Nada es casual. Y menos en el momento en el que un rey desea dejar claro su poderío. En este sentido, si el motivo que llevó a la reconstrucción de las murallas de Ibiza fue la necesidad de defenderse de los piratas, Felipe II, un hombre que sólo se casaba si con ello podía asegurar su imperio, quiso sellar la obra con toda una declaración política al estilo de un emperador romano. «La puerta de Ibiza es todo un documento sobre la grandeza histórica de la propia monarquía que el rey quiere fundar en la imagen transmitida por la arquitectura política y militar». Son palabras con las que se explica este detalle de la fortaleza en el libro 'De la fortificación de Yviça', de Fernando Cobos (arquitecto del plan director de las murallas) y Alicia Cámara.

Pocos prestan atención a las particularidades de este elemento de la construcción, pero es rico en detalles y es uno de los más importantes de la misma, lo que ya revela el hecho de que, igual que los cantos de los baluartes y los cordones, la puerta se construyó con piedra marès. Con este material se fabricaban los elementos más importantes, incluso cuando, para conseguirlo, había que exponerse a un ataque pirata saliendo a buscar los bloques de piedra a ses Illes Negres (situadas al oeste de s'illa des Penjats). En el caso de la portada, la piedra, sin embargo, fue trasladada desde Mallorca.

La antigua Porta de la Mar

El portal de ses Taules, antiguamente llamado la porta de la Mar, no es la única entrada a la fortificación pero si es la principal. Se encuentra en el lado oriental y debe su nombre al puente levadizo que se construyó en 1641 y que salvaba el foso excavado frente a ella. En el trazado que realizó el ingeniero Giovanni Battista Calvi ya aparecía, como porta maggior, pero estaba situada al inicio del carrer de la Santa Creu (plaza de Vila). Y aunque esa puerta inicial llegó a construirse, tuvo que cambiar de ubicación cuando, tras la muerte de Calvi, el ingeniero Fratín amplió el proyecto, se completó el baluarte de Sant Joan y se planeó el semibaluarte de Santa Llúcia. Así, en 1583, el límite de las murallas creció y se iniciaron las obras de la plaza de Vila y de la portada principal. En ella puede leerse el mensaje del rey identificándose, como ya hiciera su padre, Carlos V, con los emperadores romanos: Philippo rege catholico invictissimo Hispaniarum Indiarum q. Orientalium et occidentalium haec construebantur et huius insulae pro sua S.C.R.M. te gubernatore et capeo. gnali nobili don Fernando Çanoguera. Anno 1585. El monarca invicto emula al imperio romano no sólo en el uso del latín y la referencia a la extensión de su reino, sino que hay otros detalles que revelan esta identificación, como son las hornacinas que cobijan las dos estatuas clásicas que, a uno y otro lado de la puerta, muestran al mundo el mismo mensaje político. Los expertos aún intentan desvelar su origen y algunos de sus misterios, pero se considera que fueron rescatadas de hallazgos arqueológicos realizados tal vez en Sagunto o Cartagena. Representan a un guerrero, al que le faltan la cabeza, una pierna y los dos brazos (aunque el izquierdo estaría levantado en actitud de triunfo) y que sería del siglo II d.C., y una figura femenina que posiblemente se trate de la diosa Minerva y que se ha datado entre los siglos I a.C. y I d.C. Así, la puerta está custodiada por la diosa de la guerra y un guerrero equiparable a un emperador romano que, como se señala en la citada obra de Cobos y Cámara, «plantan cara al enemigo, al poderoso Turco».

Las esculturas originales se encuentran en el museo arqueológico desde principios de los 80 y completa el conjunto una tercera escultura, del siglo I d.C, que puede contemplarse en la salida del patio de armas y que se trata de un togado que podría identificarse con la Universitat y sus miembros. Cobos y Cámara plantean la posibilidad de que pudiera representar al gobernador Zanoguera, que aparece en la inscripción en latín y cuyo escudo también figura en la portada. Respecto a la cuestión heráldica, preside la puerta el gran escudo de armas de Felipe II, bajo una corona de nueve florones y rodeado por el collar de la Orden del Toisón de Oro (de la que era gran maestre; hoy Felipe VI lo es de la rama española de esta antigua orden de caballería). Y a ambos lados, figuran el blasón de Zanoguera, a la izquierda y representado por un nogal, y el de Ibiza, el escudo del castillo de tres torres que se halla a la derecha, a la altura de la inscripción latina.

En la actualidad, la emulación imperial y el mensaje de grandeza y poderío real con el que se completó el trazado de las murallas, no impresionan demasiado a los visitantes de la ciudadela, que incluso es probable que desconozcan con que dos reyes en el poder se levantaron las murallas y hasta dónde llegaban los límites de sus imperios. Pero la perdurabilidad del testimonio de su grandeza tallada en piedra, que ya supera los cuatro siglos, es innegable.