¿Por qué, en general, se rehúye la soledad? Porque son muy pocos los que encuentran compañía consigo mismos (Carlo Dossi).

Hay topónimos que etiquetan el enclave al que van ligados como si estuvieran malditos. Su origen casi siempre constituye un misterio y su significado, a menudo, una contradicción con la aparente realidad. En las Pitiusas encontramos multitud de ejemplos, como es Mal Pas, s'Hort de Ca les Ànimes, sa Sangonera, s'Illa des Penjats o es Canal des Mort. Algo así ocurre también con ses Roques Males, tramo de costa abrupta que aguarda más allá de los hipnóticos arenales de orilla turquesa de Platges de Comte.

Antaño prácticamente nadie llegaba a alcanzar ses Roques Males. No había opción como tampoco existía muchedumbre, y el viajero quedaba irremediablemente atrapado en el esplendor de los paisajes previos. Ses Roques Males eran, en consecuencia, el territorio más apacible de la costa de poniente.

A continuación de la bahía del embarcadero, cuesta arriba, arrancaba un territorio de acantilados inhóspitos e impracticables, salvo por empinadas escalinatas de obra y madera, que permitían sortear el precipicio y descender hasta una orilla de escollos, primero, y tan arenosa, cristalina e igual de atractiva que los entrantes pretéritos, después.

Dichos escalones fueron allí colocados por los pescadores y sus familias; los mismos que erigieron una sucesión de rústicos refugios -aunque alguno posee planta baja y primer piso-, aprovechando la panza del acantilado. Se hallan precedidos por una suave pendiente de hormigón que desciende hasta el mar y sustenta un reguero de varaderos perpendiculares al agua, hechos con puntales de pino y traviesas de sabina.

Untados de sebo

Hay que sortearlos evitando pisar sus raíles, a menudo resbaladizos por el sebo con que son untados para que la quilla de los llaüts -o cualquier otra embarcación cobijada tras esas amplias puertas de tablones- se deslice suavemente hasta el mar.

Los bañistas que ahora buscan la soledad de ses Roques Males en los días soleados del otoño y la primavera se tumban sobre la plataforma de los pescadores, descienden al agua apoyándose en los puntales de los embarcaderos y nadan en esa poza de inconcebible transparencia, mientras contemplan el trasiego de un aluvión de peces sin necesidad de máscara submarina. Y cuando se agobian por la sofocante presencia del sol, solo tienen que bracear hasta la enorme cueva aledaña, con su orilla de arena y piedras. Proporciona una sombra impagable.

La orilla de ses Roques Males es, en definitiva, el último recodo donde disfrutar de un buen baño camino a la torre d'en Rovira. Los accidentados senderos de tierra que atraviesan el llano durante el resto del trayecto únicamente conducen a escollos envueltos en una mar oscura. El paseo, aun así, constituye un privilegio por la sobrecogedora presencia de los islotes des Bosc y sa Conillera.

Fuera naufragio o accidente el suceso que precipitó tan adverso topónimo, la realidad es que ses Roques Males siempre han fueron las buenas.

Paisaje de campo y mar

Hace algunas décadas, la llanura que precede ses Roques Males también constituía una región agrícola, con sembrados delimitados por leves muros de piedra seca y alguna païssa donde refugiarse de noche tras la cosecha. Hoy buena parte de esta zona ha sido inexplicablemente tomada por una urbanización de chalets de lujo, que ha desvirtuado esta fusión de paisaje agrícola y marino. Solo queda, como en tantos rincones de Ibiza, echar la vista al mar y a los islotes, y tratar de olvidar el hormigón y las grúas que, como pústulas, se alinean a la espalda.