«Quién sabe si Dios nuestro Señor en sus inescrutables designios tendrá determinado que el fin del mundo, es decir, la extinción de la vida sobre la Tierra, tenga por causa la conversión de nuestro Sol en estrella nueva!». La frase está extraída del texto 'Explicación astronómica del fin del mundo bíblico', escrito por Vicent Serra i Orvay en noviembre de 1938 y en el que el sacerdote ibicenco diserta sobre la posibilidad de que el Apocalipsis devenga por la conversión del Sol en estrella nova (la estrella Nova Persei, a la que cita, se había descubierto hacía poco más de treinta años).

Actualmente, la Astrofísica sabe que el Sol no explotará como nova o supernova, que se apagará como una vela tras consumir toda su energía y que, cuando pase, además, ya no habrá vida en el planeta Tierra para presenciarlo. En los años 30 aún no estaba claro cómo iba a acabar su existencia la estrella madre del Sistema Solar, y Serra i Orvay, sin perder de vista los conocimientos científicos de la época, necesita que sea un final apocalíptico, con estrellas que caigan del cielo y fuego exterminador. «Creemos firmemente que el fin del mundo bíblico existirá. No nos contentamos por lo tanto con un fin del mundo cualquiera, con un fin del mundo más o menos científico, que puedan defenderlo (como de hecho lo defienden) aún los incrédulos, y con el cual, sin embargo, parece que se conforman (no nos explicamos cómo) algunos apologistas católicos». Es uno de los textos más conocidos del sacerdote, astrónomo y filólogo ibicenco, hijo ilustre de Sant Josep y nacido en Sant Jordi hace ahora siglo y medio, el 7 de octubre de 1869. Fue inicialmente una conferencia, se imprimió como folleto por suscripción popular y se conserva una copia en el Arxiu Històric d'Eivissa (Col·lecció Joan Palau).

Indudablemente, Vicent Serra i Orvay era de esas personas capaces de conjugar sin conflictos un espíritu científico con unas fuertes convicciones religiosas. A decir verdad, no debe ser tan complicado, porque los sacerdotes con vocación de astrónomo no son una rareza en la historia; sacerdote fue también Georges Lemaître, conocido como el padre del Big Bang, y lo fueron los italianos Riccioli y Grimaldi, que hicieron el mapa de la Luna en el siglo XVII, o el español Ramón María Aller Ulloa, que descubrió cuatro estrellas y que da nombre a un cráter lunar (de hecho, hay tres clérigos españoles incluidos en la cartografía de la Luna por sus aportaciones científicas). La histórica relación entre Iglesia y Astronomía va mucho más allá del proceso inquisitorial a Galileo Galilei por defender el heliocentrismo y asegurar que la que gira es la Tierra, no las estrellas, y ha sido a menudo más cordial que hosca. Rehabilitado oficialmente por Juan Pablo II en 1992, se cumple este año una década del homenaje que la Iglesia rindió a Galileo con motivo del Año de la Astronomía.

Serra i Orvay en la torreta del Seminario observando un eclipse a través de un cristal ahumado.

Y Vicent Serra i Orvay, conocido como 'Margalits' por la casa familiar de su infancia, es la aportación ibicenca a la ciencia astronómica, un hombre incansable, de talante polemizador, inquisitivo y curioso, según se llega a conjeturar leyendo sus escritos y aquello que se ha conservado de su extensa correspondencia. Parte de esta correspondencia son las cartas que escribía a a su discípulo Daniel Escandell, quien sería uno de los fundadores de la Agrupació Astronòmica d'Eivissa i Formentera. En una de esas cartas, inédita y facilitada por un familiar del también fallecido Escandell, se evidencian las relaciones epistolares que mantenía Serra i Orvay, que comunica al alumno haber recibido una carta muy alentadora del director del Observatorio de Madrid, al que anteriormente había informado «de la invención de tu fórmula para la determinación de los diámetros estelares».

Hidropesia

El método obtendría reconocimiento en diversos círculos científicos gracias a la intervención del maestro. La carta es de febrero de 1952. No todas las que se enviaron a lo largo de los años tuvieron, sin embargo, el mismo carácter erudito, porque, un mes después, el sacerdote escribirá a Daniel Escandell, que entonces tenía veinte años y estudiaba en Barcelona: «Mi muy querido Daniel. De mi hinchazón no hay que hacer caso. Tan pronto sube un poco como baja despacio. Por haber subido bastante en los últimos días, el médico me ha vuelto a poner en cama continua, excepto para comer (y escribir estas líneas). Por lo tanto no te preocupes». Se refiere el sacerdote a una enfermedad, la hidropesía (una acumulación anormal de agua en el organismo), que llegaba a dificultar sus movimientos, que arrastraría durante años y que, finalmente, le llevó a la tumba.