Al llegar a Las Dalias, el visitante se va a encontrar con que ahora solo puede pasar al mercado por uno de sus accesos laterales, junto al camino que va al agroturismo Can Curreu. Allí se han colocado unas barreras para marcar un pasillo de salida y otro de entrada, donde dos trabajadores van rociando unas alfombras desinfectantes para el calzado y ofreciendo gel hidroalcohólico a todos los que van a penetrar en el recinto. (Mira aquí todas las fotos)

«A partir de aquí, debes llevar mascarilla para recorrer el mercado, a excepción de las dos terrazas con zonas de bar y restaurante, donde te puedes sentar a tomar algo», detalla el propietario, Joan Marí, conocido por todos como Juanito de Las Dalias. Con las nuevas medidas de seguridad, ahora cada puesto queda separado entre dos y tres metros de distancia de los vecinos, de manera que se ha tenido que fijar un sistema de turnos rotatorios para que todos los artesanos del mercado puedan trabajar.

«Abrimos con 60 vendedores, cuando somos unos 200 en total, aunque algunos de ellos no han podido viajar hasta Ibiza y otros han preferido no trabajar esta temporada, como si fuera un año de excedencia», apunta Marí. Así, la semana que viene Las Dalias acogerá otra sesentena de puestos diferentes a los de la reapertura.

Un soplo de normalidad

De momento, el mercadillo solo abrirá los sábados. «Si Dios quiere, en función de la desescalada, nos iremos adaptando a las medidas que marquen las autoridades para ir ampliando el aforo y abrir también el Nightmarket de los lunes, según vaya viniendo el turismo», augura Marí. No obstante, no oculta su satisfacción por abrir las puertas, «porque ya hay muchísimas ganas de empezar».

En el parada de las hierbas y licores autóctonos de Can Fluxà, su propietario, Joan Tur, da buena fe de que todos ellos deseaban que llegara este día. «En junio, nuestro objetivo no son los resultados, porque la gran ilusión que tenemos es recuperar algo que, aparentemente, ya es vida normal, aunque vayamos poco a poco, con mucha paciencia y cuidado», subraya Tur.

Los primeros clientes empiezan a llegar poco antes de las once de la mañana y una pareja saluda a Tur de manera efusiva, pero a un par de metros de distancia. El joven, Gabriel Romero, admite que no ha llevado bien estos días de confinamiento. «Da esperanza pasear por aquí y comprar alguna cosa, por eso venimos», comenta.

La poeta instantánea

En la terraza trasera ya hay dos mesas con clientes y, al pasar la cabina del disc jockey, la música pierde protagonismo ante un sonido tan evocador como inesperado. Tania Panés deja de mecanografiar y sonríe al darse cuenta de la sorpresa que genera su máquina. «Es una Smith Corona de 1920, la compré en el norte de California». «En los años anteriores he estado viajando mucho y escribiendo en la calle», explica.

Panés está escribiendo unas notas sobre el libro 'Sleepless nights', de Elizabeth Hardwick, pero ella suele trabajar a partir de las propuestas de los clientes. 'Tú me das el tema, yo escribo el poema', es el logo de su puesto. A partir de ese reto, mecanografía una poesía o microrrelato en un cuarto de folio, que recita antes de entregarlo en un sobre. «El cliente elige el precio que quiere pagar», detalla.

«Las Dalias me acogió muy bien y estoy encantada de volver aquí con un espacio para la creación literaria, que es muy importante», valora la escritora. En un puesto cercano, la diseñadora Marta Fofi responde sin dudar que echaba de menos «la alegría de la venta directa y el contacto con la gente».

Alegría con el cliente

«Tengo una tienda online, pero no tiene nada que ver», subraya Fofi, «porque hablar directamente con el cliente da mucha vida». Ella no ha dejado de trabajar durante el confinamiento en casa, dando forma a sus broches de madera y accesorios alegres y coloristas, de estilo « mediterranean pop». «También suelo vender en el mercado de Sant Joan, pero sigue cerrado y no se sabe cuándo podrá reabrir», lamenta Fofi.

Todos los artesanos acostumbran a vender en varios puntos durante la temporada y, de momento, desconocen qué pasará con el resto. Juan Vega y su pareja, de By Korium, también tienen un puesto en el mercado de es Canar para su artesanía de piel, «pero ese depende del hotel y todavía no se sabe nada», advierte. «El confinamiento lo hemos aprovechado para producir en el taller de casa y la verdad es que vino en el peor momento posible, cuando se hace la gran inversión para comprar el material para la temporada». «Pero de momento, ya es un gran logro recuperar este puesto», destaca.

En todos los puntos de venta se observan las botellas de gel hidroalcohólico. Incluso, en el de D.Dog Ibiza lo han colgado de una de las barras que sostiene el puesto para ofrecerlo a los clientes. «Les aconsejamos que no toquen el material, pero si quieren hacerlo, les damos desinfectante y guantes por seguridad», explica Vanessa Zurdo, que vende complementos y collares para perros de diseño y elaborados artesanalmente.

Zurdo muestra el protocolo sanitario que han recibido todos los vendedores nada más llegar al mercadillo, con indicaciones para que se protejan con mascarillas. Precisamente, en el puesto vecino, The Tree Boys, la diseñadora Laura Serrano ha convertido este producto sanitario en una prenda con estilo propio.

Esta joven costurera hizo una donación de 100 mascarillas en Santa Eulària para repartidores y trabajadores que siguieran en primera línea al inicio del confinamiento, elaboradas con las mismas telas que usa para sus accesorios. «Me empezaron a pedir más, sobre todo para niños que tenían problemas con las tallas, hasta que me animé a venderlas», recuerda.

En su puesto, ofrece varios modelos vistosos con mapamundis, héroes de cómic o unos ojos , «que llevan los filtros TNT y se pueden lavar para reutilizar». «Desearía no haber hecho ninguna mascarilla, pero, ya que tenemos que llevarlas, al menos que sirvan para dar un toque de alegría», destaca Serrano.