Es un sueño, eso es cierto. No importa la playa a la que uno se desplace -incluidas Platges de Comte, algo extraordinario-, que encontrará sitio para poner la toalla. Así, tal cual. Sin pelear por su vida con la pareja de enfrente y sin necesidad de compartir pareo con la familia de al lado. Sin embargo, a pesar de que la costa ibicenca, a 5 de junio, ha sido reconquistada por los residentes y autóctonos de la isla, el sentimiento que se respira es agridulce. Los más de 22.900 expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) que ha registrado Ibiza desde que comenzara la crisis por el coronavirus, además de todas las personas que contaban con encontrar trabajo durante la temporada y que cada vez ven más lejos esa idea, tienen la culpa. La ausencia de turismo y de trabajo, unido a la incertidumbre y al miedo a no llegar a fin de mes, provocan que los cálidos rayos del sol y la tranquilidad que se respira en las playas sirvan de mero placebo a la población ibicenca. (Mira aquí todas las fotos)

En la bahía de Santa Eulària, Patricia Bocanegra, una sevillana de 35 años residente en la isla desde hace ocho, disfruta del sol junto a un grupo de amigos. Está en ERTE, informa. Hace años que trabaja de camarera en un hotel del municipio y, al igual que el resto de alojamientos turísticos, aún no han abierto. «Todo está un poco en el aire. Sobre el 11 de junio tenemos que estar preparados para incorporarnos algunos de los empleados, pero no se sabe nada», relata Bocanegra. Es el segundo mes que el SEPE no le ingresa su sueldo, de momento, pero, por suerte, su pareja y ella tienen un dinero ahorrado del que van tirando. «Nosotros tenemos ahorros pero hay gente que no tiene ni para comer porque viven al día», lamenta. A pesar de su situación, confía en que los hoteles abran pronto y «se solucione un poco la situación de todos». Mientras tanto disfruta de la tranquilidad y la limpieza de las playas sin que estén «hasta los topes» de turistas, algo que «no había visto nunca». «Por lo menos tengo tiempo de ir a la playa, en verano nunca puedo», confiesa.

No muy lejos, María (nombre ficticio), de Bolivia, se refugia del sol con una sombrilla junto a su hijo de 3 años. Lleva siete años en la isla y ahora no tiene trabajo. «Iba a empezar en abril en un restaurante en Siesta, pero llegó el coronavirus y se paró todo», recuerda. En su casa, su marido tampoco tiene empleo fijo. Trabaja en jardinería cuando sale algo y, mientras tanto, sobreviven con los 415 euros de ayuda que reciben del Ayuntamiento. «También nos dan vales para hacer la compra», agrega. En su opinión, la población de la isla debe ser responsable para no permitir que «haya un rebrote» que, además de provocar más muertes, evitará que regrese el turismo. «Ibiza necesita a los turistas», remarca.

En ses Figueretes no son muchas las personas que disfrutan de la playa, repleta de algas de principio a fin. El tiempo tampoco acompaña, aunque lo que se echa en falta son «turistas». El propietario de un comercio de artículos de playa y alimentación de la zona que prefiere no desvelar su identidad, critica que desde el Ayuntamiento de Vila no se hayan preocupado de «limpiar las playas» antes de reabrirlas, ya que «encima de que no vienen turistas, si están sucias, no va a venir nadie». En su tienda, las ventas se han reducido a «un refresco, agua, un heladito, alguna cremita de sol y snacks». «Los únicos que vienen a la playa son las personas de la isla y la mayoría o están en ERTE o no cuentan con trabajo, por lo que las ventas dejan mucho que desear», lamenta.

«El verano depende de lo que hagan el aeropuerto, los turoperadores y los hoteleros. Son los únicos que pueden presionar para que se abran las puertas al turismo. El pequeño negocio está esperando con los brazos abiertos», incide. En esta zona trabajan mucho con alemanes, holandeses, americanos -de los que, dice, ya se pueden «estar olvidando»-, así como con australianos, coreanos y japoneses... pero el turismo nacional también «es importante». Tras 14 años regentando su negocio, recuerda haber pasado por varias crisis complicadas, como «cuando se hundió el barco 'Don Pedro'; la crisis de 2008 y las obras del año pasado», que le obligaron a abrir su negocio en julio. «Ahora también tenemos obras en la carretera [señala enfrente], es lo que faltaba ya», critica.

Tiempo de reflexión

Tiempo de reflexión

En la otra punta de la playa, dos mujeres charlan a la sombra bajo el puesto de socorrismo. Como casi cada día, ambas recorren las calles de Vila repartiendo currículums y luego charlan junto a la orilla. Una lleva 16 años en Ibiza y viene de Puerto Rico, la otra llegó hace cuatro meses con la idea de hacer la temporada. Es la primera vez que visita Ibiza y las expectativas no son demasiado buenas. Nacida en Cabo Verde, llegó de Madrid a casa de un compatriota hace unos meses, en la que reside junto a la familia de éste. «Llegué a la isla y empezó la cuarentena, así que me ofreció su casa para pasar el confinamiento con ellos», comenta la recién llegada. «Busco trabajo de limpieza o cuidando a ancianos, pero ahora no hay nada. Ojalá Dios me mande algo», confía. A su lado, su 'compi' tampoco lo ha pasado bien. Tenía trabajo, pero debido a la crisis se quedó sin él. Desde entonces, ha tenido que dejar su habitación, se ha mudado a casa de un amigo y sobrevive con la ayuda de los Servicios Sociales. La comida se la facilita Cáritas. A pesar de todo, confía en que esta crisis ayude a que la sociedad se «replantee sus valores» y, mientras, disfruta de la arena, el sol y el mar, al que considera su segundo hogar.