«Los hijos de familias con malos tratos han sobrevivido a eso. Pueden reprocesarlo. Hay esperanza para ellos, sin duda», afirma Javier Elcarte, psicólogo que este fin de semana participa en las XI Jornadas de Psicología contra la Violencia de Género que se celebran en Mallorca, organizadas por el Colegio Oficial de Psicología de las Illes Balears (Copib). Elcarte, fundador y presidente de la Sociedad Española de Bio y Neurofeedback, abrió las jornadas con la charla 'Afectación de la violencia en el desarrollo cerebral y en la construcción de la personalidad en la infancia y la adolescencia'. «Que un niño haya sido observador de una violencia de este tipo tiene unas consecuencias que hasta hace poco se consideraban psicológicas, que se podían resetear», comenta el experto, que destaca que los estudios ponen de manifiesto que el desarrollo del cerebro de estos niños es diferente del de los que no han sufrido ni asistido a este tipo de violencia.

«Hay estudios que demuestran que cuando hay un maltrato, además de los impactos en la personalidad también se producen impactos en el desarrollo neurobiológico», continúa el psicólogo, que explica que para que la maduración del cerebro se produzca de forma «natural y eficaz» el pequeño «debe estar en un entorno seguro». Así, Elcarte explica las diferencias de desarrollo que se aprecian en el cerebro de un niño que ha vivido malos tratos en la familia: «Disminución del cuerpo calloso y su hipocampo, que crece menos». «Se puede trabajar con estos niños, pero hay que tener en cuenta que hay afecciones en la maduración y el desarrollo que no son tan sencillas de reprocesar como hacer, simplemente, un reseteo», comenta.

Elcarte pone dos ejemplos de estudios. Uno de ellos, perinatal: «Se trata de ver la primera hora de vida del bebé. Si lo ponen en el pecho de la madre y ésta lo mira sube la oxitocina y baja la hormona del estrés. Pero si se le mantiene separado de la madre, la oxitocina baja y el cortisol sube». Otro, explica, compara el sufrimiento de los supervivientes de la guerra con el de los supervivientes de abusos. «El sufrimiento es mucho más potente en los segundos», indica. «En el caso de la guerra, aquello terminó, hay un antes y un después, y hay buenos y malos. En el caso de la violencia, el que pega es el padre y eso produce una ambivalencia enorme», indica el psicólogo, que señala que estos niños suelen tener «una dificultad enorme en la gestión de las emociones» que les puede llevar, incluso, a reaccionar, con el tiempo, con violencia con aquellas personas a las que quieren. También a la sumisión. Otra de las consecuencias que suelen sufrir es que se minusvaloran, añade Elcarte, que insiste en que aunque cuesta se puede salir de eso: «Hay herramientas nuevas con las que puedes reprocesar esa experiencia. Dentro de un entorno muy seguro podemos viajar a esos escenarios. La persona se tiene que sujetar bien, estar bien acompañada por el terapeuta. El adulto puede viajar conscientemente a su etapa infantil y revivirla con la inteligencia y la capacidad emocional que no tenía entonces». «Una cosa es que no sea sencillo y otra que no se pueda trabajar. Hay esperanza», concluye.