¿Has visto alguna vez a un petirrojo llorar cuando empiezan a morir las hojas» entonaba el cantante country Hank Williams en la que Elvis calificó como la canción más triste que se había escrito jamás, titulada 'I'm so lonesome I could cry'. Y la elección de un petirrojo no puede ser casual, y no por su relación con la tristeza sino más bien por ese aspecto de vulnerabilidad, de pequeña cosa frágil, quebradiza y hermosa que tiene este pájaro, que, además, migra en los cambios de estación, al 'morir las hojas'.

Su fragilidad, sin embargo, oculta la fortaleza de un ave que, en la mitología nórdica, el dios Thor considera sagrada y que es capaz de recorrer miles de kilometros para llegar hasta las islas desde los países del norte, especialmente desde Suecia y Finlandia, aunque se reproduce en todos los países europeos, excepto en Islandia. La mayoría de las poblaciones del norte y de centroeuropa tienen su área de invernada en la cuenca mediterránea.

De hecho, el petirrojo ( Erithacus rubecula), gavatxet-roig en Eivissa y ropit en Mallorca, ha sido tradicionalmente en Balears «la especie invernante (y migrante) por antonomasia, la típica especie de invierno, como los tordos, por ejemplo», asegura Manolo Suárez, coordinador de ornitología del Grup d'Ornitologia Balear (GOB). Sin embargo, desde el año 2005 ya hay citas de que la especie cría en Mallorca y en 2014 se revisó su estatus en esta isla para pasar a considerarla sedentaria y reproductora escasa. «Seguro que nidificaba ya años antes, pero es complicado saber cuándo empezó. Ahora ocupa los alrededores de Palma y algunas zonas de la Serra de Tramuntana», explica el ornitólogo, que añade que en el resto de las islas no hay datos, aunque se han visto algunos ejemplares en verano en las islas de Menorca y Eivissa. «En Menorca, la presencia estival se detecta desde el año 2012, con reproducción probable», según consta en el Anuari Ornitològic de Balears de 2015, una publicacion del GOB.

En Eivissa y Formentera, el petirrojo es un invernante abundante, y aunque no existen datos de que nidifique en estas islas, las condiciones son las adecuadas para que algún día también pudiera hacerlo. Los petirrojos empiezan a llegar en el mes de octubre para volar de nuevo hacia el norte en marzo. Habitualmente, su presencia destaca en los meses de enero y febrero, cuando es muy difícil no encontrarse con alguno de estos pequeños pájaros saltando de rama en rama o buscando insectos en la tierra labrada y prácticamente imposible no escuchar su característisco e insistente canto o el tac-tac de su reclamo.

Avistamientos en julio y agosto

El biólogo Joan Carles Palerm, presidente del GEN (Grup d'Estudis de la Naturalesa), considera que es probable que, «según avance el invierno y las condiciones sean más duras en el norte, vayan bajando más ejemplares», lo que explicaría y confirmaría la mayor presencia de petirrojos en las Pitiüses en enero, febrero y aún en marzo, cuando están a punto de dejar el Mediterráneo. Algunos se quedarán más tiempo, y, de hecho, hay datos de avistamientos en los meses de julio y agosto (en Vila y en la zona del aeropuerto), según un estudio publicado en el volumen de 2005 del citado anuario del GOB.

«Curiosamente, al contrario que la mayoría de los pequeños pájaros, durante el invierno el petirrojo no busca la compañía de otros pájaros, sino que sigue manteniendo un pequeño territorio propio y defendiéndolo», aclara Joan Carles Palerm, «y por eso es tan fácil de observar y de escuchar; mantiene vigilado su espacio y tiene que hacerse notar». Lo consigue y, además, no es un animal asustadizo y se acostumbra con facilidad al ser humano. Puedes estar leyendo en el jardín o fotografiando aves en ses Salines cuando, de repente, uno de estos pequeños pájaros intenta llamar tu atención dando saltitos alrededor de ti, de rama en rama o en el suelo, vigilándote con sus intensos y brillantes ojos negros. Los petirrojos son redonditos, sobre todo en invierno porque ahuecan sus plumas para crear una capa de aire caliente interior, su envergadura es de unos veinte centímetros y, según resalta el biólogo, su pico indica muy bien cuál es su dieta; «delgado y alargado como unas pinzas, lo que es sinónimo de un ave básicamente insectívora».

Pero, sobre todo ello, el petirrojo europeo, clasificado como especie de interés especial en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas, es inconfundible por su plumaje, por la mancha anaranjada y cobriza de su pecho, que da nombre al ave, que se extiende hasta algo más arriba de los ojos y que sólo está marcada en los ejemplares ya adultos, tanto machos como hembras. Cuenta una leyenda que es una mancha de sangre, la de Cristo en la cruz, al que el pájaro se acercó para cantarle y consolarlo. En Inglaterra e Irlanda, el petirrojo se ha relacionado tradicionalmente con la Navidad y su imagen aparece en muchas tarjetas navideñas. Y es que una segunda leyenda explica la mancha naranja por un quemazo el día del nacimiento de Jesús; el petirrojo se quemó las plumas al reavivar las llamas de una hoguera con los restos de su nido, y con sus aleteos, para evitar que el niño pasara frío. Lo cierto es que, en época victoriana, los carteros portaban uniformes rojos y a menudo eran apodados robins; tal vez ello justifique los petirrojos en las postales navideñas. En ellas era común representar al pajarillo entregando alguna tarjeta, algún mensaje, así que empezó a ser conocido también como el pájaro de las noticias, el que traía a tierra noticias de los marineros embarcados. Curiosamente, este pájaro de aspecto frágil, es el pájaro de la tormenta en la cultura nórdica; el pájaro considerado sagrado por el dios Thor, el del martillo demoledor. Y todas estas historias, parte del folclore europeo, prueban la popularidad del pájaro y su cercanía al ser humano.