Más allá de los esporádicos avistamientos de tiburones acercándose a aguas costeras, la mejor prueba que tenemos de que en aguas de las islas siguen habitando estos depredadores, tan importantes para los ecosistemas marinos, son las cáscaras de sus huevos. Con cierta frecuencia, esas cápsulas vacías, pueden encontrarse en las playas tras ser arrastradas por las mareas, indicándonos que la vida sigue abriéndose camino en nuestro sobreexplotado Mediterráneo. Sin embargo, podemos acreditar asimismo su existencia de una forma más dramática y menos romántica; por la extraordinaria cantidad de huevos que destruyen las redes de los pescadores, principalmente las largas y pesadas mallas diseñadas para barrer el lecho marino que usan las embarcaciones dedicadas a la pesca de arrastre.

Muchos de estos huevos frustrados arriban hasta los muelles y pueden observarse en las redes extendidas al sol tras una jornada de pesca. En una tarde del mes de noviembre, echando un vistazo de apenas media hora en las redes que, un rato antes, los pescadores con base en el muelle pesquero de Eivissa han desplegado en el puerto, cuentas y recoges un total de 22 huevos de tiburón, sólidamente enganchados a las mallas por los filamentos que, en condiciones normales, sirven para fijarse a los fondos marinos. Son 22 tiburones que ya no nacerán. La mayoría eran, probablemente, pintarrojas. Realizas la misma inspección de las redes durante veinte días y ni uno solo de ellos te vas sin encontrar alguna de esas cápsulas que popularmente, por su forma, se conocen como monederos de sirena, hasta llegar a reunir una colección de más de 200 huevos. En menor cantidad, a veces también encuentras algún huevo de raya (cuatro en esos veinte días de inspección) .

Así que, si bien estos huevos son un modesto testimonio de su presencia, también lo son de la amenaza que la pesca supone para los elasmobranquios (rayas y tiburones). Y no sólo huevos de tiburón son desembarcados por las redes, como capturas accidentales y sin valor, tras una jornada de faena; a los muelles llegan, asimismo, gran cantidad de estrellas de mar, ofiuras, caracolas, pedazos de cangrejos, erizos, algas y múltiples trozos de los fondos de maërl sobre los que pasan las redes. Tan a menudo arrastran las mallas los rodolitos de estos fondos que los pescadores de las islas tienen un nombre popular para ellos; los denominan magrana (granada), por el color rosado que aún tienen cuando los sacan a la superficie. Al llegar a puerto y acabar sobre los muelles, ya se han vuelto blancos porque han muerto las algas rojas que tienen incrustados.

Daños colaterales

Respecto a las estrellas de mar, en veinte vistazos a las redes horas después de su llegada a puerto, se han encontrado 92 ejemplares, algunos individuos de especies muy raras, habitantes de las profundidades. Y diez ofiuras. Los datos son sólo una demostración, sin ánimo científico, de los daños colaterales que la pesca implica y que quedan, como prueba, en las redes extendidas en el muelle pesquero. En realidad, la mayor parte de los organismos desestimados son lanzados por la borda al subir las redes. Además, también hay que destacar que tanto huevos de tiburón como estrellas de mar son piezas que, por sus características, fácilmente quedan enganchadas a las mallas, por lo que son las que no se pierden por el camino y suelen llegar a puerto. Pero no son los únicos daños, las únicas muertes inútiles que las redes de arrastre provocan.

Tampoco el bycatch, que es como se denomina, en general, a la captura accidental de especies durante la pesca, es exclusivo de los arrastreros. Redes y anzuelos matan al año a millones de aves marinas, cetáceos, tortugas, tiburones y todo un sinfín de especies que no eran el objetivo de los pescadores. Eso sí, las tasas más elevadas de captura accidental están asociadas a la pesca de arrastre, como no podía ser de otra manera por su sistema de barrido del fondo, que implica no sólo la pesca de todo tipo de especies sino también graves daños a los hábitats bentónicos.

En la isla de Eivissa quedan actualmente en funcionamiento tan sólo seis arrastreros. Y dos en Formentera. En todo el archipiélago faenan 36 de estas embarcaciones, y, según destaca el jefe del Servicio de Recursos Marinos de la conselleria balear de Medio Ambiente, Antoni Grau, la flota se ha reducido considerablemente en las últimas décadas y su mala fama, asegura, no es del todo merecida.

«El efecto del arrastre en Balears sobre las comunidades bentónicas está muy diluida por el hecho de que la relación del número de barcas/superficie apta es muy baja (ahora hay 36 barcas para 25.000 kilómetros cuadrados, una barca para cada 800 kiilómetros) y siempre ha sido así; de hecho, aunque se ha perdido más del 55% de las embarcaciones en treinta años (había 79 en 1988), no se han notado grandes cambios y, en mi opinión, si la flota de arrastre se reduce aún más, tampoco habría efectos ambientales sensibles. El problema es la mala imagen, fomentada por los propios pescadores de artes menores».

En este sentido, también destaca que hay que tener en cuenta los efectos de las redes de trasmallo y del palangre sobre los denominados depredadores apicales (los que están en los puestos más altos de la cadena alimentaria), como los tiburones, las rayas y los meros, o sobre otras especies como cangrejos y aves como la pardela balear ( virot), que señala que son las especies que aportan estabilidad a los sistemas naturales «y su ausencia, en algunos casos desde hace más de 50 años, es irreversible o está cerca de serlo». Y prueba de todo ello, asegura, es que «la pérdida de cientos de unidades de embarcaciones de artes menores sí que se ha notado de forma sensible y es evidente que el número de caproigs ( rotjes), déntols, càntares, galls y otras especies comerciales ha aumentado en el litoral de Balears. También es evidente que en las reservas marinas donde se limita el número y la malla de las redes, los efectos son notorios».

Una de las principales críticas a las que se enfrenta la pesca de arrastre es que es muy poco selectiva, pero a ello Antoni Grau responde que se han sobrevalorado los daños en las comunidades bentónicas mientras se ha menospreciado el impacto de la pesca selectiva en las especies apicales; la pesca submarina sí es totalmente selectiva y, sin embargo, «tiene efectos criminales». La pesca submarina, con el aumento de pescadores recreativos, es responsable de la desaparición de grandes ejemplares que son muy importantes para el mar.