Hace siete años, los agricultores ibicencos estuvieron a punto de no volver a cultivar tomates. La plaga de la Tuta absoluta destrozaba cosechas enteras y el único remedio para combatirla, no del todo eficaz, era usar carísimos y perniciosos productos químicos. Joan Marí Guasch, presidente de Agroeivissa, decidió jugársela: «Llegó un momento en que pensé que, de perdidos, al río. No estaba de acuerdo con el plan de actuación al que nos obligaban, a base de productos químicos, tutelado por una empresa que había contratado el Consell. La carga fitosanitaria era enorme. Me parecía una barbaridad. Y sus efectos eran escasos. Decidí no tratar».

«La sorpresa», en sus palabras, fue que los problemas fueron a menos, hasta que desaparecieron: «Resultó que en Ibiza había implantado, como fauna útil, un insecto llamado Nesidiocoris tenuis, que al dejar de aplicar tratamientos, y por lo tanto de no morir por ellos, empezó a actuar como depredador de larvas de la tuta». Lo hizo con tal voracidad que prácticamente desapareció la plaga del tomate.

«Yo -cuenta Marí- ya llevo siete años sin aplicar química. Han venido profesionales de Murcia y Almería para estudiar este caso y repetirlo en sus cultivos». Forma parte de la fauna auxiliar endémica, como otros bichos que el Consell y las cooperativas emplean para combatir las plagas. «El nesidiocoris autóctono se extiende por los cultivos a partir de julio, a menos que se trate el tomate con productos químicos, pues entonces los matas». Pero las primeras tomateras brotan mucho antes, a finales de marzo. Los agricultores sueltan entonces miles de nesidiocoris (adquiridos a empresas) en los invernaderos, si bien su eficacia en esa época no es total: «Se ve limitada por su marcado fotoperiodo», según indica Joan Argente, técnico de Tragsa. Eso, explica, quiere decir que «necesita tanto horas de luz como una temperatura adecuadas». Y ambas cosas no se dan ni en marzo ni a principios de abril.

Una avispilla contra la tuta

«En los invernaderos -comenta Argente- no conseguimos que se instaure correctamente el insecto debido a su fotoperiodo: necesita una temperatura más elevada y más horas de luz. Se instaura, pero no al nivel de poder controlar la tuta totalmente». De ahí que hayan estudiado aplicar otro bicho útil que también incluye a la tuta en su menú, la Trichogramma achaere, una pequeña avispa: «Planificamos unas líneas de ensayo, previstas para este año, para soltar la trichogramma en los invernaderos...». Que finalmente descartaron: «Tenemos un grupo de trabajo junto a los técnicos de las cooperativas y, por lo que hemos visto al comentar con los técnicos de la Península, realmente, y pese a las expectativas puestas en esa avispilla, los resultados de la campaña en Murcia, Almería y el resto de Andalucía no han sido los esperados. Por eso, ya no nos planteamos hacer los ensayos», señala Argente. Retomarán el proyecto cuando les «confirmen que es eficaz».

Según Argente, para qué cambiar si los agricultores están encantados con el esbelto nesidiocoris: «Los agricultores están muy contentos, de manera que para sustituirlo habría que demostrar antes que el otro es mejor. Ahora dudamos de la viabilidad de la trichogramma, pero no descartamos hacer algún ensayo más adelante».

Menos pérdidas, mejor vida

Los agricultores están contentos con el nesidiocoris porque les ha librado de un problema mayúsculo. Con este insecto, pierden «una media de un 3% a un 5% de la cosecha en exterior, y de un 7% en invernaderos», a causa de las picadas de la tuta: «Son niveles muy bajos en comparación a las pérdidas producidas cuando apareció la plaga, que llegó a cargarse plantaciones enteras. En aquellos tiempos, los destrozos se tasaban por encima del 50%. Y conllevaba una serie de tratamientos químicos que elevaban bastante los costes de producción». Como no resultaba rentable, no fueron pocos los payeses que se plantearon arrancar todas sus tomateras y no volver a cultivarlas jamás.

La eliminación de los tratamientos químicos alivió en varios sentidos a los agricultores: contaminaban menos el entorno, mejoraba la rentabilidad y, además, tenían más tiempo libre. «Mejoraron su calidad de vida al reducirse las tareas. Antes, dedicaban el sábado al tratamiento y ahora, gracias al nesidiocoris, se van a tomar una paella con la familia», cuenta Argente.