Se dice que un perro lazarillo aporta los ojos a su usuario. En el caso de Olay, un cruce de labrador y golden retriever a punto de cumplir los dos años, va a ser la vista y los oídos de Paco González Ribas, un vecino de Sant Antoni que quedó sordociego a causa del síndrome de Usher. (Mira aquí las fotos de Olay y Paco)

Paco y Olay llevan una semana trabajando juntos con Eloy Aranda, instructor de la Fundación Once del Perro Guía. En su último día de asistencia, recorren con el perro la zona donde se encuentra la clínica veterinaria que le llevará el control sanitario y la ruta que sigue Paco a diario para vender cupones de la ONCE en el centro de salud de Sant Antoni.

«Mañana ya se quedan solos y Olay empezará a ser su perro guía, pero es un proceso de seis meses en el que se tienen que habituar uno al otro y, poco a poco, formarán equipo», explica el adiestrador. Paco goza de bastante autonomía e incluso se movía solo con su bastón por Sant Antoni, una condición indispensable para que pueda recibir un perro guía de la ONCE. «Él debe ser el responsable de orientarse y el perro le ayuda a mantener la trayectoria del camino, sortear obstáculos, responder al tráfico o entrar a los establecimientos públicos», precisa.

Pasión familiar

Pasión familiar

Aranda también les visitará de manera periódica para supervisar su adaptación, incluso con más asiduidad de la requerida. Aunque la Fundación Once del Perro Guía se encuentra en Boadilla del Monte, en Madrid, él tiene familia y residencia en Ibiza. De hecho, su pasión por los perros la ha heredado de su padre, José Aranda, el responsable del centro de recuperación animal Can Dog.

Aranda, Oloy y Paco salen de la consulta de la clínica veterinaria de Arturo Ramos, en la calle Ramón y Cajal de Sant Antoni. Les acompañan el sobrino de Paco, Jaime González, y la guía intérprete de la Federación de Asociaciones de Personas Sordociegas de España (Fasocide), Marina Elena, que también ha venido de Madrid para esta semana de adiestramiento.

Siempre hay que tener sumo cuidado en no molestar a un perro guía, más aún en el caso del que acompaña a una persona sordociega. «La gente, de buena fe, siente la tendencia de tocarlo, pero no es un perro infalible y le pueden distraer y provocar que se pierda», subraya Aranda. Peor aún es darle comida, «aunque sea una muestra de cariño, no interesa, porque luego el perro querrá seguir a esa persona».

A Paco ya le han advertido de que, si nota que tratan de tocar a su lazarillo, alce la mano mostrando la palma. Es su manera de avisar a la gente de que no hay que hacerlo. Los sordociegos también llevan un bastón diferente, blanco y rojo, así como bandas rojas en el arnés que les une al perro, como señal de que son personas que necesitan especial atención.

De camino al centro de salud, Paco ya va de la mano de Olay, bajo la atenta mirada del adiestrador, que le aconseja que debe ir pegado al perro. Paran en el paso de cebra y, cuando se cercioran de que pueden cruzar, Paco mueve uno de sus brazos de arriba a abajo, su aviso por si viene un vehículo. «La verdad es que es muy aplicado, tiene las normas muy interiorizadas y repite una y otra vez con el perro si no salen las cosas bien», destaca Marina Elena. De hecho, Paco es un buen estudiante que, tras aprobar la ESO, se está preparando para el examen de acceso a la universidad.

«Pero he parado por un tiempo, porque he estado sin intérprete en clase y tengo que trabajar con el perro». «Son muchas cosas nuevas ahora y, por la tarde, tengo muchas horas de trabajo vendiendo cupones en los bares», explica Paco a través de la intérprete.

Ya ha llegado a los bancos del vestíbulo del centro de salud donde cada mañana, de nueve a una, vende los cupones de la ONCE. Olay se tumba para descansar. «Estoy muy contento y me ayuda mucho en el camino a casa para ir cerca de los muros y protegerme de los coches», destaca el vendedor. Saca una cuerda y se pone a jugar con Olay, que lo muerde divertido. Es su recompensa al buen trabajo.