Se puede intentar atrapar la felicidad de mil maneras, pero muy pocas resultan infalibles. Una de ellas es ocupar un sábado por la tarde una mesa en Can Jordi, tomar un vaso de Sa Quimera en una mano, un trozo de coca amb pebreres en la otra y dejarse traspasar por la música en vivo de Uncle Sal, Bluesmafia, Flecha Negra, Tonto o cualquier otro grupo isleño de raíces blueseras o rockanroleras. Aunque sea sobre el mismo asfalto, no hay otro escenario que contagie tal nivel de complicidad entre los músicos ni semejante comunión con el público.

Hubo un tiempo en que Ibiza era inaudita por su atmósfera libre y su mezcla de gentes. Ya fuera en discotecas, mercadillos o la terraza del Montesol, hippies, ricachones y payeses compartían risas y tertulia con idéntica despreocupación. Esta autenticidad improvisada acabó transformándose en negocio y llegó la sobredosis de zonas vip y beach club, el minimalismo de cartón piedra y esa avaricia desbocada que empuja a exprimir hasta la última gota de la ubre ebusitana. Y cuando el hechizo parecía roto, irrumpió Can Jordi como antídoto.

El eclecticismo constituye su mayor atractivo. Entre los parroquianos hay ibicencos, extranjeros pudientes, okupas, turistas despistados? La gente para a comprar un kilo de limones o un saco de pienso para los animales, tomar el carajillo o el bocata de media tarde, desgañitarse en un concierto o asistir a una exhibición de arte en el viejo almacén de grano, reconvertido en sala de exposiciones.

Epicentro de una tierra de nadie

Can Jordi siempre fue así. Ejerció como epicentro de una tierra de nadie, que abarca desde las afueras de Sant Josep hasta es Jondal. La familia conserva documentación que demuestra que la tienda ya existía en 1917, aunque se desconoce su año de fundación. La erigió Vicent Puvil, ibicenco emigrado que regresó de América. Por eso, luce aspecto indiano, con la fachada rematada con la balconada característica y finas columnas decoradas en el porche.

Pep Torres, Jordi, abuelo de Vicent Marí, actual encargado e impulsor del colmado como epicentro de la cultura alternativa isleña, lo alquiló en 1941. Entonces, su hija Esperança tenía solo un año. Se crió en la trastienda, donde la familia continua viviendo, ayudando a sus padres. El colmado era mínimo y se situaba junto a la entrada. A continuación, una amplia estancia, el café, con mesas donde los parroquianos, llegados de todos los confines, se reunían para jugar hasta la madrugada al burro y la manilla, junto a la estufa de leña.

En Can Jordi también comerciaban con almendras y algarrobas, que adquirían a los campesinos de los alrededores. La deuda que la tienda contraía con ellos les permitía ir comprando los alimentos necesarios para subsistir. Se hacían dos viajes de carro a la ciudad al día, gracias al par de mulas que tenía la familia, y en la tienda se despachaban productos a granel, como arroz, legumbres, cereales, vino y aceite de oliva, que llegaba en bidones. Incluso se repartían las cartillas de racionamiento, con la ayuda de Pep des Coll des Jondal, maestro de la escuela cercana, que se ocupaba de rellenarlas. Con los años también se hicieron cargo de la recepción del correo de todo el vecindario.

En 1962, Esperança se casó con Pep Marí, de Can Botja d'en Serra (Sant Josep). Poco antes, su suegro les ayudó a adquirir por fin el colmado-bar y, nuevamente en la trastienda, crió a sus hijos José Antonio y Vicent, cuidó de su madre Francisca, que pasó sus últimos años en una silla de ruedas, y atendió a los clientes, todo a la vez, porque su marido Pep era camionero y estaba todo el día fuera de casa.

Cuando Esperança se jubiló, su hijo Vicent tomó las riendas. Frente a la competencia ingobernable de las grandes superficies, que ha cerrado tiendas tradicionales por docenas, Can Jordi se convirtió en Blues Station sin renunciar un ápice a su pasado. Se aplicó la máxima de Neil Young: «Mejor quemarse que desvanecerse».

Xescu Prats es cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza.