Hay que ser muy valiente o ser un optimista desaforado para abrir un negocio en fase 2. O estar agobiado por las facturas. Para muchos, quitar ayer el candado de sus negocios se convirtió en un acto de fe, pues apenas disponen de datos fiables para confiar en la reactivación del turismo. Sólo la fe les mueve. Pero se ve que hay poca, pues la hostelería de Sant Antoni inició ayer tímidamente esta nueva fase de la desescalada. La mayoría de los locales continúan cerrados y los que se han reactivado no parecen muy convencidos o lo hacen a medio gas. Los hay que, incluso, han puesto el cartel de se alquila o se vende.

Y pocos son los alojamientos que recuperan su actividad. El hostal Marí, de los pocos que trabajan todo el año, ya comenzó la pasada semana con seis clientes. Esta semana ya se podrá desayunar en su cafetería. Pero como se pregunta Toni Marí, uno de sus encargados, «¿realmente se puede abrir un negocio cuando no hay clientes? Porque si se abre, encima se ha de contratar personal».

Fuentes de la patronal hotelera detallaron que hay al menos cuatro establecimientos de Sant Antoni que ya han anunciado que permanecerán cerrados este verano. Son de tamaño medio o pequeño, pero hay uno con numerosas habitaciones que ha optado por proseguir las obras en las que se había embarcado a comienzos de marzo.

Sofía Serra Torres, copropietaria del hostal Marino, forma parte de los empresarios corajudos y emprendedores del pueblo dispuestos a plantar cara a esta crisis. El 11 de mayo fue la reapertura tanto del alojamiento como de la terraza (no más de cuatro mesas), y ayer ya se podía desayunar en su cafetería interior. «Yo me salvaré», repite Serra varias veces, como para darse confianza en este mar de dudas que asalta a todo el sector. Trabaja «todo el año, sobre todo con gente del pueblo» en el bar, y con trabajadores y comerciales que proceden de la Península en el hostal (20 habitaciones). De estos últimos tiene «clientela fija desde hace 15 años». Sabe que no le van a fallar, y de hecho no lo han hecho en estas dos últimas semanas. No tiene claro, sin embargo, que vengan turistas este verano, especialmente extranjeros: «Y españoles no habrá para todos». Aún tiene a la mitad de sus trabajadores en ERTE, pero «en un par de semanas» los rescatará «a todos».

Nuevo cuatro estrellas

Nuevo cuatro estrellas

El problema le surgió cuando, una vez sacó fuera del expediente de regulación a los primeros, tuvo que empezar a pagar la Seguridad Social íntegra de toda la plantilla, 17 empleados. Pese a la crisis que se avecina, Serra no ha parado las obras de construcción de un hotel de cuatro estrellas anexo al Marino, que se alargarán todo el verano para, si es posible, inaugurarlo la temporada del año 2021. Como el hostal, sus camas estarán disponibles todo el año.

Seguirá cerrado, de momento, el hostal Florencio, dada su dependencia del turismo extranjero. Su propietario, Juanjo Planells, dice que recibió ayer un aluvión de reservas, pero para julio, que es cuando, en una fecha por determinar, ofertará sus habitaciones. Critica que aerolíneas como Jet2 hablen de recuperar vuelos «sin aclarar con cuánta capacidad».

Otro hándicap para recuperar la actividad es «la incertidumbre de los ERTE», que confía que se puedan prorrogar hasta el 31 de octubre: «Si no, se pondrá en peligro la viabilidad de la planta hotelera de la isla», que está seguro que este año no se activará al completo, entre otras razones porque «si sólo llega el turismo nacional, las ocupaciones no superarán el 30%», y con esas cifras no les resulta rentable. Precisamente, Ana Gordillo, copropietaria del hostal Mallorca y presidenta de la patronal hotelera, señala que reactivar su negocio antes de julio «es inviable». «La mayoría de las reservas son de extranjeros para junio, de manera que si no pueden venir, no tiene sentido abrir ahora».

El hotelero Juanjo Planells advierte de que, ahora, «funciona una economía circular, de la gente del pueblo, que colapsará si no llegan turistas». Coincide con él Antonio Reyes, cordobés al mando del bar Progreso: «Trabajamos, de momento, con gente de aquí. Pero si no hay turismo, no habrá trabajo, de manera que los de aquí no tendrán dinero para tomar una cerveza o un café».

La cafetería Bonet no pudo hasta ayer empezar a servir comidas, bocatas y cafés, pues no tiene terraza. En consonancia a lo que dice Reyes, Joan Bonet, su propietario, admite que vive «indirectamente del turismo». Sus clientes beben un cortado antes de ir a trabajar o van allí a comer a mediodía o de noche: «Pero si están en el paro, nada. Y hay muchos que no han cobrado aún el ERTE. Ya lo están pasando mal». Llevaba una semana preparando la reapertura.

Cerca, una limpiadora pone a punto el hostal Dinamarca. Las Kärcher echan humo estos días, como en el bar El Patio, que ayer adecentaba su terraza de cara al fin de semana. En XDXT (ex Los Amigos), nada más reabrir tras dos meses cerrado, Chouki se tomaba un café. Trabaja en una obra en el vertedero. Lo peor para él ha sido tener que estar alejado de su mujer y de sus dos hijos, que viven en Maruecos, durante todo el Ramadán, que acabó el domingo, un periodo que habitualmente pasa junto a su familia.

A primeras horas de la mañana, una excavadora limpiaba la playa de s'Arenal, donde aún había pegados a palmeras y a la caseta del socorrista carteles de prohibido el baño, que ya es posible. No parecía haber mucho interés por zambullirse legalmente por primera vez esta temporada, como si fuera el 1 de enero. A las 12 horas, sólo dos padres con su bebé paseaban junto a la orilla.

Recuperar el pulso económico y las plantillas requerirá mucho tiempo. En La Guay trabajan ahora cuatro personas, cuando hace un año, por estas fechas, había ocho, calcula Christian Dintl, propietario que tomó las riendas de este negocio y lo renovó hace dos años. Si en julio hay movimiento, contratarán a más. Han tenido que reducir también horarios: ahora funcionan de 8 a 16 horas; antes, de 6 a 18. «Este año, mientras no perdamos», se da con un canto en los dientes. Nunca cierran, pero según vaya la temporada, podría hacerlo en enero y febrero. Lógico, pues los empresarios temen que, si en verano no hay actividad, el invierno será muy crudo. Habrá una legión de parados y de personas sin recursos que difícilmente gastarán lo poco que tengan en darse un capricho en el bar: «No habrá dinero», avisa.

En ses Variades, un equipo de mantenimiento pone a punto el Mint. Según uno de los técnicos, los locales de la zona de la puesta de sol calientan motores para abrir pronto. Como en los barcos que transportan pasajeros entre hoteles de la bahía, ahora abarloados en el puerto. Aitor Torres, del 'Mistral', cree que es difícil conocer cuándo podrán volver a navegar: «La incertidumbre es total. Quizás en julio lleguen turistas y a mediados de ese mes empecemos los viajes». La empresa para la que trabaja cuenta con cinco embarcaciones y una docena de empleados, incluidos los taquilleros: «Ahora no trabaja ninguno».

Iván Ribera y Pedro García empezaron a servir en el Al Andalus en cuanto lo permitió la fase 1. Normalmente, por estas fechas tenían cinco empleados más a sus órdenes. Ahora se las han de apañar solos: «Y aun así no nos salen las cuentas». Sus clientes son, mayoritariamente, locales, pero como otros empresarios, viven «indirectamente» del turismo: «Si los vecinos no trabajan, no ganan dinero y no gastan aquí».

Dudan hasta los novios. El párroco de Sant Antoni, Francesc Xavier Torres Peters, dice que las bodas «se han trasladado a después del verano». Sin saber dónde se podrán alojar los invitados ni si habrá vuelos para que lleguen desde la Península, pocos se atreven a apostar por celebrar su matrimonio en julio o agosto: Peor es el panorama para las bodas de extranjeros, que no son pocas.