El apocalipsis llega cargado de cifras. Un análisis científico global presentado este año por la Universidad de Sydney y que recoge datos de muchas investigaciones realizadas en los últimos años a lo largo de los meridianos y a lo ancho de los paralelos del planeta señala que las poblaciones de más del 40 por ciento de las especies de insectos se está reduciendo y que una tercera parte de ellas está en peligro de extinción. Cada año se pierde una masa del 2,5% del total de insectos. No hay estudios en todos los países, pero los datos se suceden sin tregua y la crisis de los insectos se presenta repleta de números que a menudo uno puede preguntarse de dónde salen.

Muchos de estos informes globales deberían empezar por alimentarse de cifras locales y lo cierto es que, al menos en Balears, faltan estudios para poder poner cifras al desastre. Lo cual no significa que el desastre no sea evidente. Expertos en entomología como los profesores de la UIB Miguel Ángel Miranda y Guillem X. Pons aseguran que el problema les preocupa y que la sensación de que vemos menos insectos volando sobre campos y bosques es más que una sensación, pero a ella hay que ponerle datos. «Se nota. Hay menos biodiversidad en zonas de cultivo, mientras que en zonas de pastos ecológicos la situación cambia radicalmente», señala Pons.

Y Miranda, que afirma que la disminución de especies de insectos es «innegable», incide en la necesidad de contar con «estudios rigurosos» para poder evaluar el problema. «Tenemos una serie de estudios a nivel global que aprovechan datos de otras investigaciones y realizan una serie de análisis con modelos estadísticos, y con ello marcan una tendencia», explica este profesor de zoología, que califica todos esos datos como «una aproximación» a la realidad.

Sin catálogo de artrópodos

En el caso particular de Balears, Miranda explica que ni siquiera existe un catálogo de artrópodos (insectos, arácnidos, crustáceos y miriápodos) de las islas. La conselleria de Medio Ambiente trabaja en un Bioatlas que se va actualizando, es cierto, pero hacen falta más estudios con los que rellenarlo. Y las causas de esta falta de información pueden resumirse en la escasa promoción de la investigación científica en este sector por parte de las instituciones y en el hecho de que se trata de un grupo difícil de estudiar y que llama poco la atención de los alumnos de las carreras relacionadas con la materia.

«Te encuentras alumnos que quizás quieren estudiar Biología y se quieren dedicar a los primates o a los cetáceos. Cuando les recuerdas que hay un grupo de animales que se llaman insectos, éstos no les parecen muy interesantes, no son tan populares», explica Miranda. Y si en esta Comunitat la situación es de oscuridad informativa, en Ibiza y Formentera la carencia es aún más aguda. Sin universidades ni organismos que puedan promover y respaldar investigaciones científicas en el campo de la entomología, los estudios con un seguimiento de las poblaciones son una auténtica rareza.

El biólogo Joan Carles Palerm, presidente del Grup d'Estudis de la Naturalesa (GEN), suele insistir en estas lagunas. «En las Pitiüses, como siempre, no tenemos programas de seguimiento ni trabajo de investigación de base y no podemos saber cuál es la situación y si es similar a otros lugares del mundo. El hecho de ser islas a veces hace que, para bien o para mal, la situación no siempre sea la misma». Y una forma de intentar solucionarlo, según también suele explicar Palerm, sería que instituciones como los dos consells promovieran la investigación con líneas de subvenciones destinadas a tal fin. Con algo similar a «pequeñas becas», que no precisan grandes dispendios por parte de la administración, tal vez biólogos y otros investigadores se animarían a realizar trabajos dentro del campo de los artrópodos que pudieran aportar datos a este panorama de oscuridad. «Ésta podría ser una buena ocasión para que realmente demos a este grupo de organismos la importancia que tiene, porque es la base de todo», añade Miguel Ángel Miranda. Si el pequeño cosmos de los insectos colapsa, colapsa el planeta. Reacción en cadena.

Lo cierto, y sin que suponga consuelo alguno, es que la situación de Balears no es una excepción, porque ya los entomólogos que comenzaron a notar la desaparición de comunidades de insectos, en lugares como Alemania, lamentaron la escasa información que existía del pasado para ayudar a entender el presente. Los programas de monitoreo son complicadas inversiones a largo plazo y otorgan pocos réditos a corto plazo (no seduce igual descubrir un endemismo que anunciar un proyecto de tres años para estudiar la comunidad de escarabajos de ses Salines). Además, alguien tiene que pagar estos programas y los fondos de universidades e instituciones suelen tener un plazo muy corto.

Recuerda Palerm que en Ibiza sólo había un trabajo de seguimiento de poblaciones de insectos que podría haber ayudado ahora a conocer el problema de la desaparición de especies, pero se canceló después de los recortes que se produjeron en el Ibanat (Institut Balear de la Natura) y Espais de Natura Balear y por los que se despidió al naturalista que se encargaba de mantener actualizados los datos. Se trata del seguimiento de mariposas diurnas que se realizaba en ses Salines dentro del proyecto europeo Butterfly Monitoring Scheme.

Estación 74

Con él se describieron 18 especies entre los años 2005 y 2012, cuando estuvo activa la estación 74, que era el nombre que recibía la base ibicenca. Como promedio anual se registraron 272 ejemplares. Los responsables del parque natural han manifestado en repetidas ocasiones su deseo de intentar recuperar este trabajo, aunque se han perdido años de datos que «ahora serían interesantes» para poder confirmar si ha habido un descenso de ejemplares y de especies.

Y es que los lepidópteros, al menos los diurnos (los ropalóceros, aunque este término está en desuso), son un caso particular dentro del desconocimiento general del grupo de los artrópodos, porque existen más estudios sobre este orden en el conjunto de Balears. Guillem X. Pons recuerda que el Observatorio Socioambiental de Menorca (Obsam) ha hecho un seguimiento de sus poblaciones de mariposas y que el Grup d'Ornitologia Balear (GOB) de esta isla también ha iniciado un proyecto de seguimiento de invertebrados en distintas fincas. De hecho, el proyecto del Obsam ha servido ahora para confirmar que, efectivamente, ha habido una regresión de las comunidades de lepidópteros. «Hay una serie de grupos, dentro del mundo de la entomología, que son más populares, como las mariposas o los escarabajos, y más investigadores se animan a estudiarlos, incluso a nivel aficionado, pero luego hay toda una gran cantidad de insectos menos populares de los que no sabemos nada», asegura Miranda.

Como ejemplo, cita toda la fauna ligada al suelo de los bosques, «que forma parte de los ciclos de la materia y de la energía del bosque», de la que se sabe muy poco y que, si estuviera desapareciendo, podríamos tardar mucho en enterarnos.

La destrucción del hábitat

Aparte de la falta de información, Balears también es un caso particular porque las causas primordiales a las que se achaca la disminución de la masa de insectos son algo distintas a las que se apuntan como principal razón del declive mundial. Si a nivel global los expertos destacan la incidencia del abuso de pesticidas en terrenos agrícolas de explotación intensiva, «en lugares como el nuestro, donde no hay una agricultura industrial extensiva, lo que tendría un mayor impacto en las poblaciones es el uso del territorio y su modificación. Hace treinta o cuarenta años, muchas zonas eran un continuo de un ecosistema, pero nosotros lo hemos fragmentado y todo eso hace que las poblaciones de insectos lo tengan más difícil para conseguir las mismas poblaciones que tenían entonces», sostiene Miguel Ángel Miranda.

Y continua relatando cómo en las últimas tres décadas se han construido carreteras nuevas y nuevas urbanizaciones, en zonas que quizás antes eran agrícolas o junto a áreas naturales, y con ello «lo que hacemos es competir por el espacio con las especies de insectos y quitarles la capacidad de criar en esas áreas». El impacto en sus ciclos biológicos es innegable.

Las libélulas y otros odonatos, así como cualquier otra especie relacionada con la presencia de aguas estancadas, representan uno de los grupos a los que debería prestarse atención, dada la desaparición de hábitats de este tipo que han sufrido las islas en las últimas décadas. De hecho, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza ya ha advertido de la grave destrucción de humedales en toda la cuenca mediterránea, del riesgo que ello conlleva para las poblaciones de odontocetos y de la necesidad de adoptar medidas que frenen la destrucción de estos ecosistemas.

Primero, la desaparición de abejas provocó la alarma mundial. Luego fueron todos los polinizadores y ahora la crisis biológica se ha extendido al conjunto de los insectos. Sin embargo, como bien apuntan tanto Miranda como Pons y Palerm, no sólo los insectos desaparecen. La ONU acaba de hacer público un informe demoledor, firmado por 450 expertos de 50 países, en el que se asegura que un millón de los ocho millones de especies de flora y fauna existentes en la Tierra están amenazadas de una extinción inminente, cuestión de décadas, si no se pone freno a la destrucción de los ecosistemas. Y todas las amenazas a las que alude este estudio son consecuencia de la actividad de una sola especie, Homo sapiens: cambios en el uso de la tierra y el mar, explotación de organismos (la sobreexplotación pesquera es el caso más significativo), el cambio climático, la contaminación (principalmente por plásticos) y las especies invasoras son los cinco factores de destrucción más importantes. Es el estudio Evaluación Global sobre Biodiversidad y Ecosistemas y analiza cinco décadas de cambios en lo que denominan «crisis de biodiversidad». Bien podria ser llamado apocalipsis.

Se irán en silencio

Y si bien asistiremos, siguiéndola al minuto, a la desaparición del rinoceronte debido a la caza furtiva o del oso polar, hundiéndose con el poco hielo que quede en el Ártico, o del lince ibérico, acorralado por la degradación de los bosques, los cazadores y los atropellos, otras miles de especies se irán en silencio, sin que apenas nos demos cuenta. Y, si nos percatamos, nos preguntaremos cuándo ha pasado. De hecho, la reducción de la masa de insectos que se ha popularizado con la expresión 'efecto parabrisas' (en los viajes en coche, antes era más frecuente tener que ir apartando insectos del cristal) empezó a tomar la forma de alarma biológica en 2017, cuando los entomólogos detectaron, de pronto, un brutal descenso de la biomasa entomológica de un parque natural. Acto seguido, entomólogos de todo el mundo hacían públicos su temores de que lo mismo estuviera sucediendo en sus zonas de residencia. De pronto, habíamos identificado el instrumento del Armagedón.

En el citado informe de la ONU también se recalcan las dificultades que entraña la estimación del mundo de los insectos. Más del 40% de las especies de anfibios caminan hacia su desaparición, al igual que un tercio de los arrecifes coralinos, tiburones y especies asociadas a ese hábitat. También un tercio de los mamíferos marinos está amenazado. En el caso de los insectos, asumiendo el desconocimiento general y a pesar de las cifras que constantemente se suceden, quienes han elaborado el informe consideran que puede hablarse de un 10% de especies amenazadas. Una cifra más. Todo ello requiere, para revertir el proceso de esta sexta extinción, tan a menudo silenciosa, de profundas transformaciones en el uso que el ser humano hace del planeta.

De las sospechas a las pruebas, en derecho penal va una condena; en biología, la falta de pruebas del desastre puede conllevar que no se tomen algunas de las medidas que aún podrían adoptarse. Sin investigaciones, sin números y sin datos no se aprueban partidas presupuestarias para la recuperación de especies, por ejemplo. En las Pitiüses existen muchos taxones de insectos endémicos, muchos escarabajos, sobre todo, cuya condición de exclusividad justificaría planes de protección y divulgación de su importancia ecológica si existieran datos que demostraran un descenso de las poblaciones. Un buen ejemplo sería el caso del escarabajo llamado fura ( Pimelia elevata), el más conocido de los tenebriónidos de las islas. Se considera común y frecuente en tierras secas y caminos arenosos del litoral, pero existe la percepción de que es más difícil encontrar una fura hoy de lo que lo era hace tres décadas. No sabemos si esa impresión es cierta.