La última vez que hablé con David Callau Gené hará apenas dos meses, pero parece que fuera otra vida. Yo estaba en Auschwitz y él andaba por Bangkok, cada loco con su tema; yo sintiendo cosas para transmutar en palabras y él, sin lugar a dudas, plasmando vivencias en grandes y coloridos murales. Desde que aterrizara -más o menos- en Madrid, donde abrió una galería en el prestigioso barrio de Salamanca: 'Desearte', donde se ubica su estudio, me va invitando a inauguraciones y por Dios que trato de no perderme ninguna. No he visto a ningún artista que se maneje como él, no solo en el arte de pintar, sino en el de pintar en directo y esos eventos suyos destilan performances con música, actores convertidos en personajes de cuentos y muchísima pintura. Alterno las amigas que me acompañan y quedan siempre por igual, anonadadas. Va y resulta que el arte no es un rollo ni tampoco asunto de intelectuales.

Hace años que me meto con él -desde todo el cariño que por él albergo- porque no importa que vayamos a un restaurante de lujo, no le conozco las manos limpias. Todo él es, de una manera literal, de colores.

David Callau Gené es un artista de Cambrils que estos días abraza Madrid desde lo más alto de la plaza Jacinto Benavente y viaja en metro hasta su estudio. Se siente solo como nunca antes. Esta cuarentena le ha sorprendido con la grave enfermedad de alguien muy cercano y él no puede estar. Otro maldito caso de abrazos imposibles cuando más nos hacen falta. Preguntarle aun así a David «¿estás creando?» sería igual de absurdo que preguntarle si respira, así que no lo hago y en su lugar le hago ese otro tipo de preguntas como cuáles son los colores de estos días, o dónde vive la creatividad y sobre ese vínculo firme e irrompible con Ibiza, el lugar donde nos conocimos en 2014. Él exponía precisamente en el Club Diario de Ibiza una colección titulada 'Malas vidas'. A mí me pidió que le acompañara un amigo «porque a ti te van esas cosas» y él quería hacer méritos con alguna admiradora de Callau que no recuerdo, pero conociendo a mi amigo, debía de estar muy buena. La exposición estaba llena de maléficas criaturas y, entre ellas, un par de lienzos con vidrios rotos y repletos de azules dedicados al Mediterráneo de Ibiza y a mí, que me pillaba inmersa en la preparación de la segunda edición del Foro Turismo Ibiza que dedicábamos al Mediterráneo. Recuerdo al lector que el fantasma que nos rondaba entonces no era el coronavirus, sino otro casi igual de tenebroso: las prospecciones. Así que me ofrecí a ayudarle a desmontar aquella exposición y enrollando lienzos, le invité a comer al día siguiente. Tengo que decir que, mientras comíamos y yo le lanzaba una metralleta de argumentos sobre hacer una exposición dedicada a ese Mediterráneo dentro del Foro y le describía la altura, la luz del espacio, las entradas y las salidas y hasta la banda sonora, él no me hacía ni caso. O sí. Porque simplemente asentía mientras me hacía un retrato en un cuaderno entre los platos de pescado. Lo tengo mirándome despeinado mientras escribo esta entrevista.

Porque en este punto tengo que decir que para mí turismo y cultura, y economía y cultura, y política y cultura, van siempre, sí, sí, sí de la mano. Pero de verdad. No como he visto hacer tantas veces: un señor con traje que pasa frente a un cuadro y solo se detiene para hacerse una fotografía con la que llenar los periódicos, o en el estreno de una obra de teatro donde posa junto a un actor sin tener la más mínima intención de preguntarle qué le mueve las tripas. Nos espera una crisis dramática, no tengo dudas. Como tampoco las tengo de que saldremos antes y más fuertes si quienes nos gobiernan, entre grandes palabras, se detienen a escuchar lo que dice, por ejemplo, la pintura. Y Callau, con su carga de soledad y tristeza estos días, pero pintando, es un ejemplo vivo, y sus cuadros, estoy convencida, serán un grito.

¿Con quién estás pasando la cuarentena? ¿Dónde la estás pasando?

Solo en un apartamento en el centro de Madrid. Tengo la suerte de tener un gran ventanal en un octavo piso donde no hay nada, nada más que el horizonte, una vista despejada a este maravilloso cielo de Madrid que paso horas mirando estos días.

¿Cómo te encuentras? ¿Cómo te llevas con esta soledad?

Cuando no sabes bien qué está sucediendo, en algún momento determinado te planteas qué es la vida. Y bueno, aquí estoy, alimentándome para no pintar cosas feas. Lo que quiero es transmitir ilusión y fantasía, eso es ahora lo necesario.

En tu confinamiento, además de trabajar y crear, porque sin duda estás creando mucho, ¿a qué más dedicas el tiempo? ¿ves televisión? ¿estás haciendo algo de deporte?

Televisión no, no, pero tampoco antes. Yo no veo apenas televisión. Hago deporte, es importante para mí. Soy una persona muy activa. No soy deportista, pero en mi día a día -el de antes-, me muevo y ahora, pues hago ejercicios, sobre todo, por la mañana. Empezar la mañana con ejercicio para mí es importante. Y hay una cosa que me encanta y es cocinar. Lo he aprendido de mis dos abuelas fantásticas y maravillosas y cocino. Ahora para mí solamente pero me entretiene, me gusta, me despeja la mente estos días.

Dicen aquello de 'mens sana in corpore sano', pero ¿dónde queda la creatividad? ¿Alma? ¿Espíritu? ¿Dónde la sitúas?

¡Guau! [Duda] Haría una mezcla. Tienes que crear tu propio mundo para poder crear arte. No sirve estar pintando y estar pensando en la realidad de fuera: en facturas, en ivas, en autónomos, en hijos, en mujeres, en hombres? Tienes que ser muy muy individual dentro de tu estudio, sea donde sea. Tenga puerta o no tenga puerta. Pero en esa burbuja radica que tú has de tener espíritu, alma, corazón, hombre, mujer, sexualidad, piel, no piel? Todo tiene que estar metido ahí y tienes que ser tú. No creo en las creaciones en serie, en pintores en grupo. Tienes que estar en ti mismo, aunque muchas veces llores, rías y al mismo tiempo te enfrentes en no saber qué va a suceder cuando todo eso salga a la luz.

Es un viaje muy interior y de algún modo, cuando estás dentro, da igual lo que esté sucediendo fuera. Es cuando has acabado y toca mostrarlo cuando ya piensas: «Bueno, ¿lo entenderán? ¿Qué percibirán de esto?»

Muy bien. Yo cuando estoy dentro siempre digo que soy el mejor del mundo. Pero el mejor del mundo con todas mis cosas buenas y mis cosas malas. Lo que pasa es que, cuando sales fuera, te encuentras con toda la realidad: gente que te cierra las puertas, grandes galeristas que te vuelven a cerrar la puerta, otros que te dan oportunidades y luego están los clientes que vas ganando en el tiempo y luego, esa meta que va a llegar si tiene que llegar. Estamos en una sociedad donde hay artistas muy buenos. Algunos tenemos la posibilidad de seguir adelante, hay otros que tienen que hacer otras cosas para poder continuar, pero cuando estás creando, yo creo que tienes que creerte que lo que estás haciendo, es bueno. ¡Luego ya veremos lo que va a suceder! Pero tú has de estar convencido. Has de estar recibiendo un mensaje, plasmando un mensaje, pero disfrutando al final. Hay unos hilos de alguien que te mueve desde el cielo. Siempre lo he dicho. Yo desaparezco.

Te sientes una herramienta de algo más.

Sí, es lo que pienso. Hay alguien que mueve esa batuta y tú desapareces. Estás creando ¡yo qué sé por qué mezclo el amarillo con el naranja y el naranja con el rojo! No me lo planteo. Y no pienso en que luego, fuera, están las realidades: pagar el autónomo, el trimestre, IPC? eso has de hacerlo luego, cuando has salido de ese lugar.

¿Qué echas de menos estos días de confinamiento que no hubieras imaginado?

Echo en falta los abrazos. Muchísimo. Echo en falta abrazar y decir mucho más: «Te quiero».

Otra cosa que valoraremos dentro de nada, cuando alguien te diga un «te quiero» cara a cara ¡qué importante nos sonará eso! Y al contrario, ¿hay algo que pensaste que echarías de menos y te das cuenta de que no?

El consumo. Soy una persona muy sibarita, que me gustan las cosas y ahora, me doy cuenta, de que no hace falta tanto. Puedo ser todo: puedo estar en una fonda comiendo entre hippies, pero tengo un «morro fi» como dicen y ahora, me he dado cuenta de que no extraño eso: el consumo. Y, ¿sabes? Hay una cosa que me sucede con los labios. Voy a preparar un mural conjuntamente a un grupo que se llama Dueto Silento, de Castilla la Mancha, donde también la pandemia ha sido bastante dura. Es un tributo a la gente de allí. Partiendo de una molécula de virus, cruzándola, negando su existencia de alguna forma; matándola, quitándola de aquí; va a empezar a dibujarse una esfera y de ella va a salir un rostro y de ese rostro, la esperanza y yo no puedo cubrirle los labios a esa esperanza. Yo quiero, quiero ver los labios de las personas. Quiero esos labios carnosos, sabrosos, de los cuales salen palabras maravillosas.

Y besos. Dentro de nada volveremos a besarnos y los besos nos sabrán a gloria. Cuéntame, qué estás creando, qué te está naciendo de dentro estos días.

Pinto desde que ha empezado el estado de alarma, me armé de valor, usé todo lo que tenía en casa de precaución, subía a un metro vacío, vacío, con una sensación de solitud y esas tres, cuatro paradas, las he vivido también con mucho silencio, observación. Empaparme desde ese espacio vacío que es ahora Madrid también me ha ayudado muchísimo a inspirarme y estoy trabajando a puerta cerrada, reuniendo elementos para poder continuar.

Así que esta soledad del trayecto, de lo que es la calle, te está afectando más que la soledad de solo tú en una casa.

Es lo que más he repetido estos días cuando alguien a quien quiero me pregunta desde el otro lado del teléfono: «¿Qué estás haciendo, David?», «Me estoy alimentando del silencio». Estoy encerrándome en el estudio para pintar lo que está sucediendo y lo que repercute en la humanidad. Ya sé que habrá un mensaje que tendremos que dejar para la posteridad. Todos: el poeta, el escritor, los políticos? Nosotros, los artistas, tendremos que dejar algo de lo que está sucediendo. Y yo ahora necesito ilusión, necesito fuerza, necesito magia. Necesito que haya luz. Luz al final, pero yo, si la puedo encontrar antes, mejor que después.

Mejor antes que después en todos los sentidos, ¿cuánto puede resistir un estudio cerrado, una galería?

Mis estudios siempre han sido nómadas. A mí no me importa estar en Tarragona, en India, en Bielorrrusia o en Madrid. Cada vez que cierras las puerta, los cinco primeros minutos existes, pero después, lo que ocurre es que te creas tu propio mundo. Yo aquí, en Madrid no es como en Cambrils, donde tengo mi vivienda y mi estudio juntos y si me canso subo, y pinto y despinto. Aquí tengo un trayecto. Yo puedo desplazarme a mi lugar de trabajo, pero evidentemente, mis exposiciones han caído. Estos días tenía exposiciones en Rusia, Bélgica y Alemania y todo se ha cerrado. Y yo aún debo dar las gracias a personas que me han emocionado, que tenía piezas encargadas y llaman y dicen: «David, tenía este cuadro encargado, ¿te parece si te lo pagamos y así pintas?». Es alucinante, ¡alucinante! Que haya gente que sigue creyendo, que haya gente que quiera que tú no pares. Porque sabemos perfectamente que no es una «necesidad» la pintura en estos momentos. No es un artículo de primera necesidad, pero sí hay quien piensa: «Pero David vive de pintar». Y obvio que mi pintura refleja mi estado, o el estado de la humanidad, lo que está sucediendo en el mundo, pero también hay una parte de negocio de la que yo vivo desde hace tiempo y doy gracias. Y tenemos que seguir adelante, pero para seguir adelante hace falta que haya gente que también continúe apostando por comprar arte.

Este año habías estado trabajando en Bangkok y en Alemania. Pero antes has estado, por ejemplo, en Estados Unidos, Bélgica, Francia o Bielorrusia, ¿qué ha de tener el arte para ser universal?

Cuando llegas a cualquier país del mundo, a cualquier ciudad, lo que tienes que hacer es involucrarte con ese lugar. El arte tiene que ser auténtico. Tiene que despertar las sensaciones y las emociones. Te guste más la técnica, el trabajo, el color? ¡lo que sea! Pero tiene que ser auténtico. Y tiene que describir lo que tú quieres decir realmente con los pinceles. No me sirve hacer unos rayotes y que me digas que «eso es el cielo y el universo y eso es el punto de la luna». Si la luna en Turquía se ve espectacular, la vas a transmitir con tu manera de trabajar; con tu forma, tu estilo, pero ha de ser auténtico. No me vale tampoco que me digas que este es tu diálogo y allá donde vas, sea siempre el mismo. Hay artistas que conozco que quizá están en el top, pero no se mueven de una tesitura, porque eso funciona, y para algunos galeristas eso funciona. Yo creo que el arte tiene que describir cómo estás tú, cómo está la sociedad en la que estás viviendo, sea en Hong Kong, sea en Madrid o, como he estado ahora, en Bangkok viviendo como ellos, sintiendo como ellos y viviendo las situaciones en el momento. Así es como siento que tiene que ser el arte: auténtico.

¿Eres de los que creen que la humanidad, que las personas van a salir mejores de esta experiencia?

Sí. Totalmente. Y los que no salgan más humanos, más personas de todo esto, es que no son personas. Es que no les importa una mierda lo que está sucediendo en esta vida.

El otro día charlaba con Raúl Cimas -un personaje maravilloso-, y tuvimos ocasión de hablar del arte efímero: desde los 'ninots' de las Fallas hasta las obras hechas de tiza en las aceras a los castillos en la playa. En tu caso has trabajado en infinidad de 'performances' o escenografías, ¿qué crees que ofrece la caducidad al arte que con la inmortalidad es imposible?

¡Guau, vaya pregunta! [Duda] Yo creo que llega mucho más algo que en un momento dado, tiene una fecha de caducidad. Yo necesito crear algo en lo que, de algún modo, esté involucrado el que está viendo la obra. Por ejemplo, ahora estoy trabajando en una escenografía para el Teatro Bolshói (Moscú), de danza y yo creo que el mensaje es mucho más intenso. Necesito que haya una fusión entre el espectador y mi trabajo y eso lo consigues, evidentemente, estando tú en vida, cuando tus cuadros estén donde tengan que estar: si tienen que estar en un museo, donde tengan que estar? Pero si hay una comunicación entre el artista, el producto y el espectador, el eje es brutal. Y eso se puede conseguir en actuaciones efímeras o caducas, que se van.

De algún modo, no se van, sino que transmutan, se quedan en la sensación que has creado o ha creado el espectador.

El próximo evento que tenía y espero, va a quedar, es una de estas danzas que he realizado en el Bolshói y encierro a una bailarina en cuatro paredes blancas y ella no puede salir hasta que yo trazo sus aberturas en esas puertas de lienzos blancos. Hay una sensación, ¿sabes? Yo no esperaba lo que está sucediendo, pero de algún modo yo ya invitaba a la gente, sin sospecharlo, lo predecía en esta obra ¡estoy encerrando a alguien dentro de un espacio! Y creo que ese mensaje, si lo puedes trasladar, ahora, llegará mucho más, evidentemente. Y ese espectáculo es efímero. No va a perdurar.

Ibas a hacer una 'performance' de Semana Santa que se ha quedado en el tintero. Además del impacto visual de la obra, me impresiona lo que tiene ahora de simbología: una Semana Santa cancelada, la pintura derramada por unos pies descalzos sin que nadie haya llegado a verla. Háblame del significado de tu Semana Santa.

Esta obra fue, bueno, iba a ser, gracias al actor Santi Senso. Vino a decirme que iba a hacer de Cristo en la Pasión Viviente de Cáceres. Allí es una representación de gran importancia. Los diferentes artistas que iban a colaborar tenían que pintar un cuadro, basado en él, y yo le propuse ir un paso más allá y junto al fotógrafo Jesús Umbría, que es un fotógrafo que me apasiona, decidimos hacer un happening, en el cual, con perdón de Dios, porque soy muy creyente, pero no he leído apenas Escrituras y no sabía que había tanta simbología en lo que hicimos, en lo que preparamos: desnudo, cuerpo entero; yo hice de pincel para vestirle con sábanas, mancharle con pintura. Al mismo tiempo, preparaba en un lienzo lo que sería la crucifixión para después descolgarle de la cruz que será -o sería- una fusión entre el lienzo, su piel, los harapos y la mano del fotógrafo, y lo que me impresionó fue que, mientras él se estaba cambiando, yo me lavé los pies, allí mismo, bajo la cruz. Jesús entonces dijo: «¡Esta imagen, David! ¡Esta imagen es genial!». Luego vi La Pasión en una de las películas, María Magdalena y al ver esa escena, ese pasaje de cuando está en los olivos, ¡lavando los pies a los apóstoles! Exclamé: «¡Que Dios me perdone! ¡He colgado a Cristo, lo he descolgado y me he lavado los pies!». Esta sesión que estamos realizando estos días es muy bonita y no la hemos podido presentar porque se ha cancelado la Semana Santa.

Para los creyentes esta cancelación tiene una dimensión difícil de imaginar. Pero esta no era tu primera obra religiosa. También tienes un San Pedro en Cambrils.

En 2011 gracias a que yo pude realizar la escultura en el paseo marítimo de Cambrils cedí aquella obra al pueblo por si, en algún momento, ese Dios quiere que yo llegue a una meta ansiada, que el pueblo tenga algo mío. Y para mí, que nuestro patrón, San Pedro, esté en la iglesia, es un inmenso privilegio. Pero también hice una interpretación de la Virgen de Gracia en la iglesia de Villar de Cantos y en 2017 hice una exposición titulada Siete Palabras, mientras estaba refugiado en Zaragoza. Allí también hay una Semana Santa muy contundente y la dediqué a una congregación que hay que se llama así: Las Siete Palabras.

¿Qué colores predominan en tus pinceles estos días?

Yo estaba transmitiendo, no sé por qué, mucho rojo, mucha muerte.

Pero esta muerte tuya no tiene que ser el fin, sino el cambio de una cosa a otra.

Sí. Totalmente, hay muertes de muchos formatos, pero yo volvía a estar utilizando rojo, mucho rojo. No sé por qué, pero empecé con esa trayectoria de sangre y muerte.

Vamos a pasar del rojo sangre al azul Mediterráneo. Te conocí en Ibiza

Es obvio -yo nací en el Mediterráneo- que tengo el azul metido dentro de mí. Yo el azul, esté donde esté, lo necesito. Y el Mediterráneo es algo que está dentro de mis venas. ¿Qué sucede? Estoy en Bielorrusia, por ejemplo, o en lugares interiores, muy cerrados y cada vez que trabajo en una serie, necesito abrir una ventana. Necesito representar un rostro que me esté mirando, que me esté cuidando, pero también, abrir una ventana que dé al mar. Me encanta transmitir el mar de todas sus versiones: abigarrado, tormentoso, con fuerza. Me gusta el vigor. Esa calma, el velero, esa tranquilidad, es apetecible, pero no, a mí no me llega. En 2004 hice esa primera exposición que es la que te da las alas para volar, en el Palacio de la Música.

Sí, 'Amares'. A Ibiza trajiste después 'Volver a mar'.

Sí. Fue un trabajo exhaustivo, una exposición maravillosa en un espacio fantástico y una crítica muy buena, y eso me dio unas alas para seguir adelante, pero cuando coges una línea de pintura siempre hay muchos críticos, galeristas, que les gustaría que tú siguieras esa línea, esa trayectoria que funciona. Muchos decían: «No tienes que moverte de aquí. Tú tienes que transmitir siempre el mar, tus marinas, tus mares, el 'clásico renovado'». Y es evidente que yo no puedo estar siempre pintando el mar, aunque siempre debo volver al mar. Por ejemplo, ahora estoy con tres exposiciones dedicadas a la danza que ¡me alucina! Pero cuando estoy con tanto volumen de danza, debo volver a los azules del Mediterráneo. Los necesito. Me llenan, me oxigenan y ya puedo volver a otra serie.

¿En qué crees que será distinto el Mediterráneo? Este descanso de la naturaleza, ¿en qué se va a percibir?

Yo creo que ahora ese mar va a tener un descanso. Muchos lo han dicho, supongo. Evidentemente que siento que muchos estén sufriendo por esto, que haya pérdidas, que esté sucediendo lo que está sucediendo, pero yo creo que la naturaleza, el mundo nos está dando un mensaje ¡Sintiendo mucho lo que ha sucedido y ojalá no se perdiera, no se hubiera perdido nada en el camino! Pero algo hemos hecho mal.

Cuéntame algo del Foro de Turismo Ibiza, ¿qué recuerdas de tu paso por allí?

Pues ¡qué fuerte lo que te voy a decir! Lo que más recuerdo, lo más vivo: el olor a ilusión, a fuerza. Me sentí como en una gran ciudad. El perfume que se respiraba dentro del Foro, fue de grandeza. Algo mágico. Se respiraba ese buen hacer cuando el envoltorio, la imagen que organizas se acopla tan perfectamente a la seriedad, a la importancia de la ponencia. Es muy bonito cuando el arte se involucra. Fue maravilloso ver mezclar las disciplinas. Podría decirte: «Las ponencias, la profesionalidad», pero lo que envolvió ese foro era de un espacio de una magnitud de Nueva York. Visioné un gran trabajo.

Tienes un vínculo profundo con Ibiza, de esos que son para siempre.

En 2005 fallece mi gran amigo Jordi. Él y yo trabajábamos en Ibiza, desde el 96, 97. Él es uno de los motivos por los que yo siempre vuelvo a la isla. Siempre. Yo he conocido mucho la noche de Ibiza, también he vivido el día de Ibiza y la seguiré viviendo porque es una isla que me encanta, llena de contrastes. ¿Que ha cambiado? ¿Que antes ha sido más hippy? ¿Que ahora no sé cuánto?? A mí me parece una isla maravillosa donde yo me alimento. Me he alimentado del arte que transporta gente en su cuerpo y que va desde el pasacalles hasta bailar en las discotecas. Me encanta, como bien has dicho antes, el arte efímero, el que al día siguiente, ya no está. Quizá para otra rúa, para otra historia, pero ya es otro tipo de espectáculo, otro tipo de maquillaje. Es alucinante. Ibiza es alucinante.

Y no hay nada que te motive más a agarrar el momento, porque luego ya no estará. Lo vives o ¡lo has perdido!

Yo eso en Ibiza lo disfruto muchísimo. Intento en los meses de verano escaparme. Volvería para transformar mi arte en mi persona o en personas que hay allí. Y bueno, Ibiza es arte por todos los costados: desde el amanecer, el atardecer, y sé que la isla cambiado, pero es porque todos nosotros hemos cambiado. Yo ya no tengo veinte años, tengo cuarenta y pico y el otro debe tener setenta. Así que gracias a Dios que cambiamos: para mejor o para peor, yo eso ya no lo sé, pero que tenemos que cambiar, es evidente.

Recuerdo un día que paseamos por Dalt Vila y dijiste, bueno, en realidad, creo que dijiste mucho más en lo que no dijiste. Te quedaste en silencio y allí, en una callejuela, paraste y dijiste: «Viviré aquí un tiempo».

[Risas] Sí. Yo siempre he dicho dos cosas en realidad ¡tan diferentes! Voy a acabar viviendo en Manhattan o en Ibiza. Y no tienen nada que ver.

¡O en ambas! ¿Por qué ibas a tener que escoger? No se me ocurriría preguntarte: «¿pintura o escultura?». ¿Por qué ibas a tener que elegir? Cuando puedes pintar, esculpir y vete a saber qué sentir que te toca hacer mañana.

[Risas] ¡Claro! Tienes toda la razón. Pero bueno, Ibiza para mí es y será siempre muy especial. Yo prometí a mi amigo que no dejaría nunca de ir a la isla. Ibiza siempre fue un escape. Supongo que para muchos lo es. Algunos se han quedado y otros necesitamos volver, volver.

Esta charla tiene en su letra pequeña que nos apuntamos una cerveza pendiente. Yo, en este caso, si te parece bien, te propongo que la tomemos en Dalt Vila, en alguna de aquellas callejuelas en las que quieres vivir.

Pues sí, me hará muy muy feliz, de verdad. Muchísimo.

Y ya como despedida, ¿qué te gustaría decirles a todos los lectores, a los que están confinados en soledad, a los que están temiendo por lo que nos va a venir después y especialmente, a los que están convalecientes o han perdido a alguien?

Existe un silencio que está entre el cielo y la Tierra, que es uno mismo. Que se escuchen. Que siempre hay una voz de la esperanza, hay un camino que se va a abrir enfrente de nosotros. Entendiendo que las personas que han perdido a alguien, las personas que estamos pasando por un momento delicado, es mucho más complicado mantener ese silencio, pero estoy seguro, estoy seguro: hay una luz, hay esperanza. Y que hay una creencia. Que cada uno crea: sea en Buda, en Dios, en la energía, pero hay «algo», algo que debes escuchar. Una voz y esa voz la tienes dentro de ti. Y siempre hay una meta importante en la vida: seguir adelante. Yo creo que si la sigues, si la persigues, la consigues. Y siempre hay un momento, como en mi caso, para estar en vida y abrir la puerta de un museo y ver una pieza de David Callau y espero que ni esta pandemia, ni la crisis que pueda venir a partir de ahora, pueda con esto. Pero no tan solo para mí, sino para todos los artistas; que se vuelvan a abrir esos telones, que se vuelvan a abrir esas butacas para los cines, para los escritores, para los poetas.

Y para el que no está en casa confinado y no es artista, a lo mejor nunca se ha atrevido a tocar una brocha, o los lápices de colores, ¿por qué le aconsejarías crear algo? ¿Qué va a aprender, qué va a ganar creando?

Creo que muchos decimos: «El tiempo no nos da, no sabría hacer esto». Cuando tú creas, hay un momento determinado en que desapareces y te involucras dentro de un mundo propio y eso es fantástico. Porque quitas las cábalas, las paranoias de lo que podrá suceder. Entiendo, por supuesto, que hay una realidad, un turismo, unos restaurantes que van a sufrir? Que esto no va a ser fácil, pero crear, crear es bonito. Es mágico. Pasa algo cuando estás creando. Yo les diría que dejen que «este algo» pase.