¿Es consciente de que el mensaje con el que anunció su jubilación en las redes sociales es un breve relato que le anima a uno la vida?

Me costó mucho escribirlo. Lo intenté dos veces y me entró llorera, porque han sido muy emotivos estos años. Al final me dije ‘sea como sea, lo tiro para adelante’, y escribí un mensaje que no quería que fuera lacrimógeno ni triste, sino un resumen de mi paso por la entidad y de mi vida. Ser director de la ONCE es lo más importante de mi vida, pero sobre todo quiero agradecer la rehabilitación que me facilitaron en su momento, porque me cambiaron la vida como quien da la vuelta a un calcetín.

Sorprendía que en su despedida revelara que pasó un tiempo deprimido al perder la vista, cuando destaca por ser una persona alegre y firme.

Cuando viene gente a la ONCE que está pasando por ese mismo proceso y los veo tan hundidos, les digo ‘oye, yo no soy un superman, no he estado siempre así y ya he vivido la misma situación’. Sabes que te estás quedando ciego, que ya no puedes leer, ni ir a por tu cuenta a los sitios. Yo aún no tenía 30 años cuando perdí lo que me quedaba de vista. y me encerré en casa prácticamente, no tenía vida.

¿Cómo fue el proceso de pérdida de la visión?

Es una enfermedad degenerativa que se llama retinosis, en la que se van muriendo las células de la retina. De pequeño veía bien y, sobre los ocho años noté que perdía visión nocturna. Después se fue cerrando el campo visual y estuve unos años que mantenía la agudeza de la vista frontalmente, sobre todo del ojo izquierdo. Pero la panorámica que podía ver era muy estrecha, de manera que no veía abajo ni a los lados y tropezaba con las señales, farolas y con todo. Poco a poco se fue apagando y me pegó un bajón muy grande de la vista en la adolescencia y otra a los veintipico, hasta que se perdió.

¿Pasó por algún tratamiento?

Yo me afilié a la ONCE en el 88, pero solo venía alguna vez cuando atendían los trabajadores sociales y nunca me había planteado implicarme más, porque ni tenía ganas ni era capaz de salir de Sant Antoni solo o pillar el autobús sin compañía. No me iban bien las cosas, ya solo veía la luz y me fui desesperando. Entonces se decía que había un tratamiento para la retinosis en Rusia, como si fuera Lourdes. Cuando estás desesperado, pagas lo que te pidan y me empeñé en que me llevaran. Fui tres veces cuando aún era la Unión Soviética, pero cobraban un dineral en dólares. Pero esta enfermedad no tiene cura hoy en día, aunque la tendrá en un futuro, así que no me sirvió de nada.

¿Y cuándo le dieron la vuelta como a un calcetín?

Cuando ya apenas veía y pasaba por un mal momento personal, fui al Cervo en Barcelona, que ahora es el servicio de rehabilitación visual. Allí, a través de la tecnología, con lupas y gafas especiales, ayudan a sacar el máximo provecho del resto visual que mantengas. Pero cuando perdí toda la vista y buscaba ayuda, vine a la ONCE y me explicaron que la entidad tenía un centro en Sabadell para gente que necesitaba una rehabilitación integral. Estaba desesperado, lo daba todo por perdido y era una oportunidad. Y fue una pasada, tenían técnicos de movilidad, psicólogos, terapias manuales para adquirir habilidades y te enseñaban braille. Descubrí una tecnología que me abrió un nuevo mundo, y eso que aún era incipiente, porque ahora es una pasada todo lo que tenemos a nuestra disposición con teléfonos y pantallas.

¿Ustedes tienen las mismas posibilidades que el resto con un móvil?

Con un teléfono, un ordenador, una tableta o lo que sea. Vas tocando la pantalla un programa te la lee. La tecnología es una pasada, nos ha ayudado mucho ya la ONCE, desde siempre, ha tenido un servicio con gente que lee libros y primero se grababan en casetes, luego en CD y ahora cuenta con una biblioteca virtual con más de 60.000 obras. Yo me he vuelto un fanático y ahora tengo 30 libros para leer en el móvil, aunque, en verdad, los escucho.

¿Qué está leyendo ahora?

Ahora mismo estoy enganchado a ‘La alternativa del diablo’ de Frederick Forsyth, el segundo libro suyo que me leo. Me encanta la novela policiaca y soy fanático de Assa Larsson, Henning Mankell o John Katzenbach.

Pero más allá de la tecnología, el descubrimiento más importante que le proporcionaron en el centro de Sabadell sería el cambio de enfoque de la vida.

Totalmente. A los pocos días de entrar allí, una técnica de movilidad me enseñó un bastón y me dijo ‘ esto es lo que hay, debes usarlo’. Ya sabía que un ciego va con bastón, pero me traumaticé, me di de morros con la realidad y me negaba a llevarlo.

¿Por qué rechazaba el bastón?

Por imagen. Le pasa a mucha gente al principio y a mí me costó un tiempo aceptarlo, pero luego te das cuenta de que es eficaz y no tropiezas con los escalones, ni con las señales y vas con total seguridad.

¿Y cuándo empezó a vender cupones?

Ese mismo año, en el 95. Poco después de volver del centro de rehabilitación de Sabadell, me planteé distintas opciones, porque me decían que fuera de Ibiza podría aprovechar más la vida social con la ONCE y me aconsejaban ir a Barcelona o Palma. Yo me quise quedar aquí, empecé en un chiringuito que montaba delante de la joyería Casa Afro, [en la calle Comte de Rosselló], también estuve un tiempo vendiendo en Mallorca y luego me dieron plaza en Sant Antoni. En esa época, era habitual que muchos de los vendedores que empezaban no querían estar en su lugar de residencia.

¿Se avergonzaban?

Aún nos pasa con gente mayor, que piensa que es una actividad caritativa. Pero no solo es un trabajo tan digno como otro, sino que además es fabuloso, porque te permite estar todo el día en contacto con la gente. Los clientes acaban convirtiéndose en amigos y charláis un rato cada día, es muy especial. Con los años ha cambiado la imagen, pero cuando la ONCE llegó a Eivissa, a finales de los 40, la portada del diario hablaba de una «institución de menesterosos». Empezó como un medio de supervivencia para los ciegos, pero es una institución que se mantiene por ella misma.

¿Y ahora cuántos puestos de trabajo mantiene la ONCE?

En España unos 70.000, de los que el 60% son personas con discapacidad. La ONCE es el mayor integrador de personas con discapacidad, no solo de ciegos, no ya de España, sino de todo el mundo. En Ibiza y Formentera somos unos 90 entre el personal de oficina cerca de 80 vendedores.

¿Qué servicios ofrecen aquí?

Tenemos las dos maestras, una directamente de la ONCE y la otra es de la conselleria de Educación, pero está adscrita al nuestro equipo educativo a través de un convenio con el Govern. Dan apoyo a una veintena de alumnos, asesorándoles a ellos, a las familias y al profesorado. Facilitan material o ayudan a transcribir textos no solo a los niños, sino que también enseñan braille a una nueva socia que se ha afiliado hace un año. Luego hay técnicos que se desplazan periódicamente desde Palma en función de las necesidades, como el tiflotécnico que suele venir cada dos semanas para ayudar a los usuarios que aprenden a manejar el teléfono o el ordenador. También viene el psicólogo o los técnicos que nos enseñan a ir por la calle con el bastón, trucos de la vida diaria para casa, como cocinar o colocar la ropa. Nosotros podemos hacer de todo, pero de una manera diferente.

¿Cómo se le da la cocina?

Yo solo cocino de supervivencia, carne y pescado a la plancha o al horno con patatas, pero hay ciegos que cocinan muy bien. Quiero aprender más y aprovecharé que ahora tendré más tiempo con la jubilación.

¿Qué más actividades se plantea con la jubilación?

Tengo muchas ideas que fui cavilando a medida que me planteaba jubilarme. No sé si luego pasará como los propósitos de año nuevo, pero sí que tengo tiempo y quiero volver a practicar deporte, porque me gustaba mucho el kárate, ir al gimnasio y en bicicleta. También me encanta viajar. Por cierto, la ONCE también organiza viajes por su cuenta y otros junto al Imserso.

¿Su perro guía, Oporto, también se jubila?

Aunque es muy joven, porque tiene cuatro años y medio, le han surgido varias enfermedades. Esta semana me lo he llevado a unos especialistas en Madrid y a que lo vean su entrenador y el veterinario de la Fundación ONCE de perros guía en Boadilla del Monte. Como ahora le cuesta concentrarse para llevar a cabo su labor de acompañamiento, hemos optado por empezar los trámites para jubilarlo.

¿Se lo va a quedar?

Sí, me lo quedo en casa, donde tengo un terreno y cinco perros en total, siempre me han encantado. Tres son comunes, pero también mantengo a Poli, que tiene quince años y hasta hace dos fue mi perro guía. Ellos también deben jubilarse cuando se hacen viejos, porque, aunque estén bien de salud, pierden capacidades para el acompañamiento.

¿Cuándo empezó a tener perro guía?

Oporto es el tercero. En el 96 recibí a Beni, cuando llevaba un año vendiendo. Te cambian la vida de una manera brutal. Con el perro, te pegas en el arnés y es como si fueras con otra persona que se encarga de todo y te esquiva las señales o la gente y, si ve que no hay espacio o peligro, se detiene. Ni te enteras de que hay esos obstáculos en tu camino y puedes ir con toda la seguridad, además de que ganas a un buen compañero.

¿Qué le gustaría transmitir como despedida?

Sobre todo muchas gracias a todos los afiliados de la ONCE y toda la gente que me ha enviado mensajes o me ha llamado al enterarse de que me jubilo, porque no he dado abasto para atenderlos a todos. También me gustaría agradecer a todos los ayuntamientos y al Consell Insular, porque, en estos doce años, los gobiernos de distintos colores que ha habido han tenido muy buena disposición y he tenido muy buen entendimiento con todos ellos.