«El enfoque es el de un extraterrestre que viaja por primera vez en barco y se lo tiene que contar a los de su planeta». Empleo cinco segundos para comprender, tras el análisis de la sintaxis y la semántica de la frase, que mi directora no me llama alienígena, sino que propone que cuente el viaje de la fase 2 de Ibiza a la fase 3 de Formentera como si fuera el protagonista de 'Sin noticias de Gurb'. Se lo expongo por Whatsapp, mensaje que decoro con un emoticono que se parte, ladeado, de risa. «Sí, eso es lo primero que me ha venido a la cabeza», responde sin emoticono. (Mira aquí todas las fotos)

Precisamente, su autor, Eduardo Mendoza, dijo hace escasas semanas, en un encuentro con John Carlin, una frase que retrata tanto esta situación como el viaje a través de es Freus que estoy a punto de iniciar: «Esto que vivimos es un ensayo general del futuro».

Desisto en naturalizarme en el Conde Duque de Olivares, como el protagonista de 'Sin noticias de Gurb', pues la golilla resultaría incómoda dada la humedad y el calor de Formentera; ni siquiera en Marta Sánchez, porque las faldas de tubo no me sientan bien (a pesar de que estos días estoy muy coqueto) ni en Paquirrín. Me quedo con mi propia apariencia.

6.35: llego al primer control para subir al 'Nixe', de Baleària. Un amable guardia civil me pide el DNI, y, nervioso, le doy eso, el salvoconducto del diario, una copia del certificado de empadronamiento, mi carné de socio del gimnasio, la tabla de claves del banco y una foto de mi madre tipo carné.

6.36: segundo control, esta vez sanitario. Hay que mojarse las manos con desinfectante. Me echo mucho (nunca se sabe). No hay donde secarse. Empapo el documento donde he de confirmar que no toso, no tengo fiebre ni me duele la garganta ni tengo síntomas de coronavirus. No pregunta si esputo sangre. «¿Le has tomado la temperatura?», indica una de las enfermeras a su acompañante. Entonces me apunta con algo que parece un mando a distancia: «Está bien». Tengo la sensación de que me ha dejado conectado a Disney Channel. Me entrega un papelito reciclado, cuyo reverso tiene palabras en alemán, y en cuyo dorso han escrito a mano «control», una palabra indescifrable y una firma (ilegible). Salgo satisfecho porque temía que me metieran un palito en la nariz.

6.39: tercer control: muestro el papel del control y desgarra el billete.

6.44: el barco (con capacidad para 546 personas) va semivacío. En la cabina apenas hay 40 personas, casi todas conductores de camiones y furgonetas que van a trabajar o repartir a Formentera. Hay otros 30 en la popa, junto a la cafetería que atienden con mascarillas. Allí huele a humo. Dentro, casi todos los pasajeros llevan puestas las mascarillas, salvo uno que bebe un café, otra que la lleva colgando de la barbilla mientras echa una cabezada y otro que no se la pone porque no le sale de los cataplines. Nadie lleva los pareos o los borsalinos de otras temporadas. Ni huele a crema solar.

6.45: bostezo.

7.00: sale el 'Nixe'. Temperatura exterior, 19º. Viento: 8 km/h. Humedad relativa del aire: 86%. Estado del mar: llano.

7.07: entre el balanceo, la hipoxia y la somnolencia generada por el CO2 que acumula la mascarilla al espirar, me duermo. Llego a la conclusión de que las mascarillas son incompatibles con el salmorejo de Mercadona. Demasiado ajo. Las gafas se empañan.

7.09: una pasajera me da un coscorrón. Que deje de roncar, que menuda noche le ha dado ya su marido. En la pantalla proyectan un vídeo que informa de cómo evacuar el barco en caso de problemas. Hay lanchas de salvamento, pero no se especifica cuántos pueden ir dentro en fase 2 o en fase 3: ¿al 30% o al 50%?. Las butacas del 'Nixe' sí están clasificadas. Donde hay cuatro juntas, las dos de en medio deben dejarse libres. Y donde hay sólo tres hay que despejar sólo una, la de en medio. Esto se lo explicas a Sheldon Cooper y se queda colgado.

7.13: un miembro de la tripulación indica al que pasaba de la mascarilla que se la ponga ya, pero ya. Se la pone ya.

7.33: masa flotante en el retrete. Mucha desinfección, sí, pero tirar de la cadena sigue costando horrores a muchos.

7.35: llega a puerto. Salgo pitando con la bici hacia la Mola, antes de que el calor apriete.

8.05: llego a Sant Ferran. Tráfico denso. Sólo he visto cinco motos, lo juro. En otros tiempos ya me habrían pasado 300, todas motorinos.

8.25: desde Sant Ferran hasta es Caló de Sant Agustí apenas hay vehículos en la carretera. Tengo que pellizcarme para recordar que no es enero. Se hace extraño no ver ni un barco de lujo (como el 'Yatch A' diseñado por Phillipe Stark) o lancha motora o velero fondeado en esa cala. Agua trasparente, de color turquesa. Un paraíso vacío.

8.26: qué ejemplares son los formenterenses. No he visto ni una mascarilla tirada en los arcenes, mientras que en los de Ibiza los hay a patadas. A eso se le llama civismo.

8.27: veo una mascarilla quirúrgica tirada en el arcén.

8.28: veo otra mascarilla FFP2 al lado de la carretera.

8.29: otra, esta vez decorada, junto a una frígola.

8.30: nota: eliminar anotación de las 8.26.

8.31: me naturalizo en Octave Lapize para ascender en modo épico hasta la Mola. Si Lapize, uno de los pioneros del Tour, subió el Tourmalet con una bici de un solo piñón y un solo plato (como la mía), no voy a ser menos.

8.40: sudo a chorros.

8.41: Me descamiso.

8.42: ¿por qué no habré alquilado una moto?

8.43: ...de 500 cc.

8.51: llegó al Pilar sin haber puesto pie en tierra. No sé si declamar allí arriba una frase de Coppi («La gesta más loca es la gesta más bella») o de Lapize tras llegar haciendo eses al Aubisque («¡Asesinos, sois unos asesinos!») que dirigió a los organizadores del Tour. Estoy empapado y no encuentro donde refrescarme. Ni un bar abierto? salvo ¡una pizzería!, Mola Mia, que me recomienda un vecino. Pido un café solo. Solo un euro. Tengo que volver a pellizcarme para creer que estoy en Formentera. Su dueño, italiano, abrió en abril. Por costumbre, porque dice que no hay nadie. Sólo hay otro cliente, que también bebe un café. «Es triste», admite: «Otros años esto ya estaba lleno por estas fechas».

8.52: en algunas zonas, la isla no parece estar en fase 3, sino en la 1. Apenas hay negocios abiertos y ya hay muchos que han tirado la toalla y se alquilan, como en la Mola y en es Pujols. En Can Toni, «abierto todo el año», inaugurado en 1910, sigue colgado el cartel que avisa de que desde el 14 al 30 de marzo permanecerían cerrados para «evitar la propagación» del virus.

8.54: sólo están abiertos un estanco, una sucursal de la Caixa y un súper, que vende gafas para bucear, paletas, zapatillas náuticas, espardenyes, sombrillas y otros 'summer dip's'. Pero no hay turistas y todo parece indicar que habrá pocos este verano. Los italianos, el principal mercado emisor de Formentera, sumaron el miércoles 321 nuevos contagios y registraron 71 nuevas muertes. Los británicos, 1.871 nuevos casos y 359 defunciones.

8.55: en un arranque, decido comprar unos pendientes en Mayoral por si me da por naturalizarme en Marta Sánchez. Chasco: está cerrado, pero las lavandas de la entrada huelen de maravilla.

9.10: ni un coche hasta llegar al faro de la Mola. A ambos lados de la carretera hay extensos campos de trigo a punto de caramelo y llaman la atención los romeros en flor. El bar y la tienda, cerrados. Hay tanto silencio que se oyen las gaviotas, cómo dos mujeres doblan las bolsas de la basura en las que meten la suciedad recogida en el interior del faro, y el sonido del viento al colarse entre los huecos del cartel de ese museo, que suena como un didgeridoo.

9.30: mucho silencio y ni una lagartija. Antaño te venían a recibir decenas de color azulado (y alguna rata), quizás porque siempre les caía algo de comida. Sólo veo una y mira con cara de 'dame algo'. Temperatura 22º. Viento: 13 km/h. Humedad relativa del aire: 90%.

9.45: de regreso al Pilar, paro para tomar una foto a mitad de camino y... diossss, qué susto. A mi lado hay una culebra de escalera de un metro de longitud, robusta. Y afortunadamente muerta. No la había visto al pasar. Moscas y hormigas empiezan a darse un banquete con ella. Está gorda, lo que quizás explique que no hubiera recibimiento de lagartijas junto al faro y que sólo viera una en los acantilados.

10.39: apenas hay almas en es Caló, pero parece desperezarse del letargo del confinamiento. El restaurante y el hostal Can Rafalet ya están abiertos. Tres camareras dialogan sobre su trabajo, pues no hay clientes a esas horas a los que atender. También funciona el hostal Mar Blau: «¿Con qué gente? Pues como no hay turistas, con trabajadores que han venido a la isla», cuenta la responsable. Resulta extraño ver vacía una zona tan poblada en temporada. Hay restaurantes y alojamientos abiertos en la isla, pocos de momento, ¿pero para quién?

11.09: hay un lazo negro en el altar de la iglesia de Sant Ferran. Al lado, Carmen Ferrer y Sonia Miguel, voluntarias de Formentera Solidaria, atienden a un padre al que acompaña su pequeña hija. Se lleva legumbres, pasta, todo lo que puede. La crisis ha golpeado duro en la isla. Carmen cuenta que hoy les toca atender a 43 familias; mañana, a 45. «Pero quizás vienen más», advierte. Pasaron por peores semanas, como a mediados de mayo, cuando repartieron alimentos entre unas 110 familias cada semana. Ahora rondan las 100: «Demasiada gente», se lamenta Carmen. Son menos porque los trabajadores empiezan a incorporarse a sus plantillas conforme avanza la desescalada. La mayoría vive sola o su familia está formada por tres miembros, «pero los hay hasta de ocho». Casi todos «han venido a hacer la temporada y se han quedado atrapados en la isla sin trabajo ni salario», señala Sonia. «Y hay muchos formenterenses; no todos son de fuera», alerta.

11.25: Ojos como platos al ver abierta una tienda « boutique-souvenirs» en la carretera de Sant Ferran a Sant Francesc. ¿A quién venderán recuerdos si no hay turistas?

11.48: Previa limpieza de las manos con desinfectante, echo la Bono Loto en Sant Francesc (vuelvo a pringarme tanto que mancho el boleto). Si toca me refugiaré en Saint Pierre Miquelon, colectividad territorial francesa de ultramar (situada frente a Nueva Escocia y Terranova) que sólo ha tenido un caso de Covid-19 y cero muertos. Y allí hace fresquito.

11.51: después de más de dos meses de estado de alarma, cumplo el sueño de acodarme en la barra de un bar (La Estrella), una de esas pequeñas libertades que uno se puede dar cuando está en fase 3. Hay que celebrarlo a lo grande. Descarto un Rioja, pues estoy de servicio. Opto por algo más duro: una Coca Cola Zero on the rocks con raja de limón. Intento convencer a quien está a mi lado a cantar a coro 'Maitechu mía', pero se niega. El camarero lleva mascarilla. Nosotros dos, no. En los comercios todos deben llevarla. Caprichos del confinamiento difíciles de entender.

12.32: llego a es Pujols con el propósito de comer allí. Está muerto. Los tres dependientes de un súper están de cháchara en la calle, con las manos en los bolsillos. Al lado hay otra tienda de souvenirs y juguetes para la playa en cuya puerta han colocado un flotador-flamenco hinchado como reclamo para atraer ¿clientes? Los rent a car están cerrados. Hay una peluquería abierta y un par de bares. En el paseo marítimo (donde hay tanto silencio que hasta se oye trinar a los pájaros) no hay ni un bar, café o restaurante operativo. Algunos están en plenas obras. Parece febrero. En la playa, dos mujeres se bañan y otra toma el sol. El agua está de fantasía. Sólo hay un pensionista sentado en el murete hablando por móvil con sus nietos. Hay numerosos carteles de 'Se alquila'. Vista la escasa oferta culinaria, regreso a Sant Francesc.

13.40: probablemente, el dueño de 'Bon Temps' no ha caído en que el nombre de su bar es demasiado optimista para los tiempos que corren, pero tampoco es cuestión de llamarlo 'Qué desastre de época nos ha tocado vivir, ostras'. Está preocupado. Tiene ocho empleados y todos están de ERTE. Trabaja 15 horas al día y ni así, asegura, llega a cubrir gastos. Cree que esta temporada será «gris», pura supervivencia. Veranearán en Formentera «las clases medias-altas; las medias-bajas estarán a dos velas». Pero afirma que «hay ansias por venir a la isla». El problema es que «las fronteras siguen cerradas, no hay turistas» y los datos de infecciones en Italia y Reino Unido no son nada halagüeños. «No sé cómo lo hacen los hostales que ya han abierto», comenta con una marcada mueca de sorpresa. Con trabajadores, le cuento que me acaban de explicar en es Caló: «Ni con esas», rebate.

13.41: me soplan que hay un Majoral en Sant Francesc. Arrebato para comprar los pendientes y naturalizarme en Marta Sánchez, o quizás en Marta Díaz. Chasco, ya está cerrado y no abren por la tarde.

14.35: en la playa de Llevant ondea la bandera verde. Hay dos socorristas para cuatro personas que toman el sol. Ese paraíso de aguas turquesas y arena blanca está casi vacío.

14.52: nadie en el puesto fronterizo hacia ses Illetes. Apenas circulan vehículos en ese camino de tierra.

14.57: en la playa de ses Illetes, frente a la isla Rodona, no hay ni dios. Hay bandera verde para nadie. En la siguiente playa, la más extensa, sólo 16 personas. Hay tan poca gente que una gaviota planea a escasos centímetros de la arena. Ningún chiringuito o restaurante activo. No hay un solo barco o lancha anclados en ese tramo de costa. Sólo hay dos hombres practicando kitesurf. Mi bicicleta es la única aparcada en el estacionamiento. En toda la zona de Llevant sólo hay tres mujeres (jugando a palas) y dos críos. El pasado año, por estas fechas, no cabía un alfiler.

16.00: en Formentera son difíciles los 'Encuentros en la tercera fase' porque apenas hay gente en la calle. La Savina está casi desierta. En su puerto, el 90% de los negocios están cerrados, con sus escaparates tapados con lonas, periódicos o pintados. Parece Detroit. Sólo funcionan un par de negocios de alquileres de motos y bicis de su extensa oferta. De fondo, el ruido de las obras de acceso a la zona portuaria.

16.30: «Si quieres alquilar una moto, hay un hombre que suele pasar por aquí cuando llega el barco», explica Gonzalo Cornet cuando me ve leer el aviso de cierre de negocio temporal de un rent a car de la Savina. «Están casi todos cerrados. No tiene sentido abrir ahora. No hay nadie», dice. Este argentino vive en el 'Stuart Secrets', un barco de vela y madera de iroko al que se le ha averiado el motor. Lo compró en el Reino Unido en septiembre. Navegó a vela desde allí todo el otoño hasta llegar a Formentera a comienzos de diciembre. Viajó entonces a Argentina y regresó a finales de enero: «Y me cogió el confinamiento». Sin trabajo, apenas tiene dinero y debe bastante («lo devolveré todo»), pero dice que se basta con «un poco de pasta y de arroz». Adquiere la proteína pescando. Cuando le arreglen el motor, posiblemente ponga rumbo «a un sitio de Grecia» que tiene en mente y que prefiere no concretar. Se alegra al conocer que en ese país nos están adelantando por la derecha: ya se han abierto al turismo y sólo han tenido 2.937 casos y 179 muertos. Sonríe.

18.00: para subir al 'Nixe' con destino a Ibiza, paso otro control de la Guardia Civil. Sólo me pide el DNI, pero le doy el salvoconducto del diario, el certificado de empadronamiento, mi carné de socio de la Asociación de Vecinos de Can Bonet y un resumen de mi historial académico en la EGB.

18.05: un miembro de la tripulación me pregunta, antes de embarcar, si me han tomado la temperatura en el control sanitario. «Es que no hay control sanitario», le respondo. Otro tripulante le dice que basta con el de la Guardia Civil. Licencias de pasar de fase 3 a fase 2.

18.35: un marinero insiste al mismo tipo de por la mañana que es obligatorio llevar la mascarilla puesta. Se la ponga ya. Apenas hay medio centenar de pasajeros. Sopor por el balanceo y el CO2 que espiro. Las gafas se vuelven a empañar. Temperatura: 23º. Viento: 29 km/h. Humedad: 90%. Estado de la mar: rizada. Ninguna otra embarcación navega entre las islas.