«¡Corre! ¡Corre!». La playa está llena de militares armados. «¡Corre! ¡Corre!». Los niños, la playa está plagada de ellos, se gritan unos a otros mientras galopan por la arena a la velocidad máxima que les permiten sus piernas. Corren por detrás de los centenares de personas que asisten a la exhibición del desembarco anfibio incluido en el ejercicio Balearex-19, al mando del cual está el comandante general de la Infantería de Marina, el general de brigada ibicenco Antonio Planells Palau. A toda velocidad. No quieren perderse el descenso de los militares desde un helicóptero SH3D que se sostiene en el aire, a escasos metros de la arena. Les ha pillado lejos. Pero los pequeños corren para verlo bien de cerca. Donde el aire de las aspas les despeina y tienen que protegerse los ojos para que no se les llenen de arena. (Ver galería de imágenes)

Tocan tierra en unos segundos. Caen siguiendo la técnica del fast rope (cuerda rápida). Uno detrás de otro. Las manos enguantadas, la carga a la espalda, las piernas en ángulo recto. Los escolares aplauden y gritan cuando el último pone un pie en la arena de la «costa hostil» y se lanza a correr para cumplir su parte de la misión: asegurar la playa.

La operación ha comenzado unos minutos antes. Poco después de las diez de la mañana, cuando en la playa esperaban ya civiles, exmilitares, reservistas, niños (muchos, en excursiones escolares y con sus familias), autoridades y un buen puñado de perretes. Al fondo, en el horizonte, entre es Malvins, el 'Juan Carlos I', buque insignia de la Armada Española, hacia el que todo el mundo mira, aguardando a que comience la acción. En el cielo, a lo lejos, achinando los ojos para vencer el contraluz de la soleada mañana de noviembre, se distinguen cuatro helicópteros. Bueno, tres en el caso de los miopes. El Hughes 500, conocido como 'mosquito' por su tamaño, sólo lo ven, en un primer momento, los que pueden presumir de vista de lince. Este último es el primero que sobrevuela la playa enemiga. Pasa a escasos metros de los efectivos de la Policía Naval, que vigilan que los asistentes, un ejército cargado de móviles con cámara, no acabe formando parte involuntaria de la operación anfibia. Los más pequeños sueltan los primeros «¡Ooooh!» y «¡Aaaah!» del día. Y eso que el 'mosquito', que transmite información al buque antes, no es especialmente ruidoso.

Mientras el Hughes 500 se aleja rumbo al 'Juan Carlos I', dos AB212 se sostienen en el aire, quietos, sin moverse apenas, sólo las hélices. De uno de ellos, a escasos metros del agua, saltan cuatro submarinistas. Desde el otro helicóptero, muy cerca, les hacen de escolta. Algunos de los asistentes miran el móvil y les entra el tembleque sólo de pensar en meterse en el agua. «Hay trece grados, no es una broma», comentan en el público, que se prepara ya para la tormenta de arena y, sobre todo, posidonia seca, que levanta, cuando sobrevuela la playa, el SH3D, el que hace que los niños corran los cien metros arena para no perderse a los primeros infantes de marina descolgándose por una cuerda negra. Su misión: «dar seguridad a la playa» antes de que lleguen los demás efectivos, que aguardan ya preparados en las embarcaciones: cuatro Supercat y dos LCM de desembarco.

Humareda para despistar

Humareda para despistarLas primeras, semirrígidas, se recortan en el horizonte. Están pensadas para resistir fuertes impactos, informan desde la Armada. Avanzan a buena velocidad. Cada una de ellas cuenta con dos motores de 90 caballos y a bordo van los infantes de marina que deben «asegurar la playa». Las Supercat varan en la arena misma de la playa. Los militares bajan y se apostan, semiarrodillados y con las armas listas, de espaldas al mar, por donde se vuelven a marchar las Supercat. El público aplaude. Empiezan los codazos para conseguir las mejores fotografías de la operación.

Por mar llegan también los vehículos de asalto anfibios. Los envuelve una densa nube de humo blanco. Para que los enemigos que les esperan en tierra hostil no puedan hacerse una idea de si el enemigo llega con muchos o pocos recursos. «Las fuerzas que vienen detrás», especifica un responsable de comunicación. La humareda, que es simplemente agua con unas gotas de gasoil, lo esconde todo.

Algunos asistentes señalan las orugas cuando los anfibios salen ya completamente del agua, quedándose a escasos centímetros de los militares de las Supercat que continúan tumbados en el suelo, con las armas apuntando a tierra. De los vehículos anfibios salen corriendo, hacia el sur, infantes de marina, y marines norteamericanos, hacia el norte. Estos últimos, con el camuflaje de un tono más oscuro que el de los españoles, llevan en el casco soportes para dispositivos de visión nocturna. De las mochilas de algunos cuelgan botellines de agua. Unos y otros corren por la playa, pegados al público, que les tiende las manos y no deja de grabarles y aplaudirles. Algunos chocan los cinco con el público mientras los integrantes de la Policía Naval se ponen serios con quienes, en su afán por conseguir una imagen, se salen de la zona delimitada. En unos segundos los anfibios recorrerán la arena. Y no es cuestión de que la exhibición se pase de realista. Ni de que tenga que actuar la ambulancia que, por si acaso, permanece en guardia al final de la calle Porreres, justo detrás de la tarima de autoridades y debajo de varios balcones desde los que los más privilegiados disfrutan de sus palcos.

Aún están saludando a los marines cuando se aproximan a tierra cuatro embarcaciones de desembarco LCM. En su interior cargan Pirañas (vehículos de reconocimiento) y Vamtacs (vehículos de movilidad táctica). Uno de ellos, además, llega con un lanzador de proyectil. «¿De ahí van a salir tanques?», pregunta un niño a su padre, que le contesta que tanques no, pero «coches casi como camiones», sí. «Los LCM tienen el fondo plano, de manera que pueden llegar hasta la arena de la playa», explica el enlace de comunicación mientras éstos, de alrededor de treinta mentros, abren el morro para escupir, uno a uno, a los vehículos cargados de militares. Las ruedas de un Vamtac se clavan en las montañas de posidonia seca, de donde no tardan ni medio segundo en salir. La gente aplaude. La exhibición acaba. Críos y adultos se abalanzan sobre los vehículos, que permanecen en la playa, y sobre los militares, a los que les piden fotografías y preguntan si pueden subir a los vehículos o tocar las armas. Algunos de los más pequeños se sientan en la arena, al sol, a comerse el bocadillo. Otros rodean a los infantes de marina y los marines americanos, a los que les tienden sus cuadernos escolares y sus bolígrafos de colores para que les firmen un autógrafo. Los militares sonríen. Y firman.