Wilma, una bulldog, llegó al centro de recuperación de animales de Sa Coma poco antes del confinamiento junto con Sauron, un american stanford. Y Wilma fue la primera en encontrar una familia tras el confinamiento, recuerda Miguel Quiñones, veterinario de las instalaciones, que destaca que en estos momentos, y a pesar de que una vez finalizado el estado de alarma aumentaron las adopciones, siguen teniendo medio centenar de perros y una decena de gatos que necesitan una familia.

Entre marzo y octubre han llegado a Sa Coma 85 perros y 99 gatos. En el caso de los perros, 50 se devolvieron a sus dueños y 22 están ya con sus nuevas familias, pero trece siguen pendientes de hallar un hogar. En el de los gatos, únicamente siete se reencontraron con sus humanos y a 79 los adoptaron. También trece siguen esperando.

Entre ellos está Blava, que llegó a Sa Coma «con síntomas de haber sufrido un traumatismo». Estuvo ingresada en una clínica y cuando se recuperó regresó al centro, donde lleva alrededor de dos meses y donde esta misma semana recibirá una visita muy especial: una familia que se ha interesado por ella. «Es una gata buenísima y guapísima, ojalá tenga suerte», comenta el veterinario, que destaca el cambio que ha visto últimamente entre las personas que acuden al centro para adoptar un animal. Más conscientes y seguras de lo que están haciendo. No por un impulso. A eso cree que ayuda, indica, el cambio en el proceso de adopciones. Hay que pedir una cita, ir una primera vez para explicar qué están buscando y ver a los animales y alguna otra vez, con calma, para sacar a pasear al perro que les haya gustado y acabar de tomar la decisión.

Reconoce que temía que las adopciones hechas tras el confinamiento fueran algo impulsivas, pero asegura que han ido muy bien y humanos y perros están felices unos con otros. Fue precisamente en ese duro momento cuando Sa Coma vivió su particular cuento de Navidad. Lo protagonizaron Claudia y Sua, dos perras que llevaban ya mucho tiempo en el centro y al que habitualmente paseaba una pareja. Tras tanto tiempo compartiendo espacio en las instalaciones se habían convertido casi en hermanas, por lo que los profesionales del centro soñaban con algo muy complicado: que las adoptaran juntas. Algo difícil, casi utópico, ya que además de no ser ejemplares de tamaño pequeño (los que salen más fácilmente) Claudia tiene leishmania. Al final, los voluntarios que las paseaban habitualmente dijeron «nos las llevamos». Así que Claudia y Sua siguen juntas, pero en vez de compartir juegos y siestas en una jaula de Sa Coma lo hacen en casa, con su nueva familia.

Si bien durante el estado de alarma no apreciaron un incremento de los abandonos de mascotas sí se incrementaron las peticiones de adopción una vez recuperada la movilidad. Como ocurre habitualmente, la mayoría de las familias iban en busca de animales de pequeño tamaño y, a ser posible, cachorros. «Encontrar una familia a los animales grandes y, sobretodo, a los conocidos como potencialmente peligrosos, que tienen mala fama, es más complicado», indica Quiñones. A estas características responden los que llaman «veteranos», los que suman ya mucho tiempo en las instalaciones.

Aunque los gatos se adoptan con más facilidad, sobre todo durante la primavera y el verano, cuando llegan camadas con cachorros, hay uno de estos animales, Parche, que lleva tanto tiempo en Sa Coma que prácticamente lo han adoptado. Tiene inmunodeficiencia felina y no es, precisamente, un cachorro. Está encantado en el centro, donde le tienen mucho cariño pero donde lo tienen claro: «Si le surge una buena oportunidad, saldrá en adopción». Para Quiñones aún hace falta dar un paso más en las adopciones felinas para que sean tan conscientes y responsables como las de los perros.

El veterinario alerta del cada vez mayor número de abandonos de animales por cuestiones económicas y relacionadas con la vivienda. «Era algo que ya veíamos antes del virus pero que en los últimos tiempos está aumentando», indica. Algunos de estos abandonos forzosos son «duros» para las familias.