En la comarca de Perella, a la que puede llegarse desde uno de los caminos que se unen a la carretera de Santa Eulària a Sant Carlos, la tierra es roja y fértil. Y en campos que antaño fueron cultivados, en los márgenes de los huertos, crecen y florecen, justo cuando acaba el invierno, las borrajas, tiñendo el lugar de su azul intenso. Perella es una de las zonas en las que, en Eivissa, puede encontrarse borraja silvestre en todo su esplendor, junto a la fuente del mismo nombre o del trull del siglo XVIII que, en 2014, el ayuntamiento anunció que iba a rehabilitar.

La borraja, borratja en catalán y Borago officinalis en su nomenclatura binominal, es una planta propia del Mediterráneo, de la que los expertos aún discuten si procede de Siria o es autóctona de la parte occidental, y antaño era usual en las islas usar sus hojas frescas como ingrediente de los buñuelos. Aún hoy, los buñuelos de viento con borraja son un típico producto gastronómico de Mallorca. Lo cierto es que tanto las hojas, consumidas como verdura, como las singulares flores de esta llamativa planta se usan en múltiples recetas, incluidas infusiones, y para adornar, con su azul intenso, las ensaladas. Y ello a pesar de que, al parecer, las propiedades nutritivas de la planta son escasas y ello podría explicar el dicho popular de que algo quedó «en agua de borrajas». En el libro 'Plantas medicinales. El Dioscórides renovado', de Pío Font Quer, se explica que en Mallorca, «con las mismas hojas recién arrancadas y bien lavadas, hacen unos buñuelos de viento de muy agradable sabor. Se prepara una mezclilla con huevos batidos y un poco de harina de trigo candeal, que sirve para embadurnar las hojas una a una, por ambas caras, cogiéndolas por el rabillo; échanse así embadurnadas en una sartén con abundante aceite bien caliente, y el aire que las hojas retienen aprisionado entre sus bollos y rugosidades, dilatándose súbitamente, forma ampulosos buñuelos de color tostado o rubios, dentro de los cuales, la borraja, queda como una delgada película verdinegra».

Medicina tradicional

Más allá de sus usos gastronómicos, y a pesar de su escaso valor nutritivo, el segundo término del nombre científico de la especie revela que esta planta sí es de interés para la medicina tradicional; officinalis es un epíteto latino medieval que puede encontrarse en diversas especies y que hace referencia a la officina, la despensa de un monasterio en la que los monjes guardaban los medicamentos, hierbas curativas y pociones de diverso tipo. La borraja es, de hecho, una de las plantas oficinales más antiguas y se cultivaba antaño en los conventos tanto para ser consumida como verdura y por sus propiedades curativas como por ser una planta melífera, muy adecuada para las abejas de las colmenas de los monasterios.

Se le atribuyen propiedades diuréticas, y en el 'Dioscórides renovado' puede leerse que, para facilitar la digestión, «en muchas comarcas de nuestro país, las hojas de borraja se dan a los enfermos, a los convalecientes, y personas delicadas, simplemente hervidas con agua y sal, como si fueran espinacas, aderezadas con un poco de aceite de olivas del más fino». Tradicionalmente, la borraja se ha considerado una de las cuatro flores cordiales por excelencia, junto a la buglosa, la violeta y la rosa roja. Es decir, son flores que se mezclan para administrar, como sudorífico y en infusión, a los enfermos. Además, la planta también es conocida por estimular la producción de adrenalina y, por tanto, inducir estados de euforia.

Pero si por algo destaca esta especie es por la estructura y vistosidad de su peculiar y hermosa flor azul índigo, que habitualmente se comba hacia abajo. La flor de borraja es una nave nodriza de tono intenso en una inflorescencia, una pequeña galaxia, de tallos y botones llenos de pelos blancos y brillantes. La parte más característica de esta flor es la estructura cónica de sus cinco estambres, que protegen el pistilo en su centro y conforman un cono oscuro surgido de un círculo de escamas blancas en mitad de la corola estrellada. Parece que, en cualquier momento, al igual que una nave nodriza que regresara a la Tierra a recoger a algún viajero interestelar, los estambres fueran a abrirse como una compuerta de la que fuera a aparecer una columna de luz blanca. Con la estructura de sus órganos reproductores y sus pétalos formando una estrella de cinco puntas, tiene algo de alienígena, de quimera, de criatura ideada por la ciencia ficción. Es la flor que tal vez habría dibujado Isaac Asimov. Quizás imaginó así las plantas extraterrestres que cita en el relato 'Manchas verdes'.

Al peculiar aspecto de la flor se suma la aspereza de los pelos blancos que la borraja presenta en prácticamente toda la planta y a los que debe su nombre, que proviene de borra, del latín burrra, la pelusa más tosca de la lana. Borago officinalis se vuelve silvestre con suma facilidad y coloniza campos, terrenos de cultivo y hasta basureros; la variedad que suele cultivarse es la blanca y la azul es silvestre.