Ni el confinamiento ni la pandemia entiende de fronteras. Algunos de los extranjeros que viven en Ibiza todo el año no han dudado en quedarse en la isla, mientras que otros han tenido que elegir entre pasar la crisis motivada por el coronavirus en su país o en Ibiza, incluso hay quien se ha tenido que ir y solo piensa en volver.

Edelgard (69) y Gerd Schaeffer (70) llevan 20 años entre Ibiza y Alemania. Como buenos germanos, hace tiempo que tenían programado un viaje, de ida y vuelta, a Düsseldorf para realizar unas gestiones. El 29 de marzo, con las medidas de confinamiento en vigor, viajaron a su país con escala en Palma. Eso sí, no dudaron en hacerse una mascarilla casera con la copa de un sujetador. «Fue un viaje complicado pero bien organizado. En los aeropuertos había mucha limpieza y seguridad», destacan. La idea era volver el 19 de abril, pero con los vuelos cancelados, a su pesar, tienen que quedarse en Alemania, desde donde aseguran que volverán «muy pronto a la mejor isla del mundo».

Este matrimonio, ella canta en un coro y él es fotógrafo, se siente muy bien en su casa de Santa Eulària, desde donde ven el mar y son aficionados a las caminatas, conocen los lugares más recónditos de la isla. La pareja vivió tres meses en África en condiciones mucho peores a las impuestas por culpa de la pandemia, algo que les fortaleció y ahora no sienten miedo.

También piensan que en Ibiza se está muy bien Ulrike y Hans Horst, (ambos 76 años) que suelen pasar la mitad del año en la isla y el resto en Alemania. El matrimonio, tenía previsto viajar hace unas semanas a su país: «En el último momento cancelamos el viaje y nos quedamos en Santa Eulària. No queríamos tener ningún percance en el aeropuerto», dicen. Durante el confinamiento aprovechan para contemplar la salida y la puesta del sol desde su casa, leer y escuchar música, aunque Ulrike echa de menos sus paseos, y Hans, como no le gusta andar, está contento porque dedica más tiempo a la pintura.

Una decisión más complicada es la que tuvo que tomar Oliver Merlin (47), británico, hace aproximadamente un mes. Aunque vive en Ibiza desde 2013 con su mujer Sarah y su hijo Jean-Jacques, casi todas las semanas viaja a Londres desde donde asesora a empresas en tecnología, estrategia y organización. Hace casi un mes, Merlin tuvo que elegir entre quedarse en Londres para cuidar a su madre o volver a Ibiza. Al final, aunque su madre está sola, como se encuentra bien de salud, decidió volver. En una situación parecida se encuentra su suegra, por lo que es difícil controlar la ansiedad.

Pintor, además de asesor estratégico, ha tenido que dejar aparcados los lienzos porque vive en Sant Carles y su taller está en Santa Eulària, así que junto a Sarah se ha convertido en profesor de primaria. «Las enfermeras y los maestros son auténticos ángeles en la tierra. Admiro cómo un profesor puede controlar a 25 niños, ¡si nosotros casi no podemos con uno!», dice.

En estos días, Merlin echa de menos no poder expresar sus sentimientos a través de la pintura, aunque confía en que ese momento volverá pronto. Sin miedo, apunta que se siente afortunado «por estar en una zona donde la enfermedad no ha golpeado con tanta fuerza como en otros sitios», algo que en su opinión, se debe a que «la mayoría de los habitantes son conscientes de la situación y se toman las medidas en serio».

Británica como Merlin, Diana Armstrong (61) lo tuvo claro desde el primer día. Su vida está en Ibiza y por nada del mundo se iba a ir a Londres. «En Ibiza me siento protegida porque tengo amigos a mi alrededor que me pueden echar una mano si lo necesito». También se muestra contenta con sus nuevos vecinos «siempre dispuestos a ayudar». Algunos los ha conocido gracias a los aplausos de las ocho de la tarde, un momento que considera «muy entrañable y emocionante».

Diana tiene bastante experiencia en confinamientos, ya que desde 1976 hasta 1982 vivió en Irán, durante la Revolución Islámica que terminó con el Sha de Persia, y luego la guerra contra Irak. «Allí no podíamos salir a la calle por la amenaza de las bombas y los disparos, solo para comprar comida, que era difícil de conseguir». Además, la gente se pensaba que ella era estadounidense, por lo que era mejor que no la vieran. «Ahora estamos mucho mejor», sentencia.

Profesora de inglés como lengua extranjera, está pendiente de sus padres de más de 80 años. «No sé cuándo les volveré a ver», dice. Al principio, también estaba preocupada porque en su país parecía que no querían tomar ninguna medida pero, «poco a poco han ido aprendiendo», sostiene. «La situación que estamos viviendo parece una película, algo que no es real», concluye.

De corazón español y cabeza alemana, Dieter Sroka (63) tiene toda su vida en Ibiza, donde lleva 31 años. Su principal preocupación son sus hijos, uno de ellos está en Burgos, donde trabaja. El otro, fue a Madrid para una entrevista de trabajo, y allí se ha tenido que quedar, con algunos síntomas de coronavirus, aunque espera que pueda volver pronto.

Mientras, trabaja en la nueva edición de IbizArt Guide aunque la mayoría de sus clientes, artistas que venden su obra sobre todo en verano, están viviendo una incertidumbre que también afecta a su publicación. Así que estos días aprovecha para leer con detenimiento la prensa alemana mientras desayuna. «Los alemanes se han comportado igual que los españoles, han llenado sus casas de papel higiénico», dice. Con menos personas afectadas por el Covid-19 considera que los germanos reaccionaron antes como lo demuestra la cancelación de la feria de turismo de Berlín. Sroka se muestra esperanzado de que tras esta catástrofe algunas cosas mejoren, «como los precios de los alquileres. Al final se verán cosas positivas, excepto los fallecimientos y los enfermos, que nos van a hacer pensar más en la vida», concluye.