De entre todos los libros que tenía Zana Marsenic, de 47 años y nacida en Bosnia-Herzegovina, los que más echa de menos son los de Stephen King y aquellos sobre la Segunda Guerra Mundial, pero lo más valioso que perdió en en el incendio incendio en el edificio okupado de es Viver, donde vivía desde hace un año, es su diario. «Todo fue muy rápido. Solo tuve tiempo de gritar ¡bomberos! El humo era tan espeso y negro que tuve que escapar por donde estaba la basura. Se propagó por todas partes muy rápido», rememora Marsenic mientras espera a que Cruz Roja abra el refugio habilitado en el CEPA Pitiüses que visitó por la noche Diario de Ibiza.

Desde el fatídico 13 de mayo, el día a día de esta afectada por el incendio en el inmueble okupado es «muy complicado». Desde ese día ha dormido cada noche en las instalaciones de la Escuela de Adultos y su rutina no varía: a las siete de la mañana abandona el refugio, pero hasta las 8.30 horas no se sirve el desayuno en la sede de Cáritas de Ibiza. Después, a las 13 horas, acude a un pretaller. Hasta que vuelve a abrir el refugio pide limosna en la calle. «Llevo vida callejera. No es nuevo para mí, aunque no me gusta estar en la calle», asegura Zana, que añade que le gustaría conseguir un trabajo de enfermera. «Pero con esta edad quién me da trabajo? Además, tendría que convalidar el título, pero no estoy en situación de hacerlo... Sigo un programa de rehabilitación, tengo que recuperarme», admite.

Su pasado tampoco fue fácil. «Vengo de una familia buena, pero hubo una guerra civil terrible en mi país y como mi padre era serbio nos culparon. Cuando pierdes una guerra lo pierdes todo. Pierdes el derecho de existir», reflexiona Marsenic, que agrega que conocía a Rossanna Venturini, la fallecida en el incendio de es Viver. «Tenía conflictos verbales con su pareja, pero allí no permitíamos la violencia. Ella no pudo salir por el fuego, pero no estaba atada», asegura esta damnificada por el incendio, que podría acudir a casa del que era su marido, fallecido, donde vive su suegra, pero como no tiene medio de transporte prefiere estar con un amigo en el refugio.

A las 21.40 horas llega otro hombre al refugio, un marroquí que cuando ocurrió el incendio temía que su sobrino no hubiese escapado de las llamas. Lloraba y lloraba en una ambulancia. Finalmente su familiar resultó ileso y también pernocta en el espacio cedido al Ayuntamiento de Ibiza por la Escuela de Adultos. «No tenemos adónde ir, pero yo aquí no duermo bien. Tengo que tomar muchos medicamentos», explica el afectado, que se trasladó desde Murcia, donde llevaba más de 20 años, a Ibiza hace cinco meses. «Lo he perdido todo: el pasaporte, el carnet de conducir, la tarjeta de residencia de Marruecos, 1.500 euros, todo lo que tenía ahorrado, y la llave de mi coche. Ahora no puedo arrancarlo», lamenta. Cuando el refugio está cerrado se tumba en el jardín del Parque de la Paz y allí espera que pasen las horas para poder dormir bajo un techo. Ve complicado conseguir algo mejor.

El que tampoco sabe dónde irá cuándo no pueda dormir en uno de los colchones colocados en la Escuela de Adultos es Issam, de 33 años, también de Marruecos. «El alquiler aquí es muy caro y hasta que no tenga trabajo no podré pagar nada. Aún la temporada está muy floja», explica este marroquí, que ya había trabajado en la isla en veranos anteriores. Las llamas del incendio intencionado de es Viver quemaron una maleta suya llena de ropa, 400 euros que tenía ahorrados, su móvil y una tablet. «Por suerte, llevaba encima mis documentos porque había ido al albergue a ducharme», destaca Issam.

El que solo pernoctó una noche en la antigua sa Bodega es Atman, también de Marruecos. «Lo he perdido todo menos el coche, que es donde duermo como hacen muchos porque ¿qué vamos a conseguir aquí? Yo soy albañil, no puedo pagar 400 euros por una habitación», explica Atmen, que ha acompañado a algunos de los ocupantes del inmueble okupado de es Viver que, casi dos semanas después del incendio, siguen pasando la noche en la Escuela de Adultos. «Otros no vienen porque prefieren pasar la noche en la playa o bajo un árbol», señala el marroquí.

Los que aún pernoctan en el refugio son los más vulnerables: no tienen empleo y también se han quedado sin documentación.

Antes de las 22 horas, los voluntarios de Cruz Roja, el jueves fueron Denys Johana y José Pinzó, ambos de Colombia, llegan cargados con cajas de comida y bebida. Disponer cada noche de voluntarios es difícil, ya que la mayoría ya ha comenzado la temporada. Por esta razón y por la «mezcla de perfiles» de los afectados por el incendio, se decidió que hubiera un vigilante de seguridad toda la noche y así nadie más tenía que pasar la noche en vela.«Si no fuera por los voluntarios de Cruz Roja no podríamos mantener abierto este refugio. No damos abasto y no es viable mantenerlo mucho más tiempo», afirma la responsable de voluntariado, Silvina Carrillo.

Pese al cansancio, los tres voluntarios reciben con una sonrisa a los afectados y reparten bocadillos y fruta. «La mayoría son musulmanes y están en Ramadán. Intentaremos tener carne halal», señala Carrillo, que desconoce cuándo cerrará el refugio.