Mi estancia en Madrid para pasar unos días con la familia quedó truncada con la declaración del estado de alarma por el coronavirus. A partir de ese momento el único objetivo era conseguir un vuelo de regreso a casa, Formentera, tras la cancelación del que tenía reservado. De las compañías que habitualmente cubren la línea con Ibiza, solamente Iberia ofrece tres vuelos a la semana: domingo, miércoles y viernes, y por fin el miércoles puedo volar. (Ver galería de imágenes)

Tras 15 días sin salir de la casa familiar en Madrid cojo un taxi hasta el aeropuerto Adolfo Suárez. Es sabido que los taxistas son siempre una fuente de conversación y en este caso Francisco Manuel Contreras se muestra muy comunicativo: «Usted es la excepción del día, llevo toda la mañana de voluntario, como muchos compañeros, para llevar a personal sanitario a los hospitales y a sus casas, hace días que no hago un viaje al aeropuerto o a Atocha [terminal de trenes], llevo desde las 6 de la mañana trabajando [son las 14.15 horas] y solo he hecho hospitales, usted es el primer cliente de pago».

Mientras sigue la charla, la circulación por la M40 es fluida. Apenas hay coches y algunos camiones, y justo cuando hablamos de hospitales y de pacientes aparece un vehículo transportando botellas de oxígeno: «Esto es lo que hay...», comenta.

Ya en el aeropuerto no se ve ningún tipo de control, salvo el habitual de seguridad para acceder a las puertas de embarque. En el interior todas las tiendas están cerradas y solo hay un mostrador vallado en el que sirven bebidas y bocadillos. En los paneles que informan del embarque aparecen pocos vuelos, entre ellos el de Ibiza en la puerta J42 de la T4.

Pasajeros

En la puerta casi todo el pasaje está ya a la espera. Mariano Martínez, un artesano residente en Formentera, regresa de Mozambique, tras un periplo de casi siete días desde el país africano, donde la situación se complicó: «Salí de Maputo, tenía un vuelo hasta Madrid, pero el lunes cerraron y me dieron otro a Lisboa, allí me alquilé un coche, menos mal que tenía dinero, y me fui a Madrid a casa de mi madre, luego ya conseguí este vuelo». Cuenta que el viaje por carretera desde Lisboa a Madrid fue normal, con muy poca circulación y bastantes controles: «En la carretera todo bien, me pidieron papeles pero lo tenía todo justificado». En cambio, relata que sabe que la situación de varios conocidos de Ibiza en Goa y Bali no es nada favorable: «En India hay gente de Ibiza completamente colgada, la embajada no está haciendo nada y hay como 50 personas que viven en la calle, porque no les dan hotel ni encuentran billete para volver. Allí a los españoles los echan de los hoteles y ahora mismo en Bali pasa lo mismo, la embajada española tendría que hacer algo con Asia porque hay mucha gente que lo está pasando mal, sin techo y sin vuelo de regreso».

A la distancia reglamentaria está Valerie Anderson, una artesana que reside en Ibiza desde hace 36 años. Casualmente regresa también de África, de Tanzania, y no pudo coger los últimos vuelos desde allí porque venían llenos, por lo que voló a Lisboa: «Como no había vuelos busqué un autobús hasta la frontera y en Badajoz cogí un tren hasta Madrid». Reconoce que cuando surgió la alarma y estaba en un país lejano no se lo tomó «muy en serio»: «Pero ha evolucionado muy rápido, luego me di cuenta que era serio y ahora solo tengo ganas de estar en mi casa de la Cala de Sant Vicent». Anderson expresa su inquietud por lo que pueda pasar este verano con su sector, el de la artesanía, «creo que esta temporada será diferente», comenta.

Siguiendo en la fila está Diego Martínez, que viene desde México pero haciendo escala en La Habana: «He estado una semana en Cuba escapando del Covid-19 de México, que estaba en la misma situación que España hace dos semanas». En Cuba fue al consulado y le aconsejaron regresar: «Agarré el primer vuelo que había, que fue el último para extranjeros». Martínez es sumiller y vive en Puig d'en Valls, donde ahora espera a ver cómo evoluciona el sector de la restauración y ocio, «lo vamos a notar», afirma.

Luis Montes es un trabajador de Cadagua que vuelve de vacaciones de Valencia, donde pensaba celebrar las fallas: «Regreso con retraso porque esto es lo único que he encontrado para reincorporarme al trabajo en Ibiza, a Madrid he llegado en tren». Este vecino de Sant Antoni señala que toda esta situación se vive «con un poquito de histeria, porque si escuchas las pautas sanitarias son sencillas, pero hay mucha incertidumbre». Añade que laboralmente les han reducido y separado los turnos.

Embarque y vuelo

A la hora del embarque los pasajeros se empiezan a arremolinar alrededor de la puerta sin respetar las distancias. Se forman cuatro grupos y van pasando de uno en uno, pero la organización es muy lenta. La mayoría del pasaje va provisto de mascarilla y guantes.

El acceso al avión comienza poco a poco hasta llegar al pasillo, donde la estrechez hace que se borren las distancias entre las personas y los contactos son constantes. El personal de a bordo tampoco lleva equipos de protección. «Esto es para denunciarlo», comenta un pasajero de las primeras filas en voz alta.

Lo que más llama la atención es que la distribución de los asientos no se ha hecho respetando la distancia de seguridad. Hay bastantes filas de tres butacas que están todas ocupadas una tras otra, mientras que al final del aparato hay filas vacías. Una vez acomodados se produce el típico baile de cambio de asientos para liberar espacio entre las personas, aunque algunos pasajeros, pudiendo cambiarse de sitio, hacen todo el viaje ocupando los tres asientos de la misma fila.

Una vez todos sentados, el vuelo transcurre con absoluta normalidad e incluso aterriza en el aeropuerto de es Codolar con algunos minutos de adelanto. Al llegar a la terminal los 92 pasajeros aún tenemos que esperar varios minutos para pasar por el control de la Guardia Civil. Después de habernos rozado durante el vuelo aquí sí que se mantienen las distancias ante las imperativas instrucciones de un agente de la Guardia Civil, que organiza tres colas.

Ya en el puerto de Ibiza, camino de Formentera, de nuevo otro control de la Guardia Civil, con preguntas sobre el motivo del viaje, antes de embarcar, a las 19 horas, rumbo a la Savina. El incierto viaje llega a su fin.