«Almohadas, latas de refrescos?». Los responsables del saneamiento del buque 'Juan Carlos I' se han encontrado de todo a la hora de desatascar inodoros y cañerías. De ahí que impartan a los recién llegados, como los cientos de infantes de Marina y los marines norteamericanos que participan en estos ejercicios (incluso a este redactor), una charla sobre 'Vida a bordo' en la que, primordialmente, les ruegan que por el váter sólo echen sus detritus orgánicos y, a lo sumo, papel higiénico. Nada más, ni latas de Coca Cola ni un zapato, ni compresas ni hilo dental ni toallitas húmedas. Y a los cubos de basura está prohibido tirar aerosoles o esprays: la razón es que como todos los desperdicios acaban en una compactadora, pueden producir «accidentes» al ser reventados por la máquina. (Mira aquí todas las imágenes)

E instan a un uso «responsable» del agua. Se consumen diariamente nos 220.000 litros: «No es agua de Lanjarón, pero se puede beber», admite el responsable de ofrecer la charla. En realidad, sólo recomiendan el uso para el aseo, la ducha y lavarse los dientes. Hay seis plantas de osmosis que la producen, de manera que no hay que desperdiciarla.

Otra norma de uso común: cerrar todas las puertas de paso para mantener el aire acondicionado, que dependiendo del lugar convierte algunas estancias en gélidas (el camarote asignado a este redactor es así, aunque una segunda manta sobre la colcha decorada con el escudo de la Armada le ha permitido burlar la hipotermia). «Hay que dejar las cosas tal como se encuentran», aconseja Pablo Gárriz, teniente reservista. Si hay una puerta cerrada, se deja tal como se encontró.

En caso de incendio o humo, se dispone de un equipo respiratorio para escape, o ERPE (el uso de siglas está extendidísimo, hasta el punto de hacer a veces incomprensible una conversación). Tiene una autonomía de unos 12 minutos (dependiendo de la complexión) e incluye una aparatosa capucha. «Lo más importante -advierte el experto en la vida a bordo- es avisar de que hay ese fuego antes de atacarlo».

También aportan consejos sobre cuál es el mejor tronco (pasadizos verticales) para trasladarse desde determinadas cubiertas a otras: «Para llegar a la cubierta 2, es mejor subir por el tronco 8 y evitar el 6». Un lío, pero sólo con la práctica uno deja de perderse por estos intrincados pasillos, algo que este redactor no ha conseguido aún ni cree que logrará en los cuatro días que le quedan a bordo. Como todos son muy amables, suelen rescatarle.

La cosa se complica de noche, cuando tras sonar 'La oración del ocaso', muchos pasillos dejan de estar iluminados por luz blanca y pasan a la roja, lo que les confiere el aspecto de un submarino. En realidad, la vida se parece a la de los sumergibles, con mucho más espacio, pero a veces no se sabe qué hora del día es. La mayor parte de las cubiertas dependen de la luz artificial para su iluminación. El único contacto con la luz solar se da en la popa de la cubierta de ligeros (en la que están aparcados vehículos como los Hummer y los Vamtac, así como helicópteros) y en la cubierta de vuelo. La primera ha sido cerrada debido a la tramontana: hay vientos sostenidos de 36 nudos, con rachas de 40. No es precisamente una brisa. Las olas van de los 2,5 a los cuatro metros.

A la segunda se prohibió el acceso desde el atardecer del domingo debido al mal estado del mar.

El oleaje mece el buque de tal manera que la cama, más que litera, parece una cuna. Es complicado conciliar el sueño (este artículo fue escrito a las tres de la madrugada por mor del insomnio) tanto por ese movimiento incesante como por el que hay en los pasillos y el ruido que provoca el motor y la refrigeración: el sonido que produce es como el del camión de la basura, pero en vez de extraer el contenido de los contenedores y largarse, permanece todo el día a las puertas del camarote.

En la charla sobre vida a bordo explican la necesidad de repartir el uso del gimnasio, por no dar abasto para el millar de personas que hay a bordo. Los que tienen más horas asignadas son los miembros de la fuerza de desembarco, los de la Infantería de Marina.

El gimnasio se encuentra justo en la proa, bajo el sky jump (la rampa final de la cubierta de vuelo). Uno de sus mamparos es, precisamente, inclinado. Tiene tres elípticas, tres bicicletas estáticas y una de spinning, así como máquinas y pesas de todo tipo. «En ocasiones, los embarcados no ven la luz durante mucho tiempo. Dentro, en las cubiertas interiores, es difícil saber si es de día o de noche, por lo que tanto acudir al gimnasio como establecer rutinas y horarios da normalidad y regularidad», señala Gárriz. La comida, la cena, la hora del bocadillo, la hora de formación o el canto que anuncia el ocaso son rutinas que facilitan la vida en el buque, que puede llegar a hacerse eterna, pues no todo es acción: la mayor parte de este empleo consiste en esperar, prepararse y ser paciente.

Aunque nadie lo cuenta en la charla sobre 'Vida a bordo', uno de los usos y costumbres es el del continuo saludo a quien uno se encuentre en los pasillos o troncos, darle los buenos días, tardes o noches, lo cual también permite saber en qué momento del día se vive en caso de no haber salido de las entrañas del 'Juan Carlos I' durante horas... o días. En caso de ser oficiales, el saludo va acompañado de otras formalidades. Dado que todos visten el uniforme pixelado de la Infantería de Marina, es difícil para un novato reconocer cuál lo es. Pero Pablo Gárriz, el cicerone en el L-61 de este redactor, tiene un truco: sobre el pecho izquierdo aparece el apellido de todos, junto a su grupo sanguíneo, pero en el caso de los oficiales está doblemente enmarcado. Lo difícil es verlo a varios metros de distancia, con luz roja nocturna o sin llevar gafas.