Son las dos de la tarde y, al final de Talamanca, un hombre recoge varios sacos de posidonia seca que se acumula sobre la arena y las rocas. Se trata de Juan Torres, agricultor aficionado, que lleva «toda la vida» cultivando patatas, cebolla, ajos y algún «tomatito» en su huerto familiar, ubicado en Jesús. En la playa no hay mucha gente a esa hora, sin embargo, la curiosidad empieza a picar entre los allí presentes y una residente italiana decide ser la primera en preguntar: «¿Para qué necesita la posidonia?», le comenta curiosa. «La utilizo para conservar y refrigerar las patatas», responde el ibicenco.

«El yodo y los minerales que tiene la planta ayudan a que la patata se conserve mejor», prosigue Torres. «Además, el aire se cuela entre la posidonia y refrigera la cosecha en verano, cuando las temperaturas son demasiado altas», continúa con su explicación el hombre, mientras añade que la posidonia también «resguarda al tubérculo del sol» y que su olor «evita que los mosquitos se acerquen». «¡Qué interesante!», responde la mujer, que no había escuchado nunca nada parecido.

Se trata de una costumbre isleña que los payeses solían utilizar para proteger los cultivos durante el verano, sin embargo, poco a poco ha ido desapareciendo y ya son pocos los que, como Torres, continúan otorgándole una segunda vida útil a esta planta marina tan característica de las Balears. « Anys enrera es feia sovint, en aquest moment no massa», asegura Magdalena Planells, ibicenca y trabajadora del campo, cuando se le pregunta sobre este curioso hábito.

La cosecha perdida

«El año pasado no lo hice porque estaba muy liado y puse las patatas en una caja en casa de mis padres. Las tapé con una tela debajo de una higuera y ahí las dejé», comenta Torres para apuntar disgustado que se le «perdió toda la cosecha al poco tiempo». «Sin embargo, tapadas con la posidonia siempre me han durado un par de meses o tres», asegura el payés, orgulloso de conservar las traiciones, a pesar de no saber exactamente de dónde proceden.

«Eso lo hacemos mi familia y yo desde siempre, supongo que habrá más gente que también lo haga, aunque no sé exactamente de dónde viene. Solo sé que funciona», afirma entre risas. «Es algo que llevo haciendo toda mi vida, supongo que me lo enseñaría mi madre», puntualiza el agricultor aficionado.

Y es que, la modernidad ha ido dando paso a otro tipo de costumbres que desplazan a un segundo lugar ancestrales y útiles tradiciones, de cuando los pobladores se servían de la fauna y flora autóctona para facilitarse la existencia.