Lo que comenzó como unas vacaciones en familia se ha transformado en una pesadilla para los hermanos Tur Ribas. Nieves, Fina y Vicente llegaron a Perú el 8 de marzo y tan solo una semana después el Gobierno del país estableció el estado de alarma por la crisis del coronavirus. «Llevamos desde entonces intentando volver, pero no hay manera», lamenta Fina. Con el espacio aéreo nacional cerrado y la imposibilidad de alcanzar la capital limeña por tierra, ya que «las plazas de los autobuses las asignan las embajadas», y la de España «no lo hace», lo único que piden estos ibicencos es que les «ayuden e indiquen» cómo volver a casa». «Cada vez que llamas a la embajada es lo mismo. Eso si te cogen el teléfono», comenta Tur indignada.

«Si contestan, tienes que contarle de nuevo toda la historia a la persona que responda el teléfono. No entiendo cómo no tienen nuestros datos si les hemos explicado nuestra situación mil veces», agrega desesperada. Con una cuarentena férrea y un toque de queda de 20 horas a 5 de mañana, los hermanos pasan las 24 horas del día en el hotel, tratando de volver a Eivissa. «En nuestro hotel habían muchísimos extranjeros y ya solo quedamos 14 o 15. A nosotros no nos ayuda nadie. Y si cierra el hotel, ¿dónde vamos?», exclama Fina. «Hoy [por ayer] salía un vuelo de ingleses que iba a Lima. Había muchísimas plazas vacías y aún así no hemos podido viajar. ¿Qué está haciendo nuestra embajada?», pregunta al borde de la desesperación.

«La embajada no ayuda»

La información que reciben en el aeropuerto se contradice con la que les proporciona la embajada, y «cada día es igual». Al parecer, podrían montar en uno de los aviones que viajan a la capital, si la embajada española lo autorizara y, de ahí, tratar de buscar un billete a Madrid o a Barcelona. «El problema es que la embajada dice que ellos no pueden ponernos en esa lista», explica la afectada. Tras comprar varios billetes, cancelados o perdidos, y ante la imposibilidad de llegar al aeropuerto por el confinamiento, decidieron ir a la comisaría central de Arequipa, donde uno de los oficiales les aconsejó «coger un taxi pirata» para llegar hasta Lima. «Con el dinero que le vais a tener que pagar él se las ingeniará para llegar a Lima y luego regresar solo, no hay duda», comenta Fina que le sugirió el agente.

«Tenemos las maletas listas y en medio de la habitación porque el 31 y el 1 hay vuelos a Lima. Esperamos poder viajar. Estamos desesperados», admite. Con la crisis del coronavirus en auge en prácticamente todos los países, los hermanos Tur ignoran qué sucederá en Arequipa si los infectados aumentan y critican que el Gobierno no les «tenga en cuenta» en ningún momento. «Si no fuera por los grupos de Whatsapp y de Facebook nos sentiríamos solos. Desde la embajada no nos han llamado nunca», asegura cansada.

Sin salir de Goa

En Goa, Santiago Vidales también se siente inseguro. Llegó a la India en noviembre para pasar el invierno en el país asiático, antes de regresar a Eivissa para empezar la temporada. «Me vine con el dinero justo y ahora voy tirando con lo que me mandan familiares y amigos», comenta. Afincado en un pequeño pueblo a 15 kilómetros de la ciudad, y con billete de vuelta «de momento» para el 15 de abril tras varias cancelaciones, Vidales ve cómo alguno de los vecinos de su barrio se apartan a su paso cuando sale a comprar, o incluso cómo le niegan el suministro en algunas de las tiendas. «Ayer [por antes de ayer] fui a comprar huevos y la de la tienda empezó a gritar « close, close» . Menos mal que un señor se apiadó y me los vendió», recuerda Vidales. «Aquí todo está cerrado. Decretaron la cuarentena para un día, luego para dos y luego para tres, pero nadie se aprovisionó pensando en un mes», explica el leonés afincado en Eivissa, que debido al cierre de las tiendas recibe alimentos del casero y de algunos de los vecinos. «Me van trayendo la justo, por eso estoy bien. Aunque ayer me dieron agua caducada de hace unos meses. Pero voy tirando», añade.

Preocupado por la salud de su madre, que se encuentra en León con coronavirus, y su padre, con quien ella convive y que ya tiene décimas de fiebre, Vidales se pregunta cómo será su vuelta a Ibiza, sin trabajo y «nada de ahorros para poder tirar». «Va a ser empezar de cero por completo», reconoce.