De todas las islas visitadas, dos eran portentosas. La isla del pasado, dijo, en donde sólo existía el tiempo pasado y en la cual sus moradores se aburrían y eran razonablemente felices, pero en donde el peso ilusorio era tal que la isla se iba hundiendo cada día un poco más en el río. Y la isla del futuro, en donde el único tiempo que existía era el futuro, y cuyos habitantes eran soñadores y agresivos, tan agresivos, dijo Ulises, que probablemente acabarían comiéndose los unos a los otros», cuenta Roberto Bolaño en 'Los detectives salvajes'.

Aunque austero, el muelle de es Canar parece sólido y seguro. Está fabricado con anchos listones de tablero marino, centrifugados por el sol, y una cuerda a cada lado a modo de baranda, sostenida por postes de hierro oxidado pintados de azul. Como ahora no hay ferries que enlacen con Formentera, Santa Eulària y las otras playas de los alrededores, cualquiera puede sentarse al sol sobre sus cálidas traviesas y contemplar el ir y venir de las barcas hasta el ocaso, como en la canción de Otis Redding.

La misión oficial del muelle de es Canar consiste en proporcionar un apeadero firme a los turistas que embarcan y desembarcan en este microcosmos turístico. La oficiosa, por el contrario, es servir de observatorio del mundo a los que permanecen, ejerciendo de neutral territorio entre dos estados, el líquido y el sólido, y dos tiempos: el pasado y el futuro. Como en las islas ribereñas de Bolaño.

A espaldas del atracadero y también a su izquierda, según se otea el mar, la bulliciosa urbe turística, de las pioneras de la isla. De frente, si apoyamos las manos en las sienes a modo de orejeras para así salvar el escalofrío del progreso con sus edificios y atracciones de feria junto a la orilla, la impresionante e inalterada Ibiza pétrea. Una postal agreste y salvaje que abarca desde la punta des Pinot, más allá de Cala Boix, hasta los islotes de es Canar y sa Galera. Y entre medias, una ballena que emerge con la forma de Tagomago. Únicamente la vivienda albina del especulador alemán sobre la roca gris, en un valle a medio camino entre la joroba y la cola, rompe la ilusión de universo paralelo.

Hace seis o siete décadas no había muelle y tampoco se requería, pues en esta orilla únicamente desembocaba un tiempo presente, vacío tanto de edificios como de prosperidad. Ribera llana de campos sembrados entre un puñado de casas payesas, como Can Perot o Can Vicent Marí. Orilla de pescadores que partían al amanecer del mismo puertecillo que aún existe, incluso más rudimentario.

Los primeros hostales

El cambio irrumpió con un goteo constante. A finales de los cincuenta abrieron los primeros hostales y pensiones, que gozaban privilegiados teutones que se asombraban al hallarse en aquel paraíso a precio de saldo: playa de arena fina y agua irreal, por transparente y luminosa; cajas a rebosar de pescado fresco que desembarcaban sonrientes pescadores y que luego engullían en los chiringuitos, y esos interminables días de verano que, revisitados en la memoria, elevaban el tiempo de una semana a la categoría de eternidad.

Una década más tarde, en los albores delos setenta, arribaron las cuadrillas de obreros y, con la prisa que impone el dinero que está por llegar, modelaron es Canar en vertical. A finales del siglo XX ya había 15 hoteles y múltiples edificios de apartamentos, que se alternaban con viviendas bajas erigidas allí mismo por algunos de esos trabajadores sureños, familias extranjeras y algún que otro ibicenco atrapado por aquel torbellino de mundanidad. Y también restaurantes, atracciones para niños, tiendas de souvenirs, supermercados, mercadillos, heladerías?

Para vislumbrar el paraíso de antaño hay que mirar de frente, hacia el horizonte, con las manos, decíamos, como orejeras. Pero, por suerte, el muelle de es Canar aún tiene dos orillas.