Apenas había comenzado el confinamiento. Silvia Dopico, responsable de logística sanitaria del Área de Salud de Ibiza y Formentera (servicio que desarrolla Cogesa para la concesionaria), había acabado de llegar a casa del trabajo. Iba por el pasillo cuando se cruzó con su hija pequeña, de seis años, que se apartó un pelín de ella. Un pequeño movimiento, apenas unos centímetros, que no ha conseguido quitarse de la cabeza esta trabajadora de uno de los servicios de la sanidad pública pitiusa que, siendo esenciales, han pasado muy desapercibidos. (Ver galería de imágenes)

«Al principio tenía miedo. Era algo desconocido, no sabíamos a qué nos enfrentábamos», comenta desde detrás de la mascarilla, en el hospital, a unos metros del edificio en el que ella y sus compañeros han pasado la pandemia trabajando 24 horas y donde se las han visto y deseado para acoger todo el material que llegaba. «Jugábamos al tetris», bromea. Ahora la situación está más controlada, pero aún recuerda aquellos primeros días en los que, al recoger en la barca de Formentera la caja con las muestras para las pruebas de coronavirus de esa isla, la manipulaban «como si fuera una bomba». Al entrar en las zonas con pacientes contagiados para llevar material, los carteles que alertan del peligro les hacían ser conscientes del riesgo. Además, indica, han estado en contacto con el personal de primera línea cuando acudían al almacén a pedir material de protección: UCI, plantas F y G, de las Unidades Volantes de Atención al Coronavirus (UVAC), Ca na Majora... «Sobre todo al principio, luego ya lo llevas con más tranquilidad, especialmente cuando te hacen las pruebas y te dicen que todos hemos dado negativo. Entonces piensas que algo hemos hecho bien», indica.

Durante buena parte de estos dos meses en logística han trabajado las 24 horas -«tres turnos con un tiempo entre uno y otro para desinfectar»-, lo que ha implicado hacer turnos de noche y trabajar también sábados y domingos cuando antes únicamente había alguien de guardia. Las jornadas han sido largas. De más de doce horas algunos días. «Había que hacerlo», señala, restándole importancia, Dopico, que asegura que en ningún momento ha faltado material de protección para los profesionales. «Pero sí ha estado muy controlado y se ha dado en función de lo que establecían los protocolos. Lo que necesitan en las plantas Covid-19 no es lo mismo que en otros servicios», apunta. Cada vez que algún profesional acudía a pedirlo, explica, tenían que llamar para que lo autorizaran. El único servicio al que se le ha dado todo lo que pedía, ha sido UCI. Todas estas peticiones se concentraban durante las mañanas. Las atendían una tras otra, afirma la responsable de logística, que confiesa que durante estos meses le ha costado conciliar el sueño «alguna noche».

Limpieza en la UCI

Limpieza en la UCI

Esto mismo le ha pasado a Toñi Cruz, una de las limpiadoras de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de Can Misses. Eso sí, ella asegura que ha vivido estos dos meses con tranquilidad y sin miedo a contagiarse a pesar de que pasaba su jornada laboral en el punto crítico del coronavirus en Ibiza. Eso no quita que los primeros días, sobre todo cuando empezaron a llegar enfermos muy graves con Covid-19, no sintiera un poco de agobio.

«Luego ya vas adaptándote», concluye la limpiadora, que destaca que durante la pandemia, en la unidad todos se han implicado por igual, desde la ja jefa del servicio, Paz Merino, hasta ella y su compañera Laura (ambas de la empresa En Equip): «Todos, médicos, enfermeras, auxiliares... Se han dejado la piel. Sobre todo los supervisores, Manuela y José». Estos días se ha acordado mucho de la intensivista y exdirectora médica, Elena Bustamante, a la que tenía «mucho cariño». Para ella, una muestra de que todos los profesionales de la unidad se respetan y valoran unos a otros es lo que ocurrió hace sólo unos días, cuando la gerencia les agradeció su labor durante estos meses: «Hablaron varios compañeros y también me hicieron hablar a mí».

Ella, como todos los demás, se ha tenido que enfundar el buzo (un mono completo) para limpiar la UCI. Ahora ya se pone todo el equipo de protección con mucha soltura: «Es coser y cantar, pero al principio, ponérmelo y quitármelo me daba unos sudores...», comenta riendo al visualizarse con el mono. «Soy tan chiquitina que me iba gigante», justifica. La gravedad de la situación que ha vivido estos días no impide que hubiera momentos de risas. Como cuando con el equipo completo (buzo, gorro, guantes, gafas, doble mascarilla...) no lograba distinguir qué compañero tenía al lado hasta que éste no se lo decía.

No todo han sido risas. Ha habido días en los que se ha venido abajo. Confiesa que es «de lágrima fácil» y ver a los enfermos intubados, pensar que sus familias no podían visitarles, y a los sanitarios desviviéndose por salvarles le llegaba al alma. «Aún me emociono», comenta mirando al techo del hospital y parpadeando rápido para que no se le escapen las lágrimas. Toñi, que lleva ya 14 años trabajando en la UCI del hospital ibicenco, recuerda especialmente a un sacerdote que estuvo más de 40 días ingresado. Y a un carpintero al que cada vez que entraba a limpiar el box, cuando estaba ya recuperándose, le decía que lo veía «como una rosa».

Enchufes y otras reparaciones

Enchufes y otras reparaciones

Arreglar un enchufe con tres guantes en las manos es una de las pruebas a las que se ha enfrentado el personal de mantenimiento del Hospital Can Misses, indica Javier Martínez, encargado de este servicio no sanitario subcontratado por la concesionaria a la empresa Grupo Soler. «La actividad ha ido de más a menos», comenta recordando que la primera actuación de él y sus compañeros relacionada con la pandemia fue ayudar a poner en marcha Ca na Majora, en el viejo Can Misses, donde trabajaron codo con codo con la concesionaria, que se está encargando de la reforma del edificio. «Cuando vi lo que estaba pasando en China y en Italia hablé con la concesionaria y les dije que en previsión de que algo parecido llegara aquí teníamos que revisar todas las máquinas de presión negativa de las habitaciones de aislamiento», explica.

En esos primeros momentos tuvieron también que regular las puertas para dar un repaso a las instalaciones antes de que empezaran a llegar pacientes con coronavirus, ayudar a habilitar espacios de cara a la pandemia... Y todo ello con una plantilla un tanto reducida ya que algunos de sus compañeros pertenecían a grupos de riesgo. «Es un edificio al que se le da mucha batalla y las tres primeras semanas fueron de sudor y sangre. Después ya te adaptas a las nuevas rutinas», indica. Entre esas nuevas rutinas está ponerse material de protección cuando han tenido que entrar en un espacio en el que hay un contagiado, desinfectar todo constantemente y lavarse las manos «50 veces» en cada jornada laboral. «Ahora todo eso es ya una costumbre», comenta Javier, que acumula una decena de protocolos diferentes que seguir durante este tiempo. «Cambiaban constantemente», afirma.

Una de sus preocupaciones durante el confinamiento ha sido que se rompiera algo importante y que no tuvieran la posibilidad de repararlo bien porque no pudieran llegar las piezas bien porque los técnicos de máquinas muy especializadas no pudieran volar hasta aquí. «Han tenido dificultades. Los han llegado a parar hasta dos veces», comenta en referencia a una avería en Hemodiálisis.

Javier confiesa que al principio tuvo miedo. «Básicamente por la desinformación», justifica el responsable de mantenimiento que reconoce la implicación de sus compañeros: «Se han comportado de diez». Lo de la desinfección lo han llevado tan a rajatabla que, incluso, se han pasado, recuerda entre risas. En su afán de matar con cloro los virus que podrían haberse llevado de una zona Covid quemaron dos fuentes de alimentación y algún móvil. A partir de ese momento redujeron las pulverizaciones del líquido desinfectante.

Javier se toma con prudencia la desescalada. Ha pasado dos meses sin ver a sus padres, que superan los 70 años, a los que no ha querido poner en riesgo. «Una semana antes de que se decretara el estado de alarma ya les dije que no iría a verles porque esto era muy serio. Luego, hasta que no nos hicieron las pruebas y dieron negativas, los veía, pero desde lejos», relata el responsable de mantenimiento, que para desconectar del coronavirus al llegar a casa tiene un método infalible: «Ponerme música».