'Bahía de Formentera', una barca de pasajeros del Restaurante Es Ministre: «Encalló en las piedras y hubo que rehacerla entera».

Se dedica como afición, pero también porque le apena cómo se está perdiendo el patrimonio marino pitiuso: «El mayor hándicap que tenemos en Ibiza es el de los puntos de amarre. Mucha gente no arregla el barco porque es inviable mantenerlo por el precio de los actuales amarres de la isla. En Mallorca hay clubes marítimos que tienen pantalanes dedicados exclusivamente a las embarcaciones tradicionales». También es sangrante, afirma, la obligación de desguazar los llaüts de pesca cuando, con la misma licencia, se adquiere una nueva embarcación, como, subraya, ha ocurrido en sa Cala con el 'Antonio José', de siete metros, que fue construido, precisamente, por su maestro Vicent d'en Lluc: «A veces la lógica se da de bruces con la burocracia, sobre todo cuando hay patrimonio cultural por medio».

Coleccionista y restaurador, además, de motos y coches clásicos (tiene un Mercedes del 1957, repara ahora un Land Rover de 1980, y posee dos motos del año 1963, una Derbi 125 que le regaló un amigo, y una Ducati 175), ha participado en la restauración «de dos barcos grandes» de los que era patrón en Barcelona. Pero destaca haber asistido a la construcción, desde cero, desde la primera lámina de fibra que se puso, de un Astondoa (un astillero de Santa Pola, Alicante) de 35 metros, del que luego fue su patrón durante ocho años: «En ese caso aprendí muchísimo, sobre todo perfeccioné mi técnica de acabado, porque los mestres d'aixa somos más toscos».