Un alma se mide por las dimensiones de sus deseos, como se juzga una catedral por la altura de sus campanarios (Gustave Flaubert)

Matemáticos y astrólogos otorgan gran importancia al número 144. Es el cuadrado más grande de la serie de Fibonacci, secuencia que arranca con el 0 y el 1, y que progresa incorporando nuevas cifras mediante la suma de las dos anteriores. A sus numerosas aplicaciones en computación se suma su persistente presencia en las formas de la naturaleza, como la espiral de la concha del caracol o la estructura de la flor del girasol. Como además es el equivalente a doce docenas, constituye una medida habitual en oficios como ferretero o joyero, y en astrología es definido como un guarismo sagrado al representar la suma de las dodecatemorias; es decir, los doce sectores en que se subdividen los signos zodiacales, conformando un microzodíaco dentro de cada uno de ellos.

En Ibiza, sin embargo, el 144 se mide en metros. Al menos en Sant Rafel de sa Creu, ya que esa es precisamente la altura a la que se sitúa su insólito y curvado campanario. En las Pitiusas únicamente hallaremos una espadaña similar en la iglesia de Sant Antoni, en la que al parecer se fundamenta.

En 'Lo que Ibiza me inspiró', Enrique Fajarnés Cardona describe el campanario de Sant Rafel como de «mal gusto», aunque se le puede contradecir afirmando que ejemplariza la gracilidad de la curva, con unas proporciones que en algún momento se engarzan a la serie de Fibonacci. Rompe, además, con la dictadura del ángulo recto de las aristas. Solo la portada principal, la hornacina que hay sobre esta y los arcos rebajados del porche pequeño y los de medio punto del grande, en el lateral, combaten esta omnipresencia. El campanario, al parecer, es de construcción posterior, ya que está fechado al pie, en 1900.

Los tísicos, a Sant Rafel

Fajarnés Cardona cuenta también que la elevación de Sant Rafel llegó a proporcionar a esta localidad cierta fama de salubre, en una isla carcomida por la humedad. Los tísicos de Vila, de hecho, se refugiaban en las casas de los alrededores para aliviar su tuberculosis. La iglesia, en cualquier caso, mira altiva a la ciudad, desde la cima del monte. El protagonismo que antaño tenían las murallas renacentistas desde el mirador hoy se diluye por las humeantes chimeneas de Gesa, cuya contaminación también parece de otros tiempos.

La iglesia de Sant Rafel fue la primera que se terminó de todas las proyectadas por la reorganización parroquial que impulsó el primer obispo de la diócesis de Ibiza y Formentera, Manuel Abad y Lasierra, en 1785. Las obras se iniciaron un año más tarde, en 1786, y concluyeron en 1793. No solo destaca por la dualidad de porches, también excepcional en la isla -otra vez junto con Sant Antoni-, sino por la plasticidad de la casa parroquial anexa, también encalada de arriba abajo, y la leve asimetría de los vanos de su fachada.

Contrafuertes

Al otro lado, donde la iglesia apunta hacia el pueblo, gruesos contrafuertes, entre los que se sitúan algunas de las capillas laterales que conforman el interior -tiene siete-, junto con la nave principal. En la oquedad que establece el primer contrafuerte, una escalinata rústica e irregular, a ras de cielo, que asciende hasta la balconada del campanario. La sencillez también se propaga por dentro, donde destacan el gris del friso y la franja con relieve que enlaza los capiteles, y el amarillo de las columnas que sostienen el coro. Frente a ella, el bronce del sacerdote e historiador local Joan Marí Cardona (1925-2002), obra del escultor Pedro Hormigo, orientado para admirar la singularidad de la iglesia por los siglos de los siglos.

Un templo ligeramente aislado

Antes de que la carretera de Eivissa a Sant Antoni se hiciera autovía y el túnel escondiera el pueblo, la iglesia de Sant Rafel se elevaba ante los viajeros que atravesaban la principal arteria de la isla. Aun así, siempre fue un oratorio ligeramente aislado, ya que el pueblo, en lugar de crecer en torno a él, se arremolinó junto a la encrucijada que le proporciona apellido. Hasta hace pocas décadas, cuando la localidad ya era un hervidero de restaurantes, bares y talleres de alfareros, la suave pendiente que enlaza con la iglesia se encontraba flanqueada por campos de almendros y algarrobos. Hoy nuevas construcciones se yerguen junto al camino, uniendo el monumento con la mundanidad.