En la provincia argentina de Misiones, al noreste del país, hay una ciudad llamada Oberá donde unos apellidos tan habituales en Ibiza como Prats y Ribas les son muy familiares. Y es que Juan Prats Ribas es el nombre del estadio de fútbol de uno de los equipos locales, la Asociación Racing Club, que hace seis años rindió homenaje de esta manera a su presidente fundador, un vecino de Sant Agustí que durante más de 30 años residió en ese país y quien trabajó por transformar el pequeño equipo existente, convirtiéndolo prácticamente en el centro de su vida.

Todavía hoy y ya desde Ibiza, Prats Ribas continúa vinculado al club, que pasó de estar formado por trabajadores de la desaparecida fábrica de aceite de tung de esa zona -de ahí que en sus inicios a finales de los años cincuenta el equipo se llamase Tung Oil- a ser un club consolidado, que no sólo juega en la primera división de la Liga Regional Obereña de Fútbol -una de las seis que hay en la provincia-, sino que también cuenta con todas las categorías, «desde los niños pequeños hasta los grandes». Él les envía balones, ropa o mochilas, entre otros regalos, que allí son recibidos con alegría y mucho agradecimiento; lo último, la equipación completa que compró para toda la plantilla y que remitió este año.

«Cuando enviamos las cosas, se las mandamos a mi familia de allí para que ellos las repartan. Mi prima nos dice que se le saltan las lágrimas de lo emocionante que es que niños que no le han conocido de nada le tengan tanto respeto y admiración. Para ellos es un referente, es el presidente que se ha ido a España, el presidente que está en España», cuenta a este diario Marisol Prats, una de los tres hijos de Juan, que junto a su hermano Juan Manuel ayudan a su padre, quien ahora tiene 89 años, a contar la historia de su vida.

De Sant Agustí a Mallorca

Juan nació en Sant Agustí en octubre de 1930 y a los 12 años se fue a vivir a Mallorca. «Eran seis hermanos y sus padres no tenían comida suficiente para todos. Entonces, a él le mandaron a Mallorca a trabajar cuidando ovejas, con una familia de personas adineradas de allí», comenta Marisol, quien apostilla que los recuerdos que su padre tiene de Ibiza de cuando era pequeño «son de pasar hambre». «Comía algarrobas», afirma él.

Joan con dos de sus tres hijos, Merisol y Juan Manuel, en Diario de Ibiza. Foto: Vicent Marí

Acabado el servicio militar -que hizo en Son Sant Joan, como resalta él mismo-, uno de sus hermanos que vivía en Argentina le animó a irse para allá, pues le dijo que podría encontrar trabajo. «Llegó a Rosario en barco y estuvo allí un año más o menos», detalla su hijo. «Anduve detrás de mi hermano, que tenía a una o dos personas que trabajaban para él. Pero yo no pintaba nada, así que un día me cansé y me dije: '¿Para qué he venido aquí?' Y me largué solo por el monte», recuerda Juan.

Entonces, emprendió un viaje que le llevaría a Oberá, «un pueblo pequeño», situado en la provincia de Misiones -que limita con Brasil y Paraguay y «donde se encuentran las cataratas del Iguazú», apostilla Juan Manuel-, donde se asentaría y, tiempo después, conocería a su mujer, formaría su familia y nacerían sus tres hijos, Margarita, Juan Manuel y Marisol.

Antes, en el trayecto, pasó por la provincia de Buenos Aires y vio el estado de fútbol del Racing de Avellaneda. «Fui con un amigo a Buenos Aires a ver si conseguía un trabajo. En una avenida le dije que me dejara a ver si encontraba a un pariente y allí vi el campo del Racing. Había tres o cuatro hombres trabajando, les expliqué y ellos me contaron que habían sido campeones de la Liga y que hacían lo que podían para conseguir el último título», rememora Juan, que apostilla que le regalaron una camiseta firmada por todos los jugadores.

«Y él ya se fue de allí con la idea de montar algo», explica Marisol, al tiempo que Juan Manuel resalta que su padre ha sido siempre «muy futbolero». «Siempre le ha gustado mucho el fútbol», cuenta mientras Marisol comenta que «la saga» de apasionados por este deporte continúa con su nieto Javi Martínez, de ocho años, que juega en la categoría benjamín del Sant Josep y que lo hace «muy bien».

Los retratos y el taxi

Ya en Oberá, Juan trabajó haciendo «retratos, fotos, de lo típico, familias en bodas, en comuniones», y como taxista. «Conmigo la gente que me encargaba un trabajo, me encargaba otro, porque le gustaba», cuenta y destaca que cuando le veían llegar con su taxi a la parada decían: «Ahí viene Prats». «Iban a buscarte», le recuerda su hija y Juan Manuel destaca que tenía su clientela hecha.

En el museo honorífico que hicieron para la inauguración.

De su trabajo, él relata un caso que se le ha quedado «clavado» en la memoria. «Mucha gente vivía trabajando en el campo, de lo que sembraban, de las cosechas. Un día me encontré a un matrimonio que me estaba esperando en la calle para un viaje. Me pararon y pensé: 'Aquí voy a sacar unos pesos'», señala.

Cuenta que subieron al coche para que les llevara al pueblo. «Y allí los lugares más cercanos estaban a 40 o a 50 kilómetros», resalta. Al llegar al hospital, que era donde iban, detuvo el taxi y el matrimonio le preguntó cuánto dinero le debían. «La mujer tenía a un chiquitito [en brazos]. Salieron y buscaban dinero para pagar pero no lo encontraban. Les dije: 'Es igual, para la próxima'. Y no les cobré nada y de vuelta regresé solo», continúa.

Entonces, tiempo después, no recuerda cuánto, volvió a encontrarse con aquel matrimonio: «Con el autobús venían de donde yo les había dejado. Estaban en la parada y yo tenía el coche en fila. El hombre hizo así [señala con el dedo] hacia donde estábamos nosotros y le dijo a su mujer, ¿conoces a ese hombre? Vinieron a hablarme y me dijeron que lo había salvado».

«El niño estaba enfermo y de los nervios, al bajar el taxi, no encontraban dinero», explica Juan Manuel. Su padre destaca que entonces entendió que «las cosas hay que hacerlas bien y así vas a tener más». «Si las cosas se hacen a las buenas, siempre, tarde o temprano» eso bueno te vuelve, opina.

De Tung Oil a Racing

Fue poco después de llegar a Oberá, a principios de los años sesenta, cuando Juan empezó a colaborar con el equipo de fútbol Tung Oil. «Entré a trabajar con ellos y yo dije: 'Les ayudo pero si les cambiamos de nombre», destaca y sus hijos indican que así fue como pasó a llamarse Racing, como el de Avellaneda.

Y desde entonces, su vida siempre estuvo ligada al club y fue el primer presidente. «Como él tenía el taxi, llevaba a los futbolistas e iba de arriba a abajo», resalta Marisol, que agrega que su vida era el equipo de fútbol: «Lo ha sido siempre». «Llevaba las camisetas a mi madre para que las lavara si tenían partido. Enganchaba a sus compañeros del taxi. Hacían rifas y pedían donaciones, porque era un club pobre», subraya e indica que a la gente que colaboraba con ellos «procuraba hacerle algún descuento o darle algún viaje gratis» en su taxi. «Todo valía para sacarlo adelante», apostilla.

Juan, su esposa Alba y sus hijos Margarita y Juan Manuel, en el barco en el primer viaje de la familia a España.

«Yo conseguía las cosas», afirma Juan, quien resalta que incluso logró que el Ayuntamiento quitara un poste de la luz que había en mitad del campo y que les molestaba para jugar. «Se movía para conseguir todo lo que pudiera», insiste su hijo. Juan destaca que él nunca ha tenido «malas ideas» y Juan Manuel incide en lo respetado que ha sido siempre allí, por «su forma de ser y su implicación».

Con todo ese esfuerzo, Juan sacó el club adelante. «Ahora es un club completo con todas sus categorías, desde los pequeños hasta los grandes. Cuando él llegó eran sólo cuatro; si no hubiese sido por él, habría seguido así», considera su hijo.

E incluso cuando volvía a Ibiza, seguía ligado a él, enviándoles todo tipo de material, fundamentalmente. «Y siempre que ha ido a Argentina, cada ciertos años, ha estado con ellos», comenta Marisol, mientras su padre cree que cuando no ha estado «seguro» que le han «extrañado» y que al volver, siempre le aceptaban de nuevo.

Regreso a Ibiza en los ochenta

Sus hijos recuerdan que regresaron a la isla de forma intermitente hasta que se instalaron de manera definitiva en los años ochenta. «La situación allí estaba mal, con mucha inflación y aquí en Ibiza se había recuperado. Dos de sus hermanos le consiguieron trabajo y le ofrecieron un piso para poderse quedar. E igual que se fue para allá porque un hermano suyo le dijo de ir porque había trabajo y aquí no había nada, pasó al revés», relata su hijo, quien indica que ya en la isla no se dedicó al taxi ni a la fotografía, con la que allí complementaba su sueldo, sino que trabajaba de guardia de seguridad. Su último empleo fue como guardia del coto de caza de Sant Josep.

La última vez que Juan estuvo en Oberá fue hace «seis o siete» años y fue una visita muy especial. «Nos llamaron y nos dijeron que iban a ponerle su nombre al estadio. Nos preguntaron que si teníamos pensado o planificado ir para allá, porque les hacía mucha ilusión que él estuviera en la inauguración. Y lo hicimos para que coincidiera», recuerda Marisol, que agrega además de ponerle su nombre al campo crearon un museo del club e hicieron «un libro de firmas para él».

Así, Juan, junto a su mujer, recibió el homenaje del club por el que tanto se esforzó. «Allí, Juan Prats es un personaje», destacan sus hijos, que reconocen que su padre regresaría a Oberá sin dudar.