«La reacción visceral que tal vez experimentamos todos al contemplar el firmamento nocturno (que tiene que haber vida inteligente en algún lugar de ahí afuera) no es una buena guía. Debemos guiarnos por la razón, no por las reacciones viscerales». La frase es del citado libro de Stephen Webb 'Si el universo está lleno de extraterrestres, ¿dónde está todo el mundo?' De hecho, analizando todas las posibles respuestas a esa pregunta, tal como Webb hace en su libro, se llega a la conclusión de que para que la vida aparezca y evolucione y para que derive en una especie con las inquietudes y el desarrollo tecnológico capaz de imaginar los viajes interestelares deben darse tantas variables, accidentes y casualidades -las que se dieron en el planeta Tierra- que la creencia en una civilización extraterrestre consciente, capaz de comunicarse con nosotros, es casi como creer en duendes. Es decir, es probable que exista alguna forma de vida en cualquier otro planeta lejano, pero no lo es en absoluto que haya evolucionado hasta una raza que desarrolle la tecnología para los viajes por el espacio. Y uno de los factores importantes que explican la formación y evolución de la vida en la Tierra es la existencia de la Luna; solo con que fuera más grande o más pequeña tal vez la vida no podría haber evolucionado igual. Ya en 1973, el escritor Isaac Asimov, en 'La tragedia de la Luna', señalaba que 'el hombre puede que ni siquiera existiese si la Tierra no hubiese tenido Luna' Y, aún más, «la Luna -y sólo la Luna- hizo posible los vuelos espaciales, al hacernos ver que existen otros mundos además del nuestro, y ofreciéndonos luego un fácil trampolín».