El escritor ruso Yuri Kariakin, uno de los ideólogos de la Perestroika, solía decir: «Hay dos obras clave para un intelectual ruso: 'Los demonios', de Dostoievski, y 'Archipiélago Gulag', de Solzhenitsin». La primera es una advertencia del infierno que se abre ante nosotros. 'Archipiélago Gulag' se encuentra a la salida del infierno, es como un inventario de lo que hicieron con nosotros. Se necesitó 'Archipiélago Gulag' para comprender 'Los demonios'. En la década de los noventa los rusos asistieron a la hecatombe del sistema comunista y pasaron a vivir en un mundo dominado por valores capitalistas. De esta transformación da cuenta la escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich en una pentalogía a la que ha llamado 'Voces de la Utopía' elaborada a partir de voces, que siempre son entrevistas con testigos de los hechos: 'La guerra no tiene nombre de mujer', 'Últimos testigos', 'Los muchachos de zinc' y 'Voces de Chernóbil' balizan el recorrido de Svetlana por la muerte en la URSS comunista.

El último libro de esta pentalogía traducido al castellano por Jorge Ferrer con el título de 'El fin del Homo sovieticus' (Acantilado, 2015) puede sumarse a ese lugar privilegiado que ocupan 'Los demonios' y 'Archipiélago Gulag'. Porque es muy difícil describir tan rigurosamente la transformación de la sociedad rusa en el último cuarto de siglo como lo hace Aleksiévich. Este libro llevó a su autora a ganar el Premio Nobel de Literatura de 2015.

Svetlana Aleksiévich nació en Ucrania en 1948 pero pronto se trasladó a Minsk, Bielorrusia, donde estudió periodismo. Comprometida con la aproximación a Occidente y las libertades ilustradas, fue muy crítica con Lukashenko lo que le costó el exilio en el año 2000. En el año 2011 volvió a Minsk.Sufrimientos de los soviéticos

Sufrimientos de los soviéticos

Toda su obra busca narrar los sufrimientos de los soviéticos en la época comunista. «Mi generación creció entre víctimas y verdugos. Siempre con el miedo ordenando la vida comunitaria», explica. La obra cumbre de su pentalogía es 'El fin del Homo sovieticus'. En ella Aleksiévich confronta a los rusos de los años noventa con el cataclismo social que supuso la muerte de la URSS. Entrevista a entrevista, palabra tras palabra, Aleksiévich va tomando minuciosamente nota de la resonancia que estos acontecimientos tienen en quienes los vivieron. El resultado es una honda desolación. «Hoy en los países de la antigua URSS hemos de convivir con las ratas que salieron de nuestra propia alma. No supimos construir el famoso socialismo de rostro humano y el poder lo han tomado ladrones o asesinos procedentes del viejo régimen». «Creíamos que todos los males estaban tras los muros del Kremlin y no supimos crear una alternativa al 'Homo sovieticus', ese plan del marxismo-leninismo para transformar la naturaleza humana».

Entre los capítulos que componen esa hermosa sinfonía que es 'El fin del Homo sovieticus' hay algunos de una especial potencia emocional. Hay uno especialmente bello, un verso libre en el viaje a los infiernos. Se titula 'De una soledad muy parecida a la felicidad'. Es una conversación entre Svetlana Aleksiévich y una ejecutiva llamada Alisa Z., de 35 años de edad, a la que conoce durante un viaje en tren a San Petersburgo. Pocas conversaciones reflejan tantos dilemas sociales, sentimentales, políticos y profesionales como ésta.

Y pocos personajes como el de Alisa Z. representan con tanta fidelidad a una generación. Alisa Z., Aleksiévich bien lo sabe, está muy cerca de transformarse en arquetipo. Y eso supone haber parido algo muy importante. Svetlana recuerda que grabó con dictáfono aquel encuentro porque le sorprendió que una mujer tan joven, criada entre los mejores aromas de la disidencia, huyera del mundo cultural que le legaban sus padres. Alisa Z es una mujer que ha contemplado demasiado cambio tumultuoso, demasiada psicopatía en sus compatriotas y el derrumbe de los salvíficos ideales que guiaron su infancia y adolescencia. Alisa Z. quiere a sus padres, lectores devotos de Pasternak, Gogol, Chejov, etc., pero no les entiende.

Ella ha pasado miedo y hambre y ha jurado que eso no le volverá a suceder. En la década de los noventa, cuando las mafias comenzaron a adueñarse de Moscú y hombres de negocios armados hasta los dientes tomaron el control de las empresas más rentables, se hizo una mujer fuerte, se blindó contra el dolor de los recuerdos mientras huía en pos del fastuoso mundo que llegaba con el dinero y el modus vivendi occidental. Pero la triunfante ejecutiva Alisa Z. está sola. Una vez estuvo locamente enamorada de un hombre casado que la abandonó al saber que esperaba una hija.

Solas

Solas

Algo falla en las mujeres fuertes: frecuentemente acaban solas. Pero desde su soledad, con una hija pequeña, Alisa Z. ha construido su fortaleza. Y lo que es mucho más importante: de sus voces volcadas al dictáfono de Aleksiévich, nace una nueva sociología: «La soledad ya es algo que se elige. Ahora, los solitarios son personas de éxito, personas felices, tienen dinero. Soy una cazadora y no una presa sumisa. La soledad se parece mucho a la felicidad».