Historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió (Enrique Jardiel Poncela).

En el extremo Este de la costa de es Carnatge, en Formentera, aguarda esta pintoresca media luna sembrada de raíles de madera que confluyen en un mar turquesa y cegador; varaderos por los que los pescadores aún arrían llaüts, botes y chalanas a diario. Cuando no faenan, reposan prácticamente a la intemperie, a la sombra de rudimentarios refugios de tablas abiertos por los frentes. En verano, el puerto se llena de bañistas, que gozan de tan escueta y cerrada bahía como si fuera una piscina natural, mientras contemplan cómo el macizo de la Mola se prolonga hacia el horizonte, conformando la única elevación perceptible en todas direcciones.

Hoy cuesta imaginar es Caló como un puerto relevante, al menos para la limitada demografía de la isla, pero hubo un tiempo en que, para los habitantes de la Mola y sus alrededores, constituía el principal punto de llegada y salida de mercancías hacia la vecina Ibiza. Era puerto seguro, salvo cuando arreciaba la Tramontana y la costa abrupta de es Carnatge se convertía en imán de naufragios. En el siglo XIX ya existía la Fonda Rafalet, aunque entonces se llamaba Can Costa, y canalizaba todo el tráfico de víveres y otros productos. También en aquellos años un pescador de es Caló, Joan Marí Mayans, sembró en Ca s'Alambí el germen de la que hoy sigue siendo la principal destilería pitiusa, tras adquirir un alambique en Barcelona y comenzar a destilar frígola y licor de hierbas.

Puerto milenario

Sin embargo, la historia de es Caló como puerto arranca mucho tiempo antes, incluso hace más de mil años, según algunos historiadores, aunque su verdadero origen se pierde entre la bruma del tiempo. Se dice que en el año 826 desembarcó en Formentera una congregación de frailes ermitaños, procedentes del convento de San Felipe, en Jávea. Huían de las huestes musulmanas que se propagaban por la Península Ibérica, constituyendo Al-Ándalus.

Cuando los cristianos catalanes del Reino de Aragón reconquistaron las Pitiüses, en 1235, una de las decisiones que tomó su cabecilla, Guillem de Montgrí, fue conceder tierras y viñedos en la Mola a los frailes agustinos. Algún historiador sugiere que, en el momento de acometerse el reparto entre los nobles victoriosos, los ermitaños ya se encontraban allí. Se sabe que erigieron un monasterio al que llamaron Santa María, del que no queda rastro. Permanecieron allí, dedicados a la oración y al cuidado de sus campos de vides, hasta que, en 1298, ya enterrado Guillem de Mongrí, las disputas de los señores feudales provocaron la pérdida de estas propiedades.

La peste

Durante las décadas o siglos -quién sabe-, que los ermitaños agustinos se refugiaron en Formentera, utilizaron la bahía como principal puerto de operaciones. Esa es la razón de que aún se le conozca como es Caló de Sant Agustí o es Caló des Frares. Como el resto de la isla, quedó abandonado a finales del siglo XIV, cuando la peste asoló este territorio, dejándolo totalmente despoblado. A partir de entonces quedó a merced de los corsarios norteafricanos, que establecieron en Formentera una base de operaciones para las salvajes incursiones que emprendían por Balears y la costa levantina. Cuando la isla comenzó a repoblarse con éxito, tras varios intentos fallidos, a finales del siglo XVII y principios del XVIII, es Caló volvió a ser puerto estratégico.

Hoy, el viajero se aposta sobre el amplio muelle de hormigón, mientras contempla a los turistas que chapotean en la orilla y escucha las risotadas procedentes de las terrazas aledañas. ¿Cómo imaginar que un enclave tan modesto encierra una historia legendaria, salpicada de interrogantes, que se adentra en las entrañas de la Edad Media?

Ses Platgetes, la costa embriagadora

Hoy es Caló constituye una de las múltiples zonas turísticas de Formentera. En los años 70 se crearon los primeros bloques de apartamentos que, como en la mayor parte de la isla, constituyen construcciones modestas de poca altura. A ambos costados del puerto, aguarda una costa agreste y rocosa que, en el lado Oeste, en la zona conocida como ses Platgetes, alberga una sucesión de escuetas orillas arenosas. Resultan espectaculares por los colores esmeraldas y turquesas, casi fosforescentes, que adquiere el mar.

Xescu Prats es cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza.