Cuando la sede del SOIB estaba en la avenida Isidor Macabich, impactaba ver cómo se amontonaban decenas de parados a sus puertas, en plena calle, a principios de cada mes. Recientemente, esas instalaciones fueron trasladadas desde esa arteria de la ciudad al desangelado Cetis. Ahora, los desempleados deben adentrarse en un gran edificio y subir unas escaleras para «sellar» el paro. Un muro los oculta. La imagen de decenas de personas sin empleo guardando cola es ahora menos incómoda. Pero desplazarlos lejos del ajetreo de la principal avenida de Vila y de la vista de los ciudadanos no ha acabado con esa lacra: hay 8.000 pitiusos sin empleo cuyas vidas no han mejorado pese al maquillaje que ha supuesto la nueva ubicación.

José Manuel Viruel, de 54 años, vive en una furgoneta porque no puede pagarse un piso, ni siquiera una habitación, con el dinero que cobra del paro como fijo-discontinuo. Este catalán, que llegó a la isla en 2011, trabaja en verano cargando y descargando maletas en el aeropuerto.

La granadina Lucía (nombre ficticio, prefiere mantener el anonimato) percibe 420 euros de ayuda gracias a que ya ha cumplido 46 años de edad. Con ese dinero y con lo que cobra su marido (este sí trabaja todo el año) mantiene a una prole de tres hijos. «¿Cómo me apaño? Me busco la vida. Trabajo en negro, como limpiadora o como sea». Le encantaría tener un empleo «todo el año, pero no hay manera». Ha sido fija-discontinua toda la vida: casi 18 años en un hotel; el resto, en un súper.

Menos dinero, más salud

Juan Carlos Natera, de 43 años, sin embargo, ha escogido ser fijo-discontinuo tras 18 años como fijo a tiempo completo. Se encargaba de recorrer en moto las carreteras de Sant Josep, de cuyos arcenes retiraba la basura: «Pero cada año, los 18 que trabajé así, enfermaba por el frío». Acordó con su empresa pasar a fijo-discontinuo. Ahora trabaja cuando la temperatura es más alta, del 1 de abril al 31 de octubre. Antes ganaba 1.500 euros cada mes: «Ahora, 1.100 cuando estoy en paro. No tengo hijos, así que con ese dinero tengo suficiente para comer».

Es la primera vez en los últimos tres años que el sevillano Pepe (nombre ficticio), de 48 años, está en paro. Se lo ha tomado como un respiro, pues asegura que trabajo no le falta como albañil. Cobra 1.015 euros del desempleo. El rumano Alín Danila, de 29 años, también decidió descansar tres meses tras «cinco años sin parar en la construcción y como chófer». Percibe 630 euros de desempleo.

Paco (nombre simulado) busca infructuosamente un empleo desde hace 10 años. Su minusvalía (en la espalda) le impide «coger peso». «He probado algunos trabajos, pero me fue fatal en todos», afirma. Recibe 570 euros de ayuda. Vive solo, está separado y tiene un hijo: «No me da para vivir, pero con lo que me dan los amigos y conocidos... Y luego lo voy devolviendo poco a poco».

El hijo de Eleonor (nombre ficticio) no se explica cómo su madre, de 38 años y trabajadora de la limpieza fija-discontinua, se apaña con su sueldo o con la ayuda que ahora recibe del paro para criarle a él y a sus dos hermanos: «No sé cómo lo hace».

Fina, ibicenca de 45 años, es encargada de un súper. Lleva 26 años en la misma empresa. Los 26 años, como fija-discontinua. Tiene dos niños en edad de estudiar: «Por eso, para mí es más práctico trabajar sólo en temporada». Su pareja tiene empleo todo el año. Fina percibe 430 euros de ayuda.