Una playa paradisiaca, el mar teñido de color turquesa, el perfil de es Bosc y del resto de illots de Ponent de fondo, las gaviotas de Audouin suspendidas en el aire, al filo de los acantilados... Qué bonito es Platges de Comte cuando se contempla desde la distancia. Qué idílico es a metro ochenta del suelo. Pero basta con agacharse y acercar una lupa a la arena para descubrir que la playa es un vertedero donde se mezclan millones de colillas y trozos diminutos de envases de plástico rotos y de pajitas.

Los voluntarios que ayer se apuntaron al World Cleanup Day tenían por delante una labor hercúlea. Limpiar tanta basura, especialmente la minúscula, se antoja imposible, pese a lo cual decenas acudieron a varios puntos de la isla para colaborar desinteresadamente en esa jornada. En Vila hubo puntos de encuentro en el Parque de la Paz y en la playa de ses Figueretes; en Sant Josep, en Platja d'en Bossa y en Comte; en Santa Eulària, en su paseo de s'Alamera y en Cala Nova; en Sant Joan, en su Ayuntamiento y en Benirràs.

Damián y Peter llegaron a Comte con ganas a las 10 horas, nada más comenzar. Se las prometían felices cuando Jorge Pineda y Karin Isken, responsables del puesto instalado en esa zona, les dieron un par de guantes y un par de bolsas para recoger los restos que encontraran a su paso: «Podéis ir todo lo lejos que queráis», les dijo Pineda. Pero bastó con que caminaran diez metros para percatarse de que no era necesario alejarse, de que lo que recogieran sería una simple gota en un océano de basura. Aparentemente limpia, la playa es un microcosmos de colillas, microplásticos y arena. No hay esparcidas botellas de plástico de litro ni latas de refrescos, pero sí miles de cigarrillos, que sólo se pueden extraer uno a uno, con los dedos. O con un cedazo. Cada uno de esos pitillos «contamina 40 litros de agua», recordaba Pineda.

El vasco Javier Churruca no fue uno de los voluntarios que se acercaron a Platges de Comte para, puntualmente, colaborar en la limpieza de ese entorno durante una única jornada. Churruca, de 72 años, lo hace cada día. De vacaciones (viene a la isla en primavera y en esta época, cuando el turismo es menos agobiante), desciende hasta la playa poco a poco, apoyado en un bastón. En la otra mano sostiene un salabre. En apenas 15 minutos lo llena de colillas y tapones: «Este año es terrible cómo está Cala Bassa, peor que aquí», asegura. Limpia cada cala a la que acude a bañarse. Desde siempre. Fue testigo de esa labor la televisión autonómica vasca, ETB, que hace cinco años le grabó, casualmente, en Platges de Comte con su red en la mano. Está concienciado desde pequeño, desde que iba a los Boy Scouts: «Me lo inculcaron. Veo a más de uno apagando y ocultando la colilla en la arena. Entonces me acerco y la extraigo de ahí, delante de él. Se les suele caer la cara de vergüenza».

Un pitillo frente a es Bosc

Joana Costa se pasó la mañana con su hija, Laura Prats, retirando, una a una, decenas de colillas de las plataformas rocosas que hay frente a es Bosc: «Me parece mentira que alguien venga a un sitio tan bonito como este y tire aquí un cigarrillo». Costa alaba la labor de una mujer que, además de vender refrescos a los turistas, limpia por su cuenta una de las calitas de esa zona del litoral: «La tiene impecable. Hace la temporada», asegura.

Los voluntarios no dan abasto para limpiar la basura, la mayoría minúscula, que alfombra rocas, arena y se cuela entre los arbustos. Pero al mismo tiempo es incesante la llegada de personas cargadas con toallas y parasoles. Y paquetes de tabaco. Es como revivir el mito de Sísifo: en vez de empujar monte arriba una enorme piedra que al llegar a la cima volverá a caer cuesta abajo, el hijo de Eolo contemporáneo limpia playas que vuelven a convertirse en pocilgas al paso de la masa de visitantes.

Es muy frustrante. Karin Isken llenó un cubo con filtros de cigarros en solo media hora. Si hoy regresa allí, probablemente encontrará tantos como ayer o más, y en los mismos sitios. Por ejemplo, seguro que vuelve a estar lleno ese intersticio rocoso que alguien usó como cenicero para apagar tres colillas, mientras contemplaba absorto la bucólica puesta de sol y se hacía un selfie que inmediatamente colgó en su Instagram para fardar.