Son las 12 de la noche de un viernes de enero en Ibiza . En la calle hace frío, pero las dieciocho personas que pueblan la habitación, por suerte, no lo notan. No tendrían por qué coincidir, pero aquí están, sobre un colchón en el suelo de un gimnasio en el que hace algún tiempo los niños disfrutaban trepando por las espalderas. Hay dieciséis hombres y dos mujeres. Dieciocho vidas bajo el mismo techo.

Según pasan los minutos las respiraciones y los ronquidos se acompasan. No hace frío, aunque tampoco calor, y a menos de tres metros las mentes de 16 hombres de los que jamás conoceremos su historia vuelan muy lejos de aquí. Hay un lituano, uno de Ciudad Real, un francés, un ruso, algún ibicenco, uno que, sin duda, es madrileño, y así hasta 16. La persona número 17 viene de Italia y es una mujer. Igual que la otra, aunque ella es ibicenca. Las dos son voluntarias de Cruz Roja.

La italiana duerme en un colchón junto al resto. Como cada año desde que se comenzó esta iniciativa, Camilla nunca falta a su cita con el refugio que la Red de Inclusión Social, formada por Cáritas, Cruz Roja, Ib-Salut y el Ayuntamiento de Ibiza, prepara para los sintecho durante la ola de frío. También sale en el furgón nocturno que la entidad emplea para acompañar cada noche a las personas que viven en la calle. Está algo triste porque ha tenido que cerrar la tienda de ropa que tenía en el centro de la isla. «Es muy difícil mantenerla en esta época», confiesa. «Sin embargo, necesitaba salir de ese círculo y empezar a cuidarme», añade convencida. Es una nueva etapa.

Kit de bienvenida

Llega puntual al colegio junto a Silvina Carrillo, trabajadora social de Cruz Roja, y dos de los agentes del área de Servicios Sociales del Ayuntamiento. A las 21 horas las puertas del improvisado albergue se abren y los usuarios, con sus vidas metidas en bolsas, comienzan a entrar. En el interior del antiguo colegio, voluntarios y trabajadores les reciben con sopa, leche caliente y algo de comer.

Uno por uno van acudiendo al gimnasio, donde se alojarán para protegerse del frío durante los próximos días. Sábanas limpias y una manta, es el kit de bienvenida. Eso, y un número. Las camas están señalizadas y deben recordar la suya. Como la de Dan, que es la dos.

La mayoría se conoce de la calle. Algunos han hecho piña. Otros prefieren la soledad. Con olor a alcohol, ojos rojos y ganas de olvidar algunos. Otros serenos, con ganas de mejorar, o quizá ya no. Pero todos con algo en común. Una vida difícil, un pasado oscuro, decisiones incorrectas, mentiras, miedos e inseguridad. El recuerdo de una celda puebla la memoria de unos cuantos. Otros, a través de las cicatrices, echan la vista atrás.

Nunca se sabe

No hace mucho que algunos de los que ahora duermen al raso paseaban con sus hijas por el parque. O con sus nietas. O con sus madres. O tal vez con amantes, o quizá solos. Hay quien ni siquiera lo vio venir. Trabajos de éxito, nóminas golosas, vacaciones y coche. Crisis, despidos, dinero fácil... Y, ¡ boom!, no hay vuelta atrás. También hay adictos, y vicios. Y coca y juego y alcohol y ganas de huir de uno mismo. Pero aquí dentro no. En este espacio hay reglas, y las adicciones no tienen cabida de nueve a nueve (o a 7.45). Los hay también que lo eligen. Que se bajan del barco para perderse en el tiempo. Que prefieren andar vagando a perseguir sueños con sabor a Audi. O a Nike, o a Iphone o a saber.

El caso es que entre los dieciséis hombres alguno que otro también sonríe. E incluso flirtea coqueto con la voluntaria mientras esconde su rubor entre la suciedad de sus mejillas. Y el caso es que, también, por alguna casualidad, esta noche todos soñamos y roncamos bajo el mismo techo. Y «aunque no es un cinco estrellas», no se está «nada mal».