Desde que José María Aznar visitó Ibiza a finales de los años 90 (cuando gritó aquello de «a ganar, a ganar, vamos a ganar»), no se celebraba en la isla un mitin en el que se palpara tanta ilusión, euforia y fe en la política entre los asistentes como el que anoche tuvo lugar en el Centro Cultural de Jesús, convocado por Vox y al que asistieron 250 personas en su sala principal (más 30 sentados en el escenario), así como otras 150 en otra sala y en pie, según el recuento de la organización [Puedes ver la galería de fotos del mitin de Vox en Ibiza pinchando en este enlace].

A los partidos tradicionales les costó sudores que el público acudiera a sus mítines de las últimas citas electorales. Ni ofreciendo dulces y sobrasada. Pero quienes acudieron ayer a Jesús lo hicieron por convencimiento (no había nada de comer), atraídos por un mensaje claro, conciso y sin complejos, absolutamente descarnado y que arrasa contra todo lo establecido. Javier Ortega Smith, secretario general de la formación, abrió fuego ante la prensa minutos antes de comenzar el acto: «La España viva se ha puesto en pie, va a responder a las necesidades, desde Balears e Ibiza, a las exigencias que desde hace tanto tiempo se están reclamando y que unos por traición, otros por cobardía, unos por sometimiento a las imposiciones del pancatalanismo, otros por complejo ante esas imposiciones, han sido incapaces de dar respuesta a los problemas de la educación, de la vivienda, de la insularidad».

Independentistas, partidos «cobardes» (esa «derechilla» que mentó hace días Abascal, líder de Vox), traidores al país... Ortega no deja títere con cabeza. Va a saco. Una cámara grabó en enero de 1935 un breve discurso de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange, que conviene recordar por su extremo parecido: «España ha venido a menos por una triple división: por la división engendrada por los separatismos locales; por la división engendrada entre los partidos y por la división engendrada por la lucha de clases. Cuando España encuentre una empresa colectiva que supere todas esas diferencias, España volverá a ser grande como en sus mejores tiempos».

El secretario general de Vox incluso hace gala, como exboina verde, de mantenerse firme en sus palabras, sin miedo. Parece, en ese sentido, importarle un bledo que se le investigue por un posible delito de odio, derivado de lo que dijo en septiembre de 2018 ante simpatizantes. Pero ayer no sólo repitió lo dicho entonces, sino que incluso fue más allá: «Estoy encantado de poder ir a explicar a la Fiscalía [que le investiga] lo que significa la invasión islamista, es decir, el intento de terminar con las libertades y acabar con el respeto a la familia, a la vida, a la mujer y a la democracia. Así que si la Fiscalía considera que existe algún presunto delito, por mi parte no habrá ningún problema para intentar aclararle que lo que defendemos desde Vox, y ratifico en este momento, es que Europa y España están sufriendo un intento de invasión islamista, probablemente por culpa de los propios europeos y por unas políticas equivocadas en cuanto al control de las fronteras». Que «se van a respetar», advirtió: quien se las salte «será devuelto a su país de origen» de inmediato, aseguró que harán en caso de conseguir el poder.

Jorge Campos, líder balear de Vox, sigue esa estela dialéctica: le «indigna» que «la inmigración ilegal, a veces islamista, se lleve el dinero de todos los que han trabajado toda su vida». Ellos, acusó, «se llevan lo que nos corresponde». Campos afirma que no están en contra de la inmigración, siempre que sea controlada y que quienes lleguen «respeten» nuestras costumbres y cultura y «a las mujeres».

Por cada frase lapidaria, un fuerte aplauso de los asistentes, con rabia y ganas, a veces acompañado de un «viva España, siempre» y un ondear de banderas. No se escuchó un «Santiago y cierra, España», pero llegará, dado que a Ortega le ponen los Tercios. Porque Ortega es, como le describió Campos, un «torbellino, un huracán» de ideas, que suelta a palo seco, sin edulcorantes. Sin complejos, como la cinta con la bandera de España que lleva en su muñeca izquierda. Su discurso es una retahíla de zascas que reparte sin piedad: «Es verdad que hacemos un discurso épico, el de los valientes, no esa cursilada afrancesada de los cobardes», admitió nada más subir su cuerpo de pívot al escenario y enfocar su voz al micrófono, que con su vozarrón realmente poca falta le hacía.

«Nacimos por hartazgo y por rebeldía al ver a diario la colección de odio, traición y desprecio a todo aquello que amamos: a la bandera, al jefe del Estado, al himno nacional...». Nadie habla con tanta contundencia, sin medias tintas, salvo sus acólitos, claro, o Santiago Abascal. Es el soma que nutre a sus simpatizantes, que viven emocionados los mítines, quizás porque hacía tiempo que no oían algo parecido, sin paliativos. O lo que deseaban escuchar, como que «no bajarán más la cabeza ante las maniobras cobardes y traidoras» de los separatistas, los archienemigos de Vox. Ni a las de Pedro Sánchez, que «pacta con podemistas, golpistas y totalitarios». No hay épica sin villanos.

Pomelos y cobardes

Pomelos y cobardes

Ortega les da lo que nadie se atreve a expresar tan descarnadamente, ni siquiera el partido «pomelo, naranja por fuera y rojo por dentro», como Campos calificó a Ciudadanos, o la «derechilla cobarde», esos «veletas» del PP, partido que aplicó el 155 «de manera timorata», en palabras del secretario general de Vox. Ortega insta a los simpatizantes, a ese padre que fue acompañado de su hijo de apenas cinco años, a sentir orgullo de ser españoles: «Nunca jamás, los españoles nos hemos rendido. Y no lo haremos nunca». En ese tono épico con el que imprimió desde el inicio su discurso, aseguró que «los hijos de nuestros hijos» recordarán en el futuro como «un puñado de valientes se puso en pie y dijo basta». «Nos dirán gracias por nuestra valentía y coraje», vaticinó el ex miembro de los grupos de operaciones especiales.

Porque, por si no había quedado claro, lidera «el partido de los valientes, el que va de cara, que no tiene miedo de llamar a las cosas por su nombre». Y si alguien desde el público, como pasó ayer, le conmina en alto a que hable de las armas, no se escabulle y coge la propuesta al aire: defenderán la reforma del Código Penal para que un hombre pueda usar «su arma legal en legítima defensa» si es asaltado su hogar.

Tiemblen, además, «las feminazis», aquellas que «han señalado como culpables a la mitad de la población por ser hombres». Las «señalarán» con el dedo de la misma manera que a los «golpistas y a los totalitarios». A las feministas les cerrarán «sus chiringuitos» y crearán leyes que protejan a todos: «A las mujeres de la violencia de los hombres, a las hombres de la violencia de las mujeres, a las mujeres de la violencia de las mujeres...».

«Comienza la reconquista», una «revolución» en la política que en Balears empezará por liquidar «la ley de imposición lingüística», como la bautizó Ortega. Campos, que la había llamado por su nombre (normalización) poco antes, tiene puesto el objetivo (y el gatillo) en esa ley, que, indicó, «el PP no quiere eliminar» y Cs «se lo está pensando». «Derogaremos toda la normativa lingüística catalanista», avisó, de manera que quien quiera acceder a la función pública o a la Sanidad no necesite un certificado que acredite su conocimiento del catalán y «sólo se valore su currículo y profesionalidad».

«Adoctrinamiento pancatalanista»

«Adoctrinamiento pancatalanista»

Campos considera que «el proceso separatista se ha puesto en marcha en Balears», a la que quieren «convertir en parte de esos fantasmagóricos Païssos Catalans». De ahí que sea tan necesario, a su juicio, «acabar con el adoctrinamiento pancatalanista en la Educación», donde se cultiva «el odio a España» por parte de unos «supremacistas como no los había habido en Europa desde los años 30». Campos también apuesta por «cerrar» IB3, «que no ve nadie» y «cuesta 30 millones de euros». Porque «ya está bien de tirar el dinero».

Ortega quiere, en ese sentido, «recuperar la esencia de España», cuya «grandeza se basa en su diversidad». Este país, contó, «nunca ha sido una nación unitaria ni jacobina, sino una unión de hombres libres» de diferentes culturas y lenguas «unidos por proyectos comunes». «Vamos a defender la hispanidad de estas tierras», exclamó José Luis Sánchez Saliquet, coordinador de Vox en las Pitiiusas, que tiene una peculiar manera de contar la historia: en 1235, cuando Guillem de Montgrí conquistó estas islas a los musulmanes, «aquí se hablaba ya ibicenco, y en Mallorca, mallorquín», afirmó.

Jaime Díaz de Entresotos, líder pitiuso de Vox, llama Pepelu. Antes de que naciera este partido, cada vez que se encontraban por la calle se saludaban con un 'Viva España'. Sin complejos, adelantándose a los tiempos que estaban por llegar. «Llevábamos 30 años metidos en el armario, sintiendo vergüenza de los colores de la bandera». Sin complejos, el mitin acabó, precisamente, con vítores tras escuchar, en silencio y con cierta marcialidad, el himno nacional.

Fuera les esperaban 20 jóvenes que, con escobas en la mano, simulaban barrer a los simpatizantes de Vox, a los que llamaron nazis, insultaron e indicaron con el dedo anular lo que les deseaban, incluso a los periodistas. Entre los manifestantes se encontraban dos actuales ediles de Guanyem, Óscar Rodríguez y Juanjo Hinojo. Este último conminó a una mujer a dejar de insultar, al menos, a los periodistas. Pero como quien oye llover. Guardias civiles protegieron la salida de los asistentes al mitin.