Cuando la historiadora y antropóloga Lina Sansano recibió el encargo para elaborar el proyecto museográfico del Museu d'Etnografia d'Eivissa, veía colmada la ilusión de su vida, pero a la vez le invadió una sensación de vértigo. No contaba con ninguna colección previa para exponer, así que le tocó recorrer toda la isla y preguntar por las casas payesas en busca de piezas que pudieran reconstruir el modo de vida tradicional ibicenco.

Cuando llegó el día de la inauguración, el 1 de mayo de 1994, el interior de Can Ros mostraba absolutamente todos los objetos que Sansano había conseguido recopilar. «Nos quedó muy digno, no había ninguna habitación vacía, pero no teníamos ninguna pieza más ni un almacén». En la actualidad, el museo cuenta con tres depósitos «desbordados», en su propia sede del Puig de Missa, en las instalaciones de la ITV en Santa Gertrudis y en sa Coma, donde ahora, en el antiguo pabellón deportivo, se prevé habilitar un espacio «en condiciones y con área de restauración» para el Museo d'Etnografia y todo el departamento de Cultura del Consell.

Primeros pasos

En 1990, Lina Sansano ya había comentado al entonces alcalde de Vila, Enrique Fajarnés, su idea para crear un museo dedicado al patrimonio etnológico de la isla. Fajarnés se mostró encantado con el proyecto, pero se toparon con la gran dificultad de encontrar una emplazamiento adecuado en el municipio. Posteriormente, el Consell recogió el testigo y, al inicio de la legislatura en 1991, el conseller de Cultura, Joan Marí Tur, lo convirtió en una de las prioridades de su programa de gobierno.

Al hacer pública su intención de adquirir una casa payesa, el Consell recibió una oferta en sa Cala de Sant Vicent, otra en Sant Josep y la que se consideró la ubicación perfecta: Can Ros, en pleno puig de Missa de Santa Eulària. En esos momentos, la Fundació lles Balears se encontraba en pleno auge y estaba presidida por el propio presidente del Govern, Francesc Cañellas. No le faltaban aportaciones de las grandes empresas de las islas.

«La Fundación tenía dinero para invertir en patrimonio histórico y natural y ya contaba con propiedades en Mallorca y Menorca, pero no tenían nada en Eivissa y Formentera, por lo que pensaron que era la oportunidad para invertir aquí», recuerda Sansano. Así que el Consell acordó hacerse cargo del proyecto museístico, mientras que la Fundación presidida por Cañellas adquiría el inmueble.

Con esta fórmula, aún vigente, el Consell gestiona el contenido de un museo en un edificio que es titularidad de la Fundación Illes Balears, con el problema de que esta entidad ya no recibe aportaciones de las grandes cadenas hoteleras como a principios de los noventa. La propia institución insular garantiza con un convenio los gastos de mantenimiento del centro y del personal. Además de Sansano como directora, la plantilla la completa una recepcionista y la coordinadora, Susana Cardona, que hasta este año trabajaba como personal externo. También está externalizado el servicio de restauración.

Una vez cerrado el acuerdo para dar forma al proyecto, todavía estaba pendiente la restauración de Can Ros, obra del arquitecto Joan Prats, además de la encomienda que recibió Sansano, con la que la joven historiadora y antropóloga empezaba a materializar su gran sueño: el contenido de un museo que «ayudará a hundir más nuestras raíces en esta tierra que tanto queremos», según el discurso que pronunció el presidente del Consell, Antoni Marí Calbet, el 1 de mayo de 1994.

La radio que todos escuchaban

«Empecé a recorrer casas payesas con mi Seat Panda, cargando a mi hija Andrea de tres años y preguntando si tenían objetos antiguos que quisieran vender o ceder para el museo. No me conocían personalmente, pero me sorprendía que todo el mundo había oído hablar de mí y del proyecto, porque me habían oído hablar en las entrevistas que me hacían Pep Costa y Maribel Torres en 'Es nostro camp'». Así se llamaba el programa de Radio Popular de Ibiza que, durante décadas, fue todo un referente del mundo rural pitiuso a través de la Onda Media.

«Me miraban con sorpresa, como si pensaran 'mira esta jovencita, preguntando si tenemos cosas que queramos vender o ceder'». En esa época, se daba poco valor a unos elementos que, más que con la identidad, se asociaban al atraso o a la pobreza. «Los ibicencos nos lanzamos al turismo en los años sesenta y setenta, menospreciando y dando la espalda a todo lo relacionado con la payesía», lamenta.

En esa etapa de búsqueda para formar una colección, no era difícil que, en algunas casas, Sansano se encontrara con muebles y utensilios «que, a lo mejor, no habían tirado, pero estaban abandonados bajo una higuera o dentro de un corral, en un estado lamentable». Empezaron a llegar molinillos de sémola o de café, canteranos, ollas de barro, almudes, vestimenta, alguna emprendada de plata o de oro, instrumentos musicales, armas, herramientas o «una colección de carros y arados de diferentes épocas, muy completa y muy bonita, que nos cedió Xico Bufí, de sa Tanqueta». Poco a poco, fueron completando una muestra de todos los elementos con los que, durante siglos, los hogares ibicencos subsistieron en la autosuficiencia.

Efecto llamada

Además del día de su patrona, el 12 de febrero, Santa Eulària celebra su fiesta grande el primer domingo de mayo, a raíz de una leyenda popular sobre el colapso de la primera iglesia del pueblo. Milagrosamente, no produjo víctimas porque se derrumbó justo cuando todos los vecinos acababan de salir de misa. El domingo del 1 de mayo de 1994, el acto estelar de las festes de maig era la inauguración del Museu d'Etnografia.

Más de un millar de personas subieron al puig de Missa para visitar la restaurada casa payesa de Can Ros y todas las piezas cedidas, donadas o compradas para la flamante colección. La crónica de la inauguración del Diario de Ibiza destaca la emoción que sentía María Marí Torres, de 83 años, al contemplar la vieja rueca con la que, antaño, se hilaba la lana en su casa. «Me costó mucho desprenderme de ella, porque le tenía mucho cariño, pero al final pensé que aquí estaría mejor», relataba. Sansano evoca ese día como si hubiera supuesto una revelación para los asistentes, que iban evocando recuerdos al identificar los utensilios que habían formado parte del día a día de sus antepasados y que habían dejado de lado de sus vidas.

Esa euforia colectiva tuvo efectos inmediatos. La gente recordaba todos los objetos que tenían arrinconados en sus hogares o en el campo y ahora se daban cuenta de que tenían un gran valor más allá del material. «Cuando se iban marchando, venían y me contaban todo lo que podían traernos para que también fuera expuesto, se produjo un efecto llamada muy grande», recuerda Sansano, aún sorprendida a pesar de los 25 años transcurridos.

A partir de allí, además de la exposición permanente, Can Ros ha ido acogiendo diferentes muestras temáticas temporales -tres al año en la actualidad- para divulgar el modo de vida tradicional de los ibicencos.

Pero, además del patrimonio material, el Museu d'Etnografia ha desempañado otra labor de recopilación del legado inmaterial, con la grabación de documentales o la recuperación de las técnicas de artesanía. Durante varios años, uno de los grandes atractivos que animaban al público a la hora de visitar Can Ros era la posibilidad de contemplar la labor de los artesanos en vivo, una imagen que también había desaparecido, pero que seguía formando parte de la memoria colectiva. Hoy en día, en cualquier fiesta de pueblo o feria popular no faltan las demostraciones con esparto, espardenyes, senallons, instrumentos musicales, utensilios de pesca y demás destrezas manuales. Can Ros fue la gran cantera de formación de la que han surgido estas exhibiciones.

Antes de la inauguración del Museu d'Etnografia, hubo un antecedente en Vila con la fiesta 'Es Mercat amb flors'. «En el año 93, la presidenta del Mercat Vell, Carmen Mestre, me contó que quería montar una fiesta muy grande en el barrio y me pidió que le organizara una exposición tradicional y con trabajos antiguos en vivo». «No había exhibiciones de artesanía entonces, la primera fue en el Mercat Vell», rememora Sansano.

Así, al igual que en el caso de los utensilios del hogar, el campo o la mar , Sansano buscó a las personas que todavía dominaban las técnicas heredadas de sus antepasados y formó un equipo que sirvió de núcleo difusor. Allí estaban Xico Bufí, de sa Tanqueta de Puig d'en Valls, experto en música folclórica; la espardanyera Catalina Planells, de Ca n'Andreu de Sant Miquel; Toni Manonelles, también de Sant Miquel, que enseñaba la elaboración de instrumentos tradicionales, y Vicent Marí, Palermet, de es Cubells, que con solo «18 o 19 años ya estaba dando clases de fer llata».

El renacer del 'capell de floc'

Sansano se encontraba con el problema de que ya nadie elaboraba capells de floc, los sombreros tradicionales de Eivissa, ni recordaba su técnica. Ni tan solo la veterana Catalina de Ca n'Andreu, que solo sabía blanquearlos. Afortunadamente, uno de los jóvenes artesanos de entonces, Toni Tur, Sendic, destaca por su profusa inquietud. Una conocida suya le había regalado un trozo de llata, de unos siete centímetros, con el que se había empezado a elaborar un sombrero. A partir de esa pieza, y manipulando algún capell de floc viejo para estudiar cómo estaba entrelazado, Sendic fue haciendo y deshaciendo en sus ratos libres y las noches de invierno. Finalment, logró completar la forma del sombrero, aunque usando fibra de palmera en vez de margallón, tal y como se elaboraban tradicionalmente.

Sendic llevó el sombrero a Catalina de Ca n'Andreu para blanquearlo que, admirada, empezó a mostrarlo a algunas de sus alumnas en el Museu. Se corrió la voz y Sendic acabó impartiendo un curso de elaboración de capells de floc con la colla de Santa Gertrudis. «Las técnicas de artesanía, afortunadamente, se han divulgado mucho, no falta oferta y ahora las encontramos en muchos sitios, así que ya no es necesario que el museo siga con esa labor». No obstante, «en julio y agosto se siguen ofreciendo talleres», precisa Sansano.

El Museu d'Etnografia también recuperó estos oficios tradicionales gracias a un taller de ocupación, con el que se especializaron un nutrido grupo de artesanas muy activas posteriormente. Además, en Can Ros también se desarrollaron escuelas taller de formación para jóvenes, una de mestres d'aixa con Toni Sendic y otra de recuperación del patrimonio y muros de piedra, a cargo de Vicent Palermet. Con Palermet, las clases sirvieron para levantar una païssa e integrar los elementos etnológicos de Can Ros, como el pozo, un horno de cal o una cueva. Esta última es la protagonista de una anécdota que se atribuye a esta casa. Un día, la familia no encontraba el cerdo que estaban alimentando, hasta que fue encontrado en la desembocadura del río de Santa Eulària. La leyenda cuenta desde entonces que la gruta de can Ros, que se estrecha demasiado para que una persona pueda continuar en ella, llega desde el Puig de Missa hasta las cercanías de sa Boca des Riu.