«Sólo pedimos que nos traten como a personas, no somos animales». Manuela Moreno, que a sus 59 años lleva desde los 45 trabajando en el hotel Mare Nostrum, no puede ser más contundente. Manuela es una de las más de 50 camareras de piso del piquete informativo de Platja d'en Bossa. La cita era a las ocho de la mañana frente al hotel Palladium, pero un cuarto de hora antes ya están casi todas allí, haciendo sonar las bocinas y enarbolando sus carteles. 'No somos de hierro', 'Stop explotación', se lee en ellos.

A esa misma hora, otro grupo de kellys se concentra en es Canar para iniciar la ruta por los hoteles. Y un tercero en Port des Torrent, frente al hotel Seaview, donde los ánimos tardan poco en caldearse. «Un cliente del hotel me ha venido por la espalda para quitarme la bocina porque decía que hacíamos mucha bulla. Me ha hecho daño en la mano», explica Lourdes Fleitas. «Un compañero ha salido a defenderme y el turista le ha roto la camiseta y le ha arañado el cuello. Han tenido que salir del propio hotel para reducirlo. Al rato ha venido la Guardia Civil», continúa la camarera de piso durante el recorrido. Desde la calle claman a sus compañeras que en este momento trabajan, animándolas a sumarse a la protesta: «No le tengáis miedo a la huelga, tenedle miedo a las enfermedades de esta profesión».

Y así hotel por hotel. Desde Port des Torrent hasta el Passeig de ses Fonts, donde estas profesionales, a las que decenas de turistas graban desde las terrazas de los hoteles, como un atractivo turístico más, denuncian que «en ningún hotel» se cumple el horario, que no se les pagan las horas extras, que el Govern hace «muy pocas inspecciones» y que están «destrozadas». «Todas llevamos en el bolso antiinflamatorios y antidepresivos», afirma Victoria Jiménez, que se dirige a los hoteleros: «La huelga no es por capricho, es porque no podemos más». Ella, confiesa, sufre de ansiedad. «Todos los días veo que no llego, que no termino», indica antes de destacar que toda esa medicación se la recetan los médicos.

A su lado, Raquel Checa, que trabaja «para una cadena hotelera muy grande», lamenta que «nadie» las ayude y que la Administración prometa muchos estudios, pero luego, a la hora de la verdad, les den «largas». «Reforman los hoteles, cada vez son más lujosos, llevamos más habitaciones, pero reducen el personal y ellos se llenan más el bolsillo. Hace años, cuando las habitaciones eran más sencillas y se hacían más rápido éramos 60 camareras de piso, ahora somos 30, la mitad», continúa Checa mientras Patricia descansa del largo recorrido sentada a la sombra. Llevan más de cinco kilómetros de piquete en sus piernas y a la mayoría eso les parece un paseo de nada si lo comparan con lo que marcan los podómetros de sus relojes inteligentes los días de trabajo: siete, ocho y hasta 16 kilómetros. Y buena parte de ellos arrastrando un carro cargado de sábanas y toallas.

Violeta Tapias coge el megáfono, que han racionado para que les durara toda la mañana, se sube a un banco y da las gracias a Milagros Carreño, portavoz de las camareras de piso ibicencas. «Si no fuera por ella no estaríamos aquí y no se hubiera convocado la primera huelga de kellys».

En Platja d'en Bossa las huelguistas abuchean a las compañeras que, alrededor de las ocho y media de la mañana, acceden al hotel. «Me duelen todos los huesos del cuerpo, estoy muerta. A las cuatro acaba mi horario y si te vas dejando alguna habitación por hacer te llama el empresario para decirte que eso no vuelvas a hacerlo», continúa Manuela Moreno, que lleva la cuenta de las habitaciones que le tocan cada día: «25, dos de ellas triples, lo que harían, en realidad, 27. Con un mínimo de cinco salidas y un máximo de quince. Sin apoyo de nadie, porque nadie te echa una mano».

«Vendemos turismo de calidad. ¿Cómo vamos a dar ese servicio en estas condiciones?», pregunta Kathia mientras un grupo de compañeras se alza por encima de la valla del hotel para hacer sonar las bocinas. «¡Allí están los jefes!», grita una señalando con el índice a la pasarela que une los dos hoteles. No sólo hay jefes, también clientes que inmortalizan la reivindicativa escena. «Un hotel de cinco estrellas requiere una limpieza de cinco estrellas. Hay mujeres que no comen o que en ocho horas no van al baño para no perder tiempo. El otro día una compañera acabó en Urgencias con una infección de orina», indica Dolores Paterna, que señala que en la mayoría de los hoteles, si ellas no tuvieran que encargarse de las zonas comunes ganarían una hora y media para hacer bien las habitaciones.

Paterna insiste en que la huelga no busca perjudicar al hotelero ni va contra los mandos intermedios sino que pretende mejorar sus condiciones de trabajo y «beneficiar al cliente». Antes de iniciar el piquete, que les llevará hasta ses Figueretes, esta camarera de piso destaca que no todas las compañeras se pueden permitir sumarse a la huelga: «Algunas no pueden permitirse que les descuenten estos dos días de la nómina y otras necesitan cotizar 180 días en la temporada para poder cobrar la ayuda en invierno». Ella lo tiene claro: las estrellas de los hoteles las llevan ellas en la espalda.