La primera jornada en que entra en vigor la medida del Govern balear que obliga a llevar la mascarilla en cualquier espacio público al aire libre, además del interior de los establecimientos privados, se nota nada más salir a la calle y comprobar que ha crecido exponencialmente su uso. De momento, quedan exentas las playas, piscinas o los paseos marítimos si se puede cumplir la distancia de seguridad de metro y medio, el mismo requisito que permite librarse de la mascarilla en los centros de trabajo. (Ver galería de imágenes)

También pueden prescindir de ellas las personas que practiquen deporte y, en el caso de bares y restaurantes, el Govern precisa que no hay obligación si el comensal está comiendo o bebiendo, ni tampoco debe ponerse la mascarilla entre plato y plato «si el tiempo de espera es corto». En las terrazas de Vila, todos los clientes van con la cara descubierta, aunque ya no queden consumiciones en la mesa y estén de charla.

«Insufrible trabajar con ella»

Junto a la plaza Pintor Vicent Calbet está a punto de partir la furgoneta de una compañía de instalaciones eléctricas. Dos operarios acceden al vehículo sin la mascarilla y confiesan que les resulta «insufrible» trabajar con ella. «Yo me la pongo para ir a comprar y entiendo que sea necesaria, pero deberían tener en cuenta a los que estamos currando», explica David.

Una de las trabajadoras del salón de belleza que hay junto a la plaza aprovecha una pausa en el trabajo para fumar con un cigarrillo electrónico, así que lleva la mascarilla por debajo de la boca. Se llama Anca y la entrada en vigor de la media del Govern balear no le supone un gran cambio. «Ya estoy acostumbrada a trabajar con la cara tapada y, como tenemos aire acondicionado, se lleva bien». «Es verdad que ahora tengo que llevarla al aire libre, pero, como solo libro el domingo, no estoy mucho por fuera», añade.

En uno de los bancos cercanos, se escucha a una mujer que bromea con la operaria de la zona azul asegurando que se van a asfixiar todas con el rostro cubierto. Con ella están Tamara y su hijo, que al ser menor de seis años, se libra de esta obligación. Una nevera y una cesta revelan que van a la playa.

«Me muero del calor y me parece una tontería que debamos llevarla por la calle, cuando te puede pasar al lado una persona haciendo deporte sin la mascarilla y contagiarte», lamenta Tamara.

En s'Alamera, Vicent y su pareja toman un refresco en la terraza de Ebusus. «Todavía queda un poco en el vaso, así que puedo seguir sin el bozal», ironiza mientras agita el hielo fundido. Se observa algún paseante que otro sin mascarilla, aunque la abrumadora mayoría van con ella. «Casi la mitad la lleva de cubrepapadas o por debajo de la nariz», aprecia Vicent.

Si lo sé, no vengo

Connor y su madre Nicki son de los que se esmeran en cubrirse correctamente, aunque no por precaución. «Si lo dice el gobierno, pues hay que cumplirlo, pero esto hubiera sido efectivo al principio de la desescalada y es una tontería que nos obliguen ahora a ponérnosla», afirma el joven. Nicki, que pasa las vacaciones en la isla para visitar a su hijo, es partidaria de protegerse con la mascarilla en las tiendas y en el transporte público, «como en Inglaterra». «Pero si llego a saber antes que aquí iba a ser obligatoria también en la calle, hubiera ido de vacaciones a otro lado y ya vería en otro momento a mi hijo», admite.

De camino a la Marina, a medida que se acerca el mediodía y aumenta la temperatura, se comprueba que el cálculo a grosso modo de Vicent no va desencaminado. Cerca de la mitad de la gente lleva la mascarilla, disimuladamente, por debajo de la nariz o directamente en el cuello.

Tampoco cuesta encontrarse con gente que prescinde de ella, como dos jóvenes que sacan dinero del cajero de la calle del Mar. Elisa la lleva en el codo y comenta que se la pone cuando ve mucha gente o al entrar en las tiendas. «Creo que con mantener la distancia con las otras personas ya voy segura». Martina lleva la suya en el bolsillo y sabe que se puede enfrentar a 100 euros de multa a partir del día 20, pero, aunque defiende que se tomen medidas de protección, subraya que «no debería ser obligatorio llevarla en la calle ni en el trabajo al aire libre».

En el carrer de la Creu, dos turistas miran los vestidos de una tienda. Son Isabel y Marisa, que han llegado esta misma mañana desde Barcelona. «Como en Cataluña también es obligatoria, no ha sido ningún impedimento a la hora de venir». «Además, estaremos casi todos los días en la playa o tomando algo».

En la parada de autobuses frente al Consell, Madeira comenta que va sin mascarilla porque se la ha olvidado. «Vivo aquí al lado y he bajado solo para esperar a una amiga». Unos metros más adelante, en la avenida de España, se acercan tres jóvenes entre 18 y 19 años, que revelan que es la primera vez que se han puesto una mascarilla para ir por la calle. Nerea va bien cubierta, Jesús la tiene por debajo del cuello y Edu bajo su nariz. «Si veo a la policía, me la subo, pero es imposible llevar esto más de cinco minutos con este calor», comentan los jóvenes.

También es el primer día en que Vanesa ha ido con mascarilla por la calle, pero solo en el trayecto de su casa a ses Figueretes. «He sentido tal alivio al quitármela que jamás me había alegrado tanto de ir a la playa», bromea con su bebé en brazos. Vanesa disfruta de su día libre, pero ahora teme los efectos de la medida del Govern al volver a su rutina laboral. «Siempre estaba deseando acabar la jornada para quitarme la mascarilla, pero ahora tendré que seguir con ella».