Las blancas casas cúbicas esparcidas por las verdes colinas son como perlas blancas en un cuenco esmeralda. (Al-Sabini)

Quien haya descendido el Nilo y visitado los principales templos egipcios, como el de Horus en Edfu, Khonsu en Karnak o Isis en Filae, habrá observado la forma característica de sus fachadas. Se hallan precedidas por una avenida de columnas, esfinges y obeliscos y las componen sendas torres con forma de trapecio o tronco de pirámide, erigidas en talud, denominadas pilonos. Se encuentran a cada lado de una portada más baja que ocupa el centro del frente y proporciona acceso al interior. Estas torres, decoradas con relieves colosales de deidades, poseen en la parte alta pequeñas aberturas cuadradas, de las que antaño sobresalían unos brazos de madera que sostenían los mástiles. De ellos pendían estandartes y banderolas, con las efigies de los faraones.

El que haya contemplado tales maravillas y después circulado por la carretera de Sant Josep a Sant Antoni, por esa extensa recta que se aleja de los campos de Sant Agustí para morir más allá de es Pou des Rafals, en la curva de sa Soca, habrá percibido cierta familiaridad con aquellas formas simétricas de los templos egipcios. A la izquierda, a media colina, entre una línea de chumberas a los pies y otra de pinos que se elevan sobre los tejados, aguarda Can Frare Verd, uno de los más preciosos ejemplos de la arquitectura rural ibicenca.

En la ladera

A diferencia de los santuarios de los faraones, esta bella vivienda no se encuentra en la orilla plana de un río, sino en la pronunciada ladera de un monte. Tampoco se halla precedida por un camino de esculturas, sino por las líneas paralelas de los bancales de piedra seca que sostienen los campos, los algarrobos y almendros que hunden sus raíces en ellos y el viejo corral de los cerdos, cuyos rústicos muros quedan justo por debajo del hogar. Así, sus antiguos moradores -nadie sabe a ciencia cierta cuantas generaciones fueron- solo tenían que descender los cinco escalones del porxet, asomarse al patio del corral desde lo alto y arrojar el rancho a la piara.

La fachada principal de Can Frare Verd, sin embargo, sí constituye una perfecta miniatura de aquellos oratorios erigidos en la antigüedad. Posee dos torres con forma de trapecio, también configuradas en talud, prácticamente gemelas. Se elevan inclinadas hasta una altura de dos plantas y sostienen en el centro la cubierta de un pequeño porxet, hecho de sabina, con las mismas proporciones que los templos egipcios. Su muros carecen de relieves, pero resplandecen por las sucesivas capas de cal. Cada torre incluso cuenta con un ventanuco cuadrado en el centro de la planta alta, como en los monumentos del Nilo. Durante su exilio en Ibiza (1933-1936), donde se escondió de los nazis, el agitador cultural austríaco Raoul Hausmann ya subrayó estas similitudes. Se enamoró de la casa hasta el extremo de fotografiarla en distintas ocasiones y varios arquitectos acabaron tomando buena nota.

Compendio de sabiduría

La casa constituye un compendio de la sabiduría constructiva intrínseca al payés. Es un ejemplo perfecto de adaptación al terreno y a las necesidades familiares, y ordena un conjunto de espacios cúbicos que responden a la cultura de autoabastecimiento que requería una economía tan magra como la ibicenca. La vivienda no solo se asienta en la pendiente, sino que parece brotar del mismo terreno sobre el que se yergue, pues está compuesta por idénticos materiales. Todo ello con un gusto estético y unos detalles ornamentales que sobrepasan en mucho la austeridad y parquedad decorativa que la casa del pobre presenta en otras latitudes mediterráneas. Lo que Philippe Rotthier, arquitecto belga afincado en Ibiza, denominó « le palais paysan» (el palacio payés).

El porxo, como suele suceder en las casas payesas más antiguas, impresiona por su colección de escaleras y escalones. Parece sacado de un aguafuerte de Escher. A cada lado de la puerta hay una escalinata que asciende a las alcobas de la planta alta de cada torre. Mientras tanto, otros peldaños permiten superar el desnivel de las dos estancias de la parte posterior de la casa y del área izquierda. Algunas albergaban dormitorios y otras ejercían de despensa para conservar la carne y los embutidos de la matanza y otros alimentos. Por la derecha, según se entra, se accede a una espaciosa cocina, con chimenea y horno.

El vino, las algarrobas

Desde el porxet, ya en el exterior y gracias a dos puertas enfrentadas, se accede a la planta baja de cada torre. La de la izquierda, según se mira de frente a la casa, albergaba la estancia del vino, con barricas, garrafas, prensa y demás utensilios. En la de la derecha se almacenaban las algarrobas, que servían de alimento a los animales. Adherido a la fachada y cubriendo parte del corral de los cerdos, se ubica el secadero, orientado a Levante como todo el conjunto. Su altura es tan escasa que obliga a andar a gachas. Aquí se asoleaban las almendras y deshidrataban los higos, para poder disfrutarlos durante todo el invierno. El espacio se abre al valle, ofreciendo unas vistas magníficas.

Al otro lado de la casa, separada por un pequeño sendero, otra amplia zona de corrales y almacenes con muros de mampostería vista, al igual que las fachadas laterales y posterior de la vivienda. La primera estancia es la casa del carro, con dicho elemento aún presente, y luego varios cubículos para cabras y la crianza de otros animales, así como la dependencia donde se conservaba el molino de sangre, ya desaparecido.

Entre los corrales y el lateral de la casa existe un sendero que sube por la empinada ladera hasta la parte posterior. Justo donde el monte alcanza la altura de los tejados, aguarda una cisterna que antaño recogía el agua de lluvia. Aún conserva dos abrevaderos. Y como último elemento a destacar, la insólita y atípica rampa construida con piedras, junto al cercado de las chumberas. Permitía bajar el carro hasta el camino que bordea la finca, superando un terreno tan accidentado.

Can Frare Verd, en definitiva, no solo es una de las casas payesas más bellas que existen en Ibiza, sino una de las últimas que se conservan manteniendo inalterados todos sus elementos y estructura. Nadie sabe si la simbiosis entre estilo ibicenco y egipcio que contienen sus líneas es fruto de la casualidad o parte de esa herencia fenicia que la bruma del tiempo ha hecho intangible. Que una familia ibicenca la haya mantenido inmaculada, sin caer hechizada por los cantos de sirena de las inmobiliarias, constituye un verdadero milagro y motivo de orgullo.

Un pozo sin fondo

? Hasta hace pocos años, la ruina amenazaba Can Frare Verd. Sus techos estaban a punto de derrumbarse y el fulgor de sus muros se había apagado. Su actual propietario, Vicent Llorens, nieto de Vicent Joan y Esperança Prats, los últimos moradores, ha ido restaurándola poco a poco, en la medida de sus posibilidades. Ha recuperado la cubierta original de sabina y afianzado sus muros, respetando toda la estructura interior. Tiene previsto habitarla algún día junto a su familia, pero no sabe cuándo. La casa aún no tiene luz ni agua corriente y faltan innumerables remates. Devolver a la vida una casa payesa representa un pozo sin fondo.

Dos casas prodigiosas y una sola familia

Vicent Llorens, el propietario de Can Frare Verd, ha heredado la finca en que vivían sus abuelos maternos. Sin embargo, su familia paterna también posee otra de las casas mejor conservadas de la isla: Ca na Rosa, que aguarda en la carretera que va de Sant Josep a es Cubells y que ahora pertenece a su hermana Cati. Mientras Can Frare Verd sorprende por su extrema adaptación al terreno y las dos torres en talud que flanquean el porxet, Ca na Rosa llama la atención por los múltiples cubos que conforman su estructura, todos a distinta altura.

Xescu Prats es cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza.