En su infancia, José Bonet Torres, de Can Carradona, correteaba descalzo con sus hermanos por el bosque de es Amunts. Criado en una familia de payeses, el carbón, la madera, la corteza del pino, la agricultura de productos básicos y algo de vino eran el sustento de la casa.

Ahora, sigue dedicándose al campo, pero en lugar de ser una obligación es una pasión. José de Can Carradona cultiva en la zona de Sant Mateu las tierras que ha ido sumando entre herencias y compras. Su afición es ver cómo crecen sus vides para conseguir sacar lo mejor de las uvas.

«Ahora suelo producir unos 800 litros, con alrededor de 1.000 vides, pero antiguamente conseguía hasta 2.500 litros», relata José, quien achaca el descenso de su producción a la escasez de lluvias y a algunas epidemias que han ido mermando su cosecha poco a poco.

El vino es su entretenimiento «desde que llegó la Democracia», según apunta, ya que antes trabajaba como cocinero doce horas diarias y sin días libres. A finales de los años 70, con las jornadas de ocho horas y los dos días de descanso semanales, pudo ocuparse más de su viñedo, de unos 60.000 metros cuadrados.

Desde entonces mima la tierra y las barricas todo el año. Apenas hay tregua, aunque la labor es llevadera. Durante estos meses de enero y febrero está ocupado con la poda. En marzo, abril y mayo se dedica a limpiar los tallos, quitar las malas hierbas y abonar la tierra. Llega mayo y con los nuevos brotes vigila que no se le escape sin podar ningún tallo malo.

Con el calor de julio y agosto, José apenas tiene trabajo en la viña, aunque asegura que no está de más «rezar un poco para que no llueva». Septiembre es el momento de la cosecha de la uva: «En un par de días, con la ayuda de unos amigos y de mis hijas, está recogida».

La cosecha suele ser de unos 1.500 kilos de monastrell, que lleva directamente en su pequeño tractor hasta su casa. Allí tiene una auténtica bodega con todos los enseres necesarios, desde el lagar para pisar la uva a las cubas, una de ellas con más de 80 años de antigüedad.

Todo vino tiene un toque personal y José desvela que el suyo es dejar durante ocho días las uvas al sol. «Así se va el agua, y consigo que sea más dulce y que tenga más alcohol».

Sin quitar el hollejo, este vecino de Sant Mateu prensa las uvas en el lagar. Unos días trasvasa el mosto a las cubas, donde comienza a fermentar.

«Es un vino payés, que ahora no tiene mucho valor. Antes se vendía muy bien, pero como los jóvenes no beben vino, no es un negocio», asegura. A pesar de ello, José admira el esfuerzo de algunas bodegas que están apostando por cosechar vinos de calidad en la isla.

José disfruta con sus tierras, pero como el trabajo no suele ser urgente no le importa quedarse algún día de frío en casa. «Mi mayor satisfacción es respirar aire fresco y ver crecer las vides, los almendros y los cerezos que tengo», sentencia.