1 de noviembre de 2019. Los laboristas de Jeremy Corbyn y los independentistas escoceses no han logrado desbancar a Boris Johnson del 10 de Downing Street. El extrovertido político conservador se ha salido con la suya y ha desoído el mandato del Parlamento de prorrogar tres meses la salida de la Unión Europea en caso de no alcanzar un acuerdo con Bruselas, de manera que, desde hoy, el Reino Unido está solo, ya no pertenece a ese espacio económico y político. Se ha consumado el brexit a las bravas, a lo bestia, sin acuerdo.

Ha vencido la más dura de las opciones planteadas durante los últimos trepidantes meses, la más loca, la que podría tener (o no, ya se verá) tremendas consecuencias a ambos lados del Canal de la Mancha, la nueva frontera europea... Y también en Ibiza. José Antonio Roselló, vicepresidente por las Pitiusas de la Confederación de Asociaciones Empresariales de Balears (CAEB), alerta de que, en ese escenario, el peor de los posibles, son varios los peligros que podrían noquear a la principal industria de estas islas, el turismo: desde los efectos colaterales de que Gran Bretaña se despeñara económicamente al entrar en una aguda recesión, a los tapones que podría ocasionar en las fronteras aeroportuarias o el roto que ocasionaría en el sector náutico insular.

El gran problema que plantea el brexit para el Reino Unido -explica Roselló- es que no saben cómo van a tener que actuar. El Banco de Inglaterra, al no tener euro, es autónomo y plantea su política monetaria de manera independiente. Pero ignora, en caso de que haya un brexit duro, sin acuerdo, si tendrá que subir o bajar los tipos de interés».

Si la salida de la UE fuera dura, la teoría económica convencional plantea un escenario de recesión, «pues la gente se asustaría y consumiría menos. En ese caso sería aconsejable bajar los tipos, para así mover la economía», señala el vicepresidente de la CAEB. Pero no es tan sencillo, pues, al mismo tiempo, una salida brusca del marco europeo podría provocar la precipitación de la libra: «Eso conduciría a un incremento de la inflación, que deberían parar en el Reino Unido con tipos de interés altos», es decir, justo lo contrario que el primer planteamiento. La libra, de momento, ha resistido y, pese a un par de bajones (el primero de ellos con motivo del referéndum), no termina de caer abruptamente, quizás a la espera de que llegue el Día D.

Roselló advierte de que los británicos no pueden jugar, en ese sentido, con fuego, pues tienen un estrecho margen de decisión debido a que, actualmente, «están cerca de su objetivo de inflación, un 2%. Si estuvieran al 0%, se podrían permitir una subida al 2%». Pero no es el caso. De ahí que «no sepan qué hacer», algo que el propio Banco de Inglaterra «ha admitido formalmente».

¿Y qué nos importa a los pitiusos que suban o bajen los tipos a ese lado del Canal o que la inflación alcance allí cotas argentinas? Mucho: las consecuencias podrían notarse a muy corto plazo, en cuanto comenzara la siguiente temporada. «La economía británica podría, de esa manera, afectar al turismo a corto y medio plazo en Ibiza, que sufriría una detracción como consecuencia de esa recesión». Con una libra muy baja, las cañas y cubatas en Sant Antoni no saldrían tan baratos, ni los vuelos, ni comer ni alojarse. Si además entraran en recesión, el mercado laboral sería el primero en notarlo. Y los desempleados no viajan.

Un tapón en la frontera. Cómo se asume en Ibiza un brexit duro de un día para otro?, se pregunta Roselló. Pues malamente, que diría Rosalía. Como no se sabe a ciencia cierta qué ocurrirá, no ha sido preparada la infraestructura adecuada. Afortunadamente, el día después de la hipotética salida abrupta sería un 1 de noviembre, no un 1 de agosto: «De un día para otro habrá que poner aduanas en las fronteras. Y AENA no está preparada para absorber el brexit duro de un día para otro. Podría haber un poco de lío en los aeropuertos. En la CAEB de Palma tuvimos una sesión hace meses sobre el brexit en la que el responsable de aduanas de Balears dijo, pensando en el aeropuerto de esa isla, que podría ser complicado».

Roselló cree que «en Ibiza será complicado, aunque quizás menos que en Palma» debido a que hay menos volumen de pasajeros. Pero no será fácil: «Como los británicos no están en el espacio Schengen, ya vienen aquí con pasaporte. Hay un sistema que se llama ABC [Automatic Border System, un control automatizado de fronteras] que permite supervisar el pasaporte con una máquina. El único incordio que se podría producir tras un brexit duro es que un funcionario tendría que sellarlo». Y eso requiere más tiempo que el que se dedica actualmente: «La Policía Nacional me ha dicho -cuenta Roselló- que procurará que todo ese trámite no dure más de 30 segundos por persona, que intentarán ser lo más ágiles posible». En ese caso, si todo sale bien, si nadie se atasca en el ABC, para un avión de 200 pasajeros se invertiría una hora y 40 minutos. En plena temporada, con vuelos aterrizando cada pocos minutos, el follón podría ser monumental.

Pero no sería el único problema: «A la salida del aeropuerto se tendría que preparar una doble vía [para pasajeros de la UE y para los que no lo son], instalar un escáner de aduana e ir discriminando quién lo pasa y quién no. Ahí puede haber un poco de lío. No está hecha esa infraestructura para dividir la salida en dos. Deberá haber una doble puerta para quienes vienen por la cinta británica. Ya hay una para quienes vienen de Israel o Rusia, pero son pocos», explica Roselló. Pero los británicos son muchos, más del 30% de los turistas. «No deja de ser un inconveniente, por lo que se deberán arbitrar las medidas más ágiles posibles. Pasar aduana será aleatorio, pero también será un inconveniente», avisa Roselló.