Cuando era niño, creía que el cormorán era un pájaro exótico que habitaba geografías lejanas, tal vez porque en un atlas de islas remotas -Pascua, Ascensión, Socorro, Decepción, Soledad y algunas otras que no recuerdo-, aparecía dibujado junto a pájaros desconocidos en nuestras aguas: albatros, pelícanos, charranes, fragatas, alcatraces y petreles. Mis aves marinas eran las gaviotas que volaban sobre la Marina y el virot que se cazaba ( virotada) en los acantilados del Cap de Barbaria y de la Mola. Luego, ya mayor, he sabido que los cormoranes constituyen una gran y variopinta familia: mientras el Phalacrocorax carbo tiene una envergadura de un metro desde el pico a la cola, el Phalacrocorax aristotelis es de talla mediana, 60 o 70 cm., como es el caso de nuestro cormorán moñudo, llamado así por su aristocrática cresta.

Finalmente, el Phalacrocorax pigmaeus se queda en 30 o 40 centímetros. En Ibiza y Formentera el cormorán es el corb marí, nombre que me desconcierta porque no sé en qué pueden parecerse el cuervo y el cormorán. Y también me extraña que el moñudo se apellide técnicamente aristotelis, porque siendo un ave bien adaptada al medio marino y eficaz pescadora, no tiene la sabiduría del cuervo, al que los ornitólogos atribuyen un cociente entre tamaño cerebral y corporal comparable al de los primates y cetáceos. El cuervo se reconoce en el espejo, coloca nueces en los pasos de cebra para que los coches las abran al pasar y espera a que el semáforo quede rojo al tráfico para recoger su comida; también saca comida de agujeros con ramas y, más difícil todavía, cuando tiene sed, frente a un jarro con poca agua, lo llena de piedras para que el líquido suba de nivel y poder así beber.

Un pájaro despabilado

El cormorán es también un pájaro despabilado, pero menos listo y precavido que el cuervo. Diría, incluso, que se confía demasiado. Tanto es así que podemos verlo en las playas, a pocos metros de los bañistas. Esa familiaridad o indiferencia raya el descaro, pero nos permite, si tenemos gafas de buceo, verlo nadar bajo el agua como una flecha, tan rápido que lo perdemos en sus zigzags. Con las alas pegadas al cuerpo, estira su largo cuello y con sus pies palmeados se impulsa como un torpedo. Con reloj en la mano, he comprobado que puede bucear en apnea tres o cuatro minutos y emerger a más de 50 metros de su zambullida, casi siempre con un pequeño pez en el pico. Como cazador submarino es tan eficaz que en otros tiempos lo utilizaban para pescar. El pescador solía tener varios cormoranes que capturaba en sus nidos y que mantenía en cautividad hasta que, adultos y casi domesticados, tras una discreta dieta que les despertaba el hambre, los sacaba al mar en su barca y, anillados por las patas, sujetos con un bramante, les permitía sumergirse para que pescaran y así que asomaban lo recuperaban con su presa y le regalaban un arenque. Y si el cormorán había engullido el pez, el pescador le obligaba a regurgitarlo. En cuanto al hecho de que el pescador llevara varios cormoranes en la barca era porque cuando un pájaro había comido dos o tres veces, perdía interés por la pesca y convenía usar otro cormorán. Estas artes se practicaron hasta los años 50 en Cataluña, Cantabria y Galicia. Los cormoranes se comían, se aprovechaban sus huevos y con su grasa se hacían aceites. Hoy tiene el más alto grado de protección, el mismo del águila imperial.

Común en nuestras aguas, el cormorán no llama la atención pero es un pájaro fascinante. Hoy, cuando las gaviotas han perdido su habilidad para pescar porque les resulta más fácil alimentarse en los vertederos y son urbanitas como las palomas, el cormorán vive en el mar y del mar. Un ornitólogo amigo admira su particular morfología de cuerpo esbelto y ligero, cuello largo que da un giro completo, pico negro de comisura amarilla con su extremo en gancho para rastrear las arenas y hacer buena presa, plumaje negro y lustroso con reflejos verdes y una cola con doce plumas remeras que son también timoneras. El cormorán puede sumergirse a más de 50 metros y tiene su refugio en abrigos rocosos, hendiduras o pequeñas cuevas de la costa. Durante toda su vida reutiliza el mismo nido que construye con algas, acude a la misma zona de pesca y, cosa curiosa, llega incluso a utilizar la misma roca para secar sus alas.

En el Canal d'en Martí, donde suelo ir a nadar, hay un islote en el que siempre se posa, hierático, un corb marí. Me gusta pensar que, como yo mismo hago, acude al mismo lugar año tras año. Por lo general, el cormorán es un ave sedentaria que mantiene sus hábitos, pero la pesca y la cría justifican pequeñas migraciones. Un ejemplar anillado en Barcelona fue localizado dos días después en Alcudia. Y cuando he viajado en barco de Ibiza a Denia, en la mitad de la travesía he visto, ya en dos ocasiones, pequeños grupos de cormoranes, seis o siete, en vuelo rasante sobre el mar y perfectamente alineados en una V. Es evidente que, emulando a los ferrys de Acciona y Baleària, son capaces de alcanzar las aguas peninsulares y volver a la isla en un mismo día.

Lo que del cormorán no acababa de entender es por qué no era impermeable su plumaje si era tan extraordinaria su capacidad de buceo. El ornitólogo me da una explicación convincente: el motivo de que su plumaje se moje, sea permeable, es el mismo que persigue el submarinista con los plomos de su cinturón, ganar peso para perder flotación y mantenerse mejor entre dos aguas. La población pitiusa de cormoranes, a contracorriente del turista -opción muy sabia- hace invernada en nuestras aguas y en verano migra a las costas peninsulares. Yo vivo en Barcelona y me gusta pensar que el cormorán que veo en el canal d'en Martí puede ser el mismo que luego veo en la Costa Brava, el mayor dormidero de cormoranes del Mediterráneo.