Un sólo dato demuestra el crecimiento exponencial de las insaciables bandadas de torcaces en las Pitiusas: en comparación con el año 2019, la venta de mallas antiaves ha crecido un 160%. Y eso que aún quedan cinco meses de la presente temporada.

Los payeses, impotentes ante los destrozos causados en los cultivos por esas aves (Columba palumbus), se desesperan buscando sistemas para hacer frente a esa especie de plaga bíblica que arrasa los campos de trigo, avena, melocotoneros y, en esta época, las vides.

Próximamente se cebará con las aceitunas. Y entre los diversos artilugios que adquieren para intentar mitigar las pérdidas (cometas con forma de halcón, cañones guardianes, cintas que hacen ruido...), uno que tiene éxito garantizado es la malla antipájaros. En 2019, la Cooperativa Agrícola de Sant Antoni recibió pedidos de ese producto por un total de 13.368 metros cuadrados (1,3 hectáreas). Pero en los primeros siete meses del año, las ventas se han disparado: ya llevan 34.758 metros cuadrados (3,5 hectáreas, como algo más de tres campos de fútbol), 21.390 metros más que en 2019.

«Hay un cabreo monumental entre los payeses», cuenta Juan Antonio Prats, gerente de la Cooperativa de Sant Antoni. Lo confirma Joan Marí Guasch, director insular de Medio Rural y Marino: «Cada día hay más, cada año las bandadas son más grandes. Si pegas cuatro tiros para espantarlas, se esconden en los bosques y aguardan allí dentro, donde pueden sobrevivir, hasta que ven que es posible atacar de nuevo los cultivos. Son muy listas».

Marí cree que «no será fácil» diezmarlas. Se está elaborando un estudio al respecto que, al final de esta campaña, permitirá «saber dónde incidir, qué actuaciones son las más eficaces» para frenar su expansión.

«Inviable económicamente»

«Inviable económicamente»

«Pero la única táctica que parece infalible es molestarlas todo el día. El problema es que la gente no se dedica al campo el 100% de su tiempo», indica el director insular: «Un payés al que le han destrozado otros años casi toda la cosecha de frutales me explicó que la única solución es levantarse media hora antes que ellas y acostarse media hora después que ellas. Y acosarlas todo el día».

Reconoce que extender mallas es eficaz, «pero supone un coste importante» para el agricultor. Coincide con él Juan Riera Villegas, propietario de la bodega Can Rich, donde estos días recogen la cosecha: «Para nosotros, que tenemos unas 22 hectáreas, sería inviable económicamente. No saldría rentable». Este año, los destrozos en la uva causados por las torcaces alcanzan alrededor del 25% de la producción de Can Rich: «Los racimos que tocan se pudren y hay que tirarlos, no los podemos juntar con los buenos a la hora de hacer el vino porque lo estropearíamos», explica Riera.

Cada cuatro días visitan su finca un par de cazadores: «Pero como tienen un límite de cinco aves por día y persona, enseguida se van. Y ellas vuelven». Y al cañón de ruido, que van moviendo estratégicamente por el terreno, «se acostumbran». Como al resto de medidas. Considera que «hay que controlar la población de torcaces» sin limitaciones: «Hay que eliminar la veda. Deben poder ser cazadas todo el año». Porque la isla les ofrece comida gratis, exquisita y fresca todas las estaciones. El menú se inicia con los brotes tiernos de los melocotoneros y pasa luego a los granos de avena y trigo, los frutales, las vides, las aceitunas (en breve) y los higos: «Este año, en marzo, incluso se comieron los brotes verdes de las viñas».

De 30 a tres toneladas

De 30 a tres toneladas

El pasado año, Manuel Nieto sólo pudo recoger tres toneladas de melocotones en la finca Can Sord (cerca de Sant Carles), de la que es el encargado: normalmente producían 30 toneladas. Las torcaces se cargaron 27 toneladas, bien devorando sus brotes, bien saciando su apetito con sus frutos. Este año, Nieto tiene abierto otro frente, el de las vides.

Para protegerlas ha comprado mallas anti aves, con las que ha tapado el 80% de las plantas: «Y porque no tenía más telas para el resto, que si no...».

La medida le ha permitido frenar el enorme destrozo que las torcaces hacían en ese cultivo, con el que abastece a una cadena de hoteles de una familia ibicenca: «Hasta el pasado año se perdía el 50% de las uvas. Esto es una guerra constante».